martes, enero 03, 2017

Cine / Entrevista a Martin Scorsese

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Martin Scorsese, el pasado diciembre en Nueva York. (Foto: Victoria Will)

C iudad Juárez, Chihuahua. 3 de enero de 2017. (RanchoNEWS).- El cineasta neoyorquino logra adaptar a la pantalla con Silencio la novela homónima sobre jesuitas en Japón, proyecto en el que ha estado tres décadas. Rocío Ayuso lo entrevista en Los Ángeles para El País.

Cuando se habla de peregrinaje religioso, el camino de Santiago o el que lleva a La Meca suelen ser las rutas más comunes. Pero cuando uno lleva el cine en las venas como Martin Scorsese, el camino a la redención se llama Silencio, que se estrena en España este jueves, el último trabajo de un director nacido en 1942 y criado en el Bronx de Nueva York en el seno de una familia católica. La película está basada en la homónima novela histórica de Shusaku Endo sobre la persecución del catolicismo en el Japón en el siglo XVII. Un libro que le ha tomado casi una vida llevar a la pantalla al que fue monaguillo y seminarista además de cinéfilo.

El autor de algunas de las películas indies más potentes de los setenta como Malas calles o Taxi Driver pero que acabó haciendo cine dentro de estudio con Infiltrados (2006), Shutter Island (2007) o La invención de Hugo (2012) no explica a las claras de qué necesita redimirse. Sus 74 años solo se notan en el baile de gafas, que constantemente se pone y se quita en esta entrevista para mirar a la periodista. La energía de su discurso permanece y su memoria, especialmente en todo lo que se refiere al cine, sigue siendo prodigiosa. Aunque, como aclara, por mucho conocimiento que posea, la búsqueda continúa.

La última tentación de Cristo, Kundun y ahora Silencio son elecciones que contrastan con la obra por la que es más conocido, títulos violentos como Uno de los nuestros o Casino.

La introspección personal no acaba nunca. Es lo que me llevó a prepararme como seminarista. Porque de los 11 a los 17 tuve un gran mentor, el padre Príncipe, que influyó mucho en mi vida. Quería ser como él. Me fascinaban su compasión y su firmeza. Y sobre todo su dedicación. Sin embargo, la vocación tiene que venir de uno mismo. No vale querer ser como otro. Eso puso fin al seminario aunque no a la búsqueda. A la necesidad de redención. Sé que la mezcla de hacer cine mientras hablo de redención es algo que sorprende, que no todos entienden. Pero está en toda mi obra, sin resolución. De algún modo la vez que más me acerqué a la redención fue con Toro Salvaje, cuando al final Jake LaMotta se mira en el espejo y es capaz de aceptarse como es. Y ahora con Silencio, película que se convirtió en mi peregrinaje desde que el arzobispo Paul Moore me dio el libro de Endo tras ver La última tentación de Cristo.

Han pasado casi tres décadas. ¿Cómo pudo tardar tanto en llevarla a la pantalla?

Hay muchas razones. La primera y principal es que no estaba preparado para escribir el guion, no entendía lo que realmente representa la apostasía. Pero también hubo problemas legales y financieros demasiado complejos. Volvía al proyecto cada varios meses aunque también llegó un momento en el que supe que tenía que vivir mi vida: disfrutar de mis relaciones, de mi familia, del placer de hacer otras películas. Sin embargo, el proyecto siempre estuvo ahí. Y se hizo posible el día en que Ang Lee me sugirió que rodara en Taiwán. Eso y recortar el presupuesto hasta los 43,7 millones de euros, para un rodaje rápido de 72 días.

¿Cuándo supo que su verdadera vocación estaba en el cine?

Gracias a películas como Sombras, en general todas las de John Cassavetes, porque me demostraron que se podía hacer cine de otra forma, fuera de los estudios, sin grandes grúas ni presupuestos. Un momento que coincidió con mi expulsión del seminario. De algún modo esa pasión se canalizó en el cine.

¿Siente el peso de llamarse Martin Scorsese? ¿Lo que se espera de sus películas por ser suyas?

¡Eso me dicen! Yo solo lo visualizo cuando llego al plató, cuando todos se quedan callados, lo cual agradezco porque los rodajes son lugares muy ruidosos por naturaleza y a mí me gusta el silencio. Así que no me quejo. Del resto, siempre trato de hacer el mejor cine que puedo.

A juzgar por lo mucho que le ha costado hacer Silencio parecería que ahora es más difícil que nunca levantar una producción.

Hasta cierto punto he sido afortunado. A pesar de que el comercio prima, sobre todo en Hollywood, he podido rodar películas arriesgadas gracias a los actores que me han apoyado o a los que yo apoyé en sus proyectos. Intérpretes como Robert De Niro o Leo DiCaprio. Juntos hemos creado trabajos que hoy creo imposibles. Lo malo es cuánto quieres sacrificar por filmar la película que quieres. Tiempo, dinero, familia. Por lo demás, con la tecnología existente es posible encontrar la forma de expresar lo que quieres sin necesidad de mucho dinero.

Para alguien que disfruta del silencio es irónica su pasión por la música, con proyectos en la mesa sobre Ramones y Grateful Dead además de la malograda serie Vinyl y otros documentales centrados en este medio.

Todo viene de mi infancia, de crecer en el seno de una familia trabajadora en la que no había libros. La radio y el cine eran nuestra ventana. La música me habló de forma abstracta aunque emocional, estimulando mi intelecto. Y nunca me ha abandonado. Para mí es, probablemente, la forma más pura del arte.


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