lunes, octubre 10, 2016

Hasta la cocina / El libro «A la mesa con Rubén Darío » de Sergio Ramírez


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El autor y su obra. (Foto: La Jornada de San Luis)

C iudad Juárez, Chihuahua.9 de octubre de 2016. (RanchoNEWS).- El poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) se consideraba un gourmet de corazón, es decir, un comensal atento, reposado, que ingiere por placer, que no se atasca o devora, escribe Virginia Bautista para Excélsior desde la Ciudad de México.

«Era un auténtico sibarita no sólo en el comer y en el beber, sino también en el vestir. Un hombre refinado, de buen gusto, que no ahorraba ni en seda, ni en champaña ni en flores», comenta en entrevista con Excélsior el escritor Sergio Ramírez (1942).

El novelista también nicaragüense explora en su nuevo libro, A la mesa con Rubén Darío, las dos grandes pasiones que tenía el principal representante del modernismo literario en lengua española: la buena mesa y la crónica literaria.

Entre las cerca de 700 crónicas que el autor de Azul (1888) escribió durante sus estadías como periodista o diplomático en Colombia, Buenos Aires, Chile, España y París (Francia) destacan las dedicadas a la comida y a la cocina, ese lugar vedado en su época para los varones.

«Darío era un hombre de su época. A pesar de que lo recordamos como un poeta, él era un cronista. Su producción en este género fue abundante. Era un periodista que se ocupaba de todos los temas de la vida, de las cosas que lo rodeaban, de la historia», dice.

«Entre sus ambiciones y pasiones estaba la gastronomía. Es una parte esencial de la vida. Cuando él llegó a Francia a principios del siglo XX, la gastronomía estaba considerada como una de las bellas artes, como la Décima Musa», agrega Ramírez.

Después de tres años de investigación y con base en «el caudal de alusiones que Darío hace al asunto gastronómico», el Premio Internacional Carlos Fuentes 2014 ha dado vida a un volumen que aborda temas como la Belle Époque, la cocina vista por diversos escritores y lo que significó el modernismo dentro del arte culinario, además de las andanzas del poeta por restaurantes y bares.

Al final del libro, coeditado por Trilce y las universidades autónomas de Sinaloa y Nuevo León, se integra un recetario «sacado de todos los platos que él ha mencionado en sus crónicas», los cuales Ramírez localizó para reproducir las recetas.

Un Darío casi inédito es el que se revela a lo largo de 358 páginas ilustradas con fotografías y carteles de la época: el hombre que si bien nunca dispuso de las ollas y las cacerolas en una cocina, sí le dictaba a su mujer Francisca Sánchez, algunas recetas de sus platillos favoritos.

«Le decía cómo se hacían los frijoles fritos en Nicaragua, el arroz y las tajadas de plátanos fritos, los punches (cangrejos) rellenos», añade el también cuentista.

Ella misma compartió, en su libro Acompañando a Francisca Sánchez, los platillos preferidos de Darío. «Le gustaba el puré de patatas, los lenguados (sin espinas); todos los excitantes: nuez moscada, mostaza… Prefería las patitas de ave y de cordero, las sopas, el queso frito con mantequilla… Los dulces caseros, las compotas, mermeladas, natillas, el arroz con leche, el flan…».

Prolífico y disciplinado

«¡Y he vivido tan mal, y tan bien, cómo y tanto!/ ¡Y tan buen comedor guardo bajo mi manto!/ ¡Y tan buen bebedor tengo bajo mi capa!/ ¡Y he gustado bocados de cardenal y Papa!...», escribe el poeta en su Epístola a Juana Lugones.

Sergio Ramírez advierte que a Darío le fascinaban por igual la comida que la bebida, pero en el caso de esta última había temporadas que perdía el control y su alcoholismo le causaba frecuentes problemas de salud y crisis sicológicas.

«Era un bebedor de otro tipo, su alcoholismo tenía que ver con sus crisis personales en la infancia. Pero estas caídas no quitan que era un gran trabajador. De no haber sido así, no hubiera escrito unas 700 crónicas, sus cuentos, su poesía.

«Fue prolífico y disciplinado. Su sobrevivencia dependía de la escritura. Sus crónicas para el diario La Nación de Buenos Aires le daban el sustento, no sus libros. El periodismo le daba de comer, por eso escribió muchas historias cotidianas», señala.

Y destaca la visión comprometida que el poeta tenía como cronista, pues no sólo se interesaba en la vida cotidiana de los grandes comensales y los restaurantes, sino en el hambre y las necesidades de los pescadores pobres, su dura vida en Francia y España.

«Tiene un texto maravilloso, Elogio a los gordos, en el que se muestra como alguien que no discriminaba. Un periodista verdadero es alguien que se fija en todo. Él habla de lo agropecuario, de la maquinaria agrícola, la entrada de las máquinas de vapor, los ferrocarriles, la comida, de la cultura de masas y la llegada de la modernidad», indica.

El autor de Sara dice que Rubén Darío disfrutó de la comida hasta el final de su vida, a pesar de la cirrosis que padecía.

«Me identifico como él como gourmet», confiesa el autor de Margarita, está linda la mar. «La comida es parte de la vida, de la cultura, somos lo que comemos. Es parte de la formación cultural del hombre. A mí, me fascinan las comidas orientales, por ejemplo, y él viviendo en París conoció platillos argelinos, marroquíes, del Oriente Medio. Entiendo su fascinación».

Piensa que la comida como arte hoy ha resucitado: «Cada vez adquiere un valor más grande en la cultura, más atractivo. Por eso, el gusto de los escritores por la buena comida perdurará y seguirá interesando, porque habla de ellos de una manera suculenta y total», concluye.



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