martes, enero 24, 2017

Textos / «Cartas a Henry 4 » por Susana V. Sánchez

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Henry James. (Foto: Susana James)

C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de enero de 2017. (RanchoNEWS).- Continua Susana su dialogo epistolar con Henry, si usted llega por primera vez a esta correspondencia le sugerimos leer las primeras cartas en estos enlaces a continuación. PRIMERA ENTREGA SEGUNDA ENTREGA TERCERA ENTREGA 

29 de agosto del 2013

Hoy sábado amanecimos en nuestra casa, anoche por fortuna pude dormir y este descanso me preparó hasta cierto punto para enfrentar los acontecimientos. Anoche después de nuestra llegada, vinieron nuestro hijo y su esposa a visitarnos. Yo les expliqué con todo detalle las decisiones que habíamos tomado. También les dije que aparte de vender mi troka, cosa que ya habíamos decidido tú y yo, desde antes de partir a Dallas, necesitaríamos probablemente también vender la casa. Yo no me había dado cuenta que tú me habías seguido a la cocina y me escuchaste decir esto. No dijiste nada, pero la cara se te contrajo con una mueca de dolor. Mi hijo me hizo señas de que me callara. Yo también ya me había arrepentido de tratar el tema tan cerca de donde tú estabas. Estoy tan acostumbrada a hablar y resolver todas las cosas contigo, que me cuesta mucho trabajo no hacerte partícipe de las decisiones que tengo que tomar actualmente. No me puedo acostumbrar a esta nueva realidad. Pero después de este suceso, tengo que asumir que de aquí en adelante, tendré que tomar todas las decisiones de lo que haga falta yo sola; quizá con ayuda de mi hijo, pero tratando de ocultarte lo más que sea posible las cosa. Sin embargo, no puedo acostumbrarme a esta idea de qué tan enfermo estás, ¡Vida mía! Este tiempo, me toca solamente cuidarte y quitarte de encima todas las preocupaciones que me sea posible.

Trataste de localizar a tus médicos, pero no fue posible y para acabarla de amolar, éste es el fin de semana correspondiente al día del trabajo, de manera que seguramente no trabajarán en el consultorio los doctores hasta el martes de la semana que entra. Me siento mucho mejor al estar en nuestra casa, pero la angustia de ver como poco a poquito se te está yendo la vida no me deja en paz. Creo que estoy viviendo los tiempos más aciagos de toda mi vida. Has estado adelgazando de una manera brutal. Ya casi nada de tu ropa te queda. Me hice una nota mental de que la semana que entra debo de ir a comprarte al menos ropa interior y una bata nueva; porque tus batas son de invierno y es imposible que las puedas usar con este calorón que está haciendo. Te dejé un rato con los hijos para ir a Sam’s a comprar algo de mandado. Te compré una caja de latas de Ensure®, el mismo licuado que toma tu mamá, con proteínas y otras cosas para tratar de sustituir los alimentos que no puedes tomar o que no te hacen ningún provecho. Por lo demás, te traje el hot dog que tanto te gusta. Gracias a Dios que todavía puedes comer la mayoría de las cosas. Para mi sorpresa, no nos quitaron en el aeropuerto todas las frutillas que te empeñaste en comprar en la cafetería del hospital en Dallas, así que tenemos bastante fruta y la has podido comer sin problemas. Esta mañana te levantaste tarde, pero fuiste muy alarmado a buscarme y me dijiste que ya había comenzado el dolor. Hasta ahora no habías tenido dolor, solamente esas terribles temperaturas que te vienen dando desde abril.

No puedo creer tanta estupidez de tu médico internista. Ese incompetente que consideró que la fiebre altísima que te daba todos los días no era motivo suficiente para buscar la causa. Simplemente te mandó por un tubo, diciéndote que era necesario esperar a que tuvieras otros síntomas. ¡Tanta dejadez se me hace el colmo! ¡El muy imbécil consideró que temperaturas de 39 y 40 grados centígrados no eran motivo de alarma! He llegado a odiar a ese hombre, aunque no lo conozco. Cuando desgraciadamente, le dio en mayo el ataque cardíaco a mi hermano y me tuve que ir a Juárez, nunca imaginé que esos días que estuve lejos de casa, a ti se te agravaría lo que te estaba pasando, sin que ninguno de los dos supiéramos lo que tenías. Cuando regresé, te encontré con las mismas temperaturas altísimas y mucho más constantes. Entonces quise que vieras a mi gastroenterólogo porque me imaginé que podría ser una fiebre intestinal. Sin embargo, me preocupaba que no presentaras otros síntomas, como diarrea o vómito. En realidad, este cáncer ha sido terriblemente furtivo.

Cuando me dijiste que seguías con las temperaturas, yo recordé que cuando era una niña muy pequeña, y vivíamos con mi abuela materna, ella tuvo una misteriosa enfermedad que estuvo a punto de matarla. Cuando por fin descubrieron que era un absceso hepático de origen amebiano, la operaron y vivió como 25 años más. Cuando regresé de Juárez, yo creí que a ti podría estarte ocurriendo algo así. El Dr. Karp te recibió dos semanas después y en cuanto te auscultó se alarmó muchísimo y te mandó a hacer los estudios radiológicos y de laboratorio pertinentes esa misma tarde. Estoy profundamente agradecida con él, porque de todos los médicos que te han tratado, él se movilizó inmediatamente y tomó todas las medidas para determinar un diagnóstico preciso. Le agradezco enormemente que te haya considerado un ser humano al que había que darle la mayor de las oportunidades; casi al día siguiente te llamó para darte la terrible noticia: tenías un cáncer de hígado que desgraciadamente estaba en una etapa ya muy avanzada.

W, ese ángel que el cielo te mandó por hermano, habló con el que había sido amigo de todos ustedes en la juventud y que ahora sería tu oncólogo. También con él estoy agradecida. Fue otro médico que te tomó en cuenta, que te comenzó de inmediato los tratamientos que consideró pertinentes. Desgraciadamente, ya había transcurrido demasiado tiempo. La enfermedad seguía su curso como si fuera un incendio.

¿Sabes qué, vida mía? Hace un año y medio, cuando perdí el trabajo de la manera que tú ya sabes y que en ese tiempo consideré tan injusta, me causó una amargura tan grande… Pero ahora sé que, la mayoría de las veces, las cosas que nos pasan tienen una razón de ser; casi siempre ignota y misteriosa, pero absolutamente lógica en el orden universal de los acontecimientos. Si yo hubiera estado trabajando en ese empleo tan demandante, en el momento en que tú te enfermaste tan gravemente, el temor a que no le pudiéramos hacer frente a los gastos de tu enfermedad, me hubieran hecho aferrarme a ese trabajo y muy probablemente te hubiera tenido en la casa muy solo. Pero como no tenía trabajo, pude dedicar todo mi tiempo, mi energía y mi voluntad a ayudarte, pero por encima de todo a acompañarte y a disfrutar de estos últimos tiempos de nuestra mutua compañía. Estos últimos meses, hemos estado juntos, muchas veces en silencio, nada más tomados de la mano. Hemos gozado de esa bendita compañía sin que ninguno de los dos se refiriera a que este tiempo, quizá sea el último y que tal vez se nos esté terminando. Hemos estado juntos casi por 30 años, desde aquellos benditos días de nuestro noviazgo telefónico; esos días en que iniciamos una conversación que no ha terminado hasta el sol de hoy, como dicen los puertorriqueños. Este verano, el día de nuestro aniversario de bodas, estuvimos rememorando todos los detalles de esa boda que por tanto tiempo me chocaba recordar; por los muchos contratiempos que hubo y por todas las cosas que salieron mal. Creo, hasta la fecha, que si me hubiera propuesto que todo saliera mal, no lo habría logrado tan perfectamente como salió. Sin embargo, este verano nos hemos reído a carcajadas de todas las tonterías que pasaron y de lo muy enojado que estabas cuando salimos de nuestra misa de novios: ¡recién casados! De hecho, en el carro que nos llevó a la casa de mi papá para celebrar el banquete, nos echamos nuestra primera y muy acalorada discusión de marido y mujer; por cierto que en voz muy baja, casi en susurros porque el conductor del auto era tu primo Robertín, ¿te acuerdas? ¡Cómo nos hemos reído, al acordarnos de todos estos detalles!

Este recuerdo me lleva a la reflexión de que hay bodas tan perfectas y elegantes, pero el matrimonio a veces no dura ni la víspera. Nuestra boda estuvo llena de obstáculos y de detalles que a la gente le parecieron chistosísimos y a mí completamente ridículos; y ¡por supuesto que me amargaron el rato! Pero nuestro matrimonio ha durado ya casi tres décadas. Quiero que sepas que estoy feliz de haberme casado contigo y de que tú me hayas elegido como tu compañera de vida. Hemos sorteado tantos obstáculos y hemos estado juntos en todo: en la salud y en la enfermedad; en los tiempos buenos y prósperos, pero también en los de pobreza y necesidad. Tal como nos lo prometimos en aquel ya tan lejano y lluvioso día de verano en que nos lo juramos solemnemente ante nuestros seres más queridos, pero también ante los chismosos que fueron a la boda sin ser invitados. Nos hemos acordado de la aclaración que te hice pocos días antes de nuestra boda, en la que estaba segura de poderte cumplir casi todas las promesas del juramento católico, excepto eso de que sería hasta que la muerte nos separara. En realidad, no sabía si podríamos estar juntos por un período de tiempo que en ese momento me parecía tan largo. Te dije que yo era firme creyente del divorcio si un matrimonio no funcionaba. Todavía recuerdo cómo te reíste de buena gana y me contestaste que tú también. ¡Qué habladora soy, amor mío! ¿Qué novia le anda diciendo a su futuro marido esas cosas, tan sólo unos cuantos días antes de la boda? Pero el caso es que yo estaba aterrada ante el compromiso que me estaba echando a cuestas y tú, en ese momento, ya eras no solamente mi novio, sino mi mejor amigo. ¿A quién más podría expresarle mis dudas y mis temores con tanta franqueza? Cómo te agradezco la paciencia que me tuviste desde que éramos tan sólo amigos; pero más aún después, durante todos los años en que hemos compartido la cotidianeidad y la rutina, pero también los momentos terribles que se han presentado a lo largo del tiempo. Esos tiempos amargos que tocan toda existencia humana; en fin, lo que es la vida misma. Mucha gente de mi pueblo, algunos de ellos, chismosos que ni siquiera eran mis amigos, me aconsejaron que no me casara contigo. ¡Bendigo al cielo por haberme dado la inteligencia de prestar oídos sordos a esa gente, y por haberme dado la sabiduría de casarme contigo, contra viento y marea, aún en contra de tantas malas predicciones y hasta maldiciones!


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