miércoles, septiembre 28, 2016

Literatura / Entrevista a Marta Sanz

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«La literatura que me interesa es la que está llena de idiosincrasias lingüísticas», plantea Sanz.(Foto: Pablo Piovano)

C iudad Juárez, Chihuahua. 28 de septiembre de 2016. (RanchoNEWS).- La escritura de Marta Sanz es como una cuchilla afilada que se hunde en lo más profundo de viejas cuestiones de los artistas y su modo de ser y estar en el mundo. El teatro y sus máscaras le sienta muy bien –como si fuera una bisnieta díscola de Ramón del Valle-Inclán– para asumir muchas voces en Farándula (Anagrama), premio Herralde de novela 2015, un reconocimiento que la desplazó de la periferia literaria al centro, la distinción a una radicalidad que no es frecuente. La actriz Valeria Falcón, que empieza visitando a una vieja gloria del teatro y termina siendo una desesperada criatura nihilista, podría ser el reflejo esperpéntico de los fantasmas de Sanz, invitada al Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), que inaugura hoy María Moreno y que se extenderá hasta el próximo domingo. «La exageración o el tremendismo se vincula con la concepción satírica de la novela. Esas largas enumeraciones y esos chorros de palabras que salen de una manera incontinente pretenden contradecir el discurso dominante de la literatura que nos dice que tenemos que tener un discurso anoréxico, adelgazado, exportable, fácilmente traducible y sin idiosincrasias lingüísticas. La literatura que me interesa es la que está llena de idiosincrasias lingüísticas», dice la escritora española en la entrevista con Página/12 por Silvina Friera.

En Farándula se busca polemizar con la frase hecha de que «los verdaderos artistas no se meten en política». ¿Qué opina Marta Sanz como escritora?

No es una cuestión de estar a favor o en contra de que el artista se meta o no en política. En la medida en que tú estás introduciendo un discurso artístico en una comunidad donde hay otros discursos, te estás posicionando desde un punto de vista ideológico. Esto no significa que todos los discursos artísticos tengan que tener una filiación política o que tengan que ser panfletarios; significa que es inevitable. Que estoy hablando desde algún sitio y para una serie de interlocutores; entonces eso es una actitud ideológica. Incluso la de callarte es una actitud ideológica. Esa especie de neutralización de la capacidad ideológica de los discursos artísticos le es muy rentable a los poderes autoritarios porque eso les permite manipular al artista acercándolo siempre al discurso hegemónico. Yo siempre pongo un ejemplo que es el de las folklóricas españolas durante la época del franquismo: dictadura militar terrible, represiva, sangrienta y matarife. Y ahí estaban las folklóricas cantando y bailando y diciendo que ellas no querían saber nada de política. Pero al fin y al cabo se estaban convirtiendo en el símbolo del régimen e incluso iban a cantar para Franco. En los tiempos que corren cuando se vende ese tipo de discursos lo que se está haciendo es desactivar el potencial transformador que tienen las disciplinas artísticas y literarias.

¿Se pretende neutralizar la radicalidad?

Claro, pero hay una cosa tremendamente peligrosa que se ha dicho hasta la saciedad, pero creo que es verdad. Cuando a un texto se lo acusa de panfletario, de que no tiene nada que ver con el arte –el arte tiene que hablar de las mariposas o del sexo de los ángeles– siempre estamos hablando de un discurso de izquierda. Las películas, los libros, que por acción o por omisión son asertivos respecto de una ideología de derecha no son nada. Esto se considera lo «normal», lo que el arte «debe ser». Había una poeta española que cito muchas veces porque me pareció una mujer muy lúcida: Ángela Figuera, una poeta bilbaína, amiga de Blas de Otero, que en la época de la posguerra civil, cuando ya había ganado Franco, escribió varios sonetos para denunciar que los que en ese momento estaban escribiendo sonetos a la rosa eran más ideológicos y políticos que ella, que denunciaba la situación de orfandad en que habían quedado los niños.

«Julita Luján, trol de jardín», uno de los personajes que aparece en la novela, dice: «En mi casa siempre fuimos gente de derecha, pero ahora ya no sé ni lo que soy, tal vez, ahora, aquí, soy más de izquierdas». No es necesario tener certezas ni definiciones tajantes, pero sí posicionarse ante cuestiones elementales porque es más fácil arrasar con derechos con personas desorientadas. ¿Qué le genera este personaje?

Me gusta que hayas hecho ese análisis de Julita. Creo que en este personaje cristalizan los dos motivos fundamentales por lo que escribo Farándula, que tienen que ver con dos emociones muy personales, pero a la vez muy transferibles. Una es la sensación de incertidumbre y de desvalimiento ante un cambio de modelo cultural y un cambio de modelo social y económico que me llena de preguntas, en el que sé que tengo que posicionarme, pero que muchas veces no sé muy bien cómo… Farándula es la expresión de mis incertidumbres respecto de lo que está pasando con la cultura a nivel global. A la incertidumbre, hay que añadir la rabia, que se relaciona muy directamente con la situación económica que se está viviendo en España en los últimos años, con la precarización de los oficios culturales y los demás oficios, con el crecimiento del paro. No hay ni una sola familia española que no tenga un caso de un parado reciente. Mi marido es un parado mayor de 55 años que no volverá a encontrar trabajo.

¿Su marido está vinculado con el ámbito cultural?

No, mi marido fue un obrero toda su vida y lleva un tiempo sin poder trabajar en nada… En Farándula está esa incertidumbre por cosas que no entiendo, que tienen que ver con el cambio del modelo tecnológico. La vida cotidiana se va deteriorando hasta niveles que no había vivido. Yo nací en el año 67, viví la transición y el momento de esplendor, y ahora no sé que va a pasar conmigo. Ahora con 48 años me pregunto, porque no estoy acostumbrada a este tipo de dinámica económica, qué va a ser de mí cuando tenga 60… En Farándula confluyen esas dos emociones y eso se concreta en ese personaje de Julita Luján, que es fluctuante, que es volátil, como en realidad lo son casi todos los personajes de esta novela porque casi todos están en la misma situación que yo. Todas las novelas que uno escribe son autobiográficas porque están reflejando tus fantasmas, tus demonios, tus miedos, y las máscaras que te pones te están desnudando todo el tiempo.

En la novela se recuerda una frase de Orson Welles: «Lo malo de la izquierda americana es que traicionó para salvar sus piscinas».

El macartismo y la situación que vivieron los actores y guionistas estadounidenses es una especie de radicalización paródica visible de algo que también está pasando ahora. No hay tribunales inquisitoriales públicos, como ocurrió en ese momento, pero sí hay una ideología que por abajo va promoviendo ese tipo de consignas que hacen que si tú eres un artista que tiene una vida medio digna te tengas que morder la boca porque tu forma de vida atenta directamente contra los valores que defiendes. Eso es falso. Yo considero que hay formas de la riqueza que pueden ser inmorales e impúdicas porque se basan en la explotación del otro, pero hay determinadas formas de la riqueza que tienen que ver con la dignidad y honestidad del trabajo y eso no puede servir para taparte la boca. En Farándula está Angelina Jolie, que es el símbolo del compromiso tolerado. Vivimos en sociedades donde hay un compromiso que se tolera y hay un compromiso que no se tolera. El compromiso que se le tolera al artista es el de las galas de beneficencia. Pero resulta que hay ciertas formas de galas de beneficencia que lo que están haciendo es engrasar la ruedecilla del sistema para neutralizar contradicciones y que todo siga funcionando con pequeñas tiritas. Luego hay otro compromiso que no es el tolerado, que es cuando los escritores y artistas meten la patita en temas especialmente sensibles de la historia de un país. Ahí utilizas tu arte y tus privilegios económicos para mejorar la vida de los demás y te conviertes en alguien sospechoso.

El tono de la novela es rabioso, sarcástico, promueve la risa y el espanto. En la tercera y última parte de la novela, Valeria Falcón dice: «Yo no escribo para que nadie se reconozca en su parte inteligente, sino en su más abyecta y entrañable vulgaridad». ¿Coincide con lo que dice el personaje?

Yo soy gramsciana y creo que hay que ser pesimista en el pensamiento –porque hay muchas razones para serlo–, pero optimista en la voluntad. Por eso sigo escribiendo y confío en que la literatura poco a poco se va metiendo por nuestros poros y nos hace permeables a ciertos valores y actitudes que quizá dentro de un tiempo nos permita cambiar ciertas cosas del mundo que nos hacen muy desgraciados. Cuando escribo, intento sacar a los lectores de su espacio de confort y para eso utilizo estructuras retóricas que son transgresoras, que no son reconociblemente novelescas. Me interesa la novela que no es novelesca, que suscita preguntas en el lector por cómo está escrita, más allá de lo que supuestamente quieras contar. En literatura, el cómo cuentas es lo que estás contando. Yo quiero ese tipo de comunicación con mis lectores y eso implica que el lector no se encuentra con un texto que sea generoso, en el sentido de que no le imponga ninguna dificultad y le haga vivir bien. Esa afirmación de mi amiga Valeria Falcón sí que la suscribo, para qué nos vamos a engañar (risas).

En este momento hay un debate al interior de Podemos entre Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. ¿Cómo vive la construcción de esta alternativa política al PP y al PSOE?

Al principio la viví con escepticismo porque me parecía que estaban siguiendo un tipo de estrategia para ganar a toda costa unas elecciones. La sociedad española está muy castigada por la política de los recortes y el neoliberalismo de (Mariano) Rajoy y viví la contradicción de tener que decir: «yo tengo que votar a Podemos porque a estos hay que echarlos como sea». Cuando Podemos e Izquierda Unida llegaron a una especie de pacto, experimenté cierta alegría ingenua, y digo lo de ingenua porque a la gente que llevaba años militando en Izquierda Unida le ha costado un gran sacrificio. Ahora estoy expectante, indignada, rabiosa y con mucha incertidumbre porque lo que temo es que la repetición sucesiva de elecciones mantenga los esquemas tradicionales y que al final se consolide la mayoría absoluta de Rajoy y que Ciudadanos como alternativa de derecha «civilizada» –si es que esto existe– desaparezca del mapa político y que la izquierda se vaya diluyendo. Una de las características que tenemos las personas de izquierdas es que como somos tan críticos y autocríticos terminamos siendo viperinos los unos con los otros y nos podemos terminar pudriendo. El debate es muy sano, la confrontación de ideas es muy sana y la crítica es sanísima. Pero la derecha nunca duda y por eso gana. La mala conciencia siempre es patrimonio de la izquierda y eso nos hace ser más inseguros, más inoperantes, y nos hace perder.


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