martes, diciembre 06, 2016

Literatura / Entrevista a Margaret Atwood

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Margaret Atwood: «No estoy hablando del futuro, todo esto ya ha pasado». (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 5 de diciembre de 2016. (RanchoNEWS).- Margaret Atwood ha vuelto a hacerlo. Ha escrito una distopía sobre las consecuencias de la crisis económica que asfixia a la clase media. Por último, el corazón es un cuento, dice, sobre la naturaleza humana, y sobre cómo soportamos vivir bajo presión. Cuenta la historia de una pareja que, harta de vivir en el coche, no duda en sumarse a un proyecto que va a condenarla a pasar la mitad de su vida en prisión. Laura Fernández la entrevista para El Cultural.

Stan y Charmaine eran una pareja corriente. Tenían una casa, trabajos, una vida. Luego llegó la crisis, una Gran Depresión parecida - extremando sus consecuencias - a la que tuvo lugar tras el derrumbe económico de 2008, y lo perdieron todo. Se metieron en el coche, metieron con ellos todas sus cosas, y empezaron a vivir de los pocos dólares que Charmaine ganaba en un empleo a tiempo (muy) parcial como camarera. No podían abandonar el coche, porque podían robárselo. Tampoco podían pensar en tener hijos, ni siquiera en tener sexo sin que cualquiera pudiera verles, allí dentro, y no parecía que la situación fuese a mejorar. En todas partes, todo el mundo parecía estar perdiéndolo todo. Podían considerarse afortunados de aún conservar el coche. Así que cuando, una tarde, Charmaine oyó hablar - en televisión - de un lugar llamado Consiliencia, la ciudad perfecta, en la que todo aquel que quisiera podría tener una casa, una casa con jardín, y todo lo que debía tener una casa con jardín en su interior, no dudaron en apuntarse al proyecto. El proyecto era el Proyecto Positrón. ¿El trato? Vivir en ese lugar idílico durante 30 días, y pasar los siguientes 30 en prisión. ¿La casa? Deben compartirla con lo que ellos llaman Los Alternos, la otra pareja que, mientras ellos son libres, están en la cárcel, y, claro, comparten todo lo que tienen, e inevitablemente les hará pensar en lo que hacen cuando ellos no están. Pero, ¿qué es Positrón? ¿Qué esconde? ¿Por qué parece estar ganando algo -mucho- con todo ese montaje? ¿Y qué gana exactamente?

La incombustible Margaret Atwood, en plena forma a sus 77 años, ha vuelto a hacerlo. Ha vuelto a firmar una distopía tan dolorosamente cercana que parece levantarse sobre los cimientos de la más reciente de las tragedias, y, a su vez, apuntar hacia un futuro más que probable, posible. ¿Su título? Por último, el corazón (Salamandra).

«No siempre quise ser escritora. Al principio quería hacer algo relacionado con lo visual. Luego quise ser bióloga. Lo de escribir apareció un día, sin más, cuando tenía 16 años. ¿Quién sabe por qué? ¡No recuerdo que la palabra 'escritora' apareciera en el 'Libro de las Carreras' que nos dieron al acabar el instituto!», recuerda. Está en un avión, regresando a Canadá. Tiene un ordenador portátil sobre la mesita abatible y una taza de café, y un cuaderno. Dice que el primer cuento que escribió tenía como protagonista a una hormiga. «Debía tener siete años. No era nada del otro mundo. Después de todo, ¿en qué consiste la vida de una hormiga hasta que no desarrolla sus patitas? Al principio era un rollo. Pero hacia el final se ponía interesante. Tenía una durísima batalla con otro bicho», cuenta. No quiere hablar de otros escritores. Dice que da mala suerte hablar de tus escritores favoritos.

¿Recuerda cómo empezó todo? ¿Cómo empezó Por último, el corazón? ¿Desde el principio quiso escribir sobre un futuro dolorosamente cercano y catastrófico?

Siempre había querido escribir una serie, al estilo de cómo se escribían las novelas de folletín en el siglo XIX. Algo que continuase. Y eso es lo que empezó siendo Por último, el corazón. Una novela por entregas que podía leerse online en una web llamado Byliner. Quien me impulsó a escribirla fue mi ex editora, Amy Grace Lloyd. ¡La verdad es que me resultó más difícil de lo que pensaba! Respecto a lo del futuro cercano y catastrófico diré que en realidad no es ningún futuro. Ya ha pasado. La crisis de 2008 provocó que mucha gente en Estados Unidos perdiera sus casas. Mi plan de empleo en prisión, en realidad, no es tan distinto de otros planes por el estilo, que verdaderamente se han puesto en marcha a raíz de la crisis. Sólo es una versión extrema de cualquiera de ellos.

Exacto, la crisis ha dejado a un montón de familias en la cuneta, y en ese sentido su novela podría leerse como una especie de moraleja sobre lo que podría pasarnos si seguimos por ese camino, ¿no cree?

Me preguntan a menudo qué haría yo si me encontrara en la situación en la que se encuentran Stan y Charmaine. Si tuviera que vivir en el coche, y no existiera la más mínima posibilidad de que la cosa mejorara, ¿elegiría trabajar en esa prisión y tener vida sólo a meses alternos, en una casa estupenda y con toallas limpias? Y siempre respondo que por supuesto que lo haría. Sería capaz de cualquier cosa por unas toallas limpias. Así que supongo que es un cuento con moraleja sobre la naturaleza humana y sobre cómo respondemos a la presión. No bien, en general.

Y cuando parece que el capitalismo ha ido demasiado lejos, va aún más lejos. Porque en su novela se habla de que el ser humano es, en sí mismo, un producto. Y puede venderse incluso por partes.

Oh, eso no es sólo cosa del capitalismo. Ha pasado aquí y allá. Pensemos en los órganos de presos ejecutados que se han vendido en China, por ejemplo. Y en todo lo demás.

Una vez asimila lo distópico de Por último, el corazón, el lector se topa con una relación de pareja rota por el deseo del otro, ¿siempre deseamos aquello que no tenemos?

Ah, sí. Los tortuosos caminos del deseo. Existe una razón por la cual los Diez Mandamientos incluyen una prohibición contra desear a la esposa de tu prójimo, y es porque no vas a poder no desearla. A Stan le ocurre, pero no creo que esté representando a nadie. Es lo que le ocurre a él. Y, después de todo, sólo es un tipo corriente reaccionando ante una situación extraordinaria. En cualquier caso, diría que es una comedia negra que le debe algo a El sueño de una noche de verano, y que es la clase de comedia que es mucho más divertida para el que la observa que para el que la vive.

¿Qué le atrae como escritora de ese mundo en el que todo es posible de la ciencia ficción?

El mundo en el que vivimos. Lo que escribo podría considerarse parte de un subgénero - la ficción especulativa - en el que no todo es posible - no hay dragones, ni Guerras de las Galaxias - pero sí muchas cosas, que lo son porque en el mundo en el que vivimos existen las condiciones para que lo sean.

¿Qué futuro le asusta? ¿Cuál sería para usted el peor apocalipsis? A nivel político, ¿podría tener que ver con la llegada al poder en todas partes de tipos como Donald Trump?

El apocalipsis que más me asusta tiene que ver con el fin de los océanos. Si los océanos desaparecen, también lo haremos nosotros. Pero no sería una buena idea para una novela, porque cuando empezase ya no quedaría nadie. Ni un sólo personaje.

Lo fascinante de la novela, de toda su obra en realidad, es la manera en que explora la mente de sus personajes y muestra lo complejo que es el ser humano, ¿diría que su literatura trata sobre lo raro que es vivir?

Lo cierto es que todo el mundo, en esta novela, excepto quizá Jocelyn, está aterrorizado todo el tiempo. Me considero bastante cobarde, así que empatizo con ellos en ese sentido. Sí, la verdad es que creo que la ficción, en general, y las películas y las óperas, trata de explicar en qué consiste ser humano, pero siempre, en un contexto determinado. Siempre estamos en alguna parte. Así que, sí, ser humano, pero en un sitio y en un tiempo en concreto, y teniendo una determinada edad y un determinado sexo. Y, por supuesto, estando en un planeta en concreto - el nuestro.

¿Qué diría que es para usted la literatura? ¿Qué ha sido durante todo este tiempo? ¿Diría, como aquel personaje de La información, de Martin Amis, que no podría vivir sin ella, que, «por favor, no le dejen sólo con la vida»?

No sé, cuando no escribo estoy de mal humor y soy tremendamente hiperactiva. Cuando escribo, puedo descargar todo ese mal humor y toda mi hiperactividad en lo que sea que esté haciendo. Supongo que eso es, sí. Solía tener un montón de supersticiones al respecto, pero ya no las tengo.


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