miércoles, marzo 29, 2017

Poesía / Entrevista al biógrafo de Miguel Hernández

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El poeta español. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 28 de marzo de 2017. (RanchoNEWS).- «Miguel Hernández es un ejemplo ético», exclama José Luis Ferris, autor de Miguel Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un poeta (Fundación José Manuel Lara, 2016), una edición ampliada de la biografía que escribiera hace ya 12 años. «En esta nueva edición, quería matizar y repasar tópicos que se han aplicado a la figura de Hernández», continúa Ferris, que, tras haber firmado en 2004 la biografía de Maruja Mallo, indaga ahora en la relación personal e intelectual que mantuvo Hernández con la pintora de la Escuela de Vallecas. «Al conocer a Mallo, Hernández se encuentra con la reivindicación de aquello de lo que él quería desprenderse: lo rural. El universo de Mallo en su muralismo, aquellas espigas y aquel mundo marítimo, es el mismo universo de Hernández y es que un cuadro de Mallo es un soneto de Hernández», escribe Ana María Iglesia para El Confidencial.

En su biografía, Ferris disuade los vacíos y las dudas que todavía rodeaban la vida y trayectoria de Hernández: la indagación sobre la relación, no sólo con Maruja Mallo y Josefina Manresa, futura mujer del poeta, sino también con la poeta murciana María Cegarra, y la influencia que estas mujeres tuvieron en la escritura de El rayo que no cesa. La lectura atenta de la correspondencia, recientemente publicada, entre Vicente Aleixandre y Hernández, el testimonio de compañeros de celda y el descubrimiento de algunos inéditos –Ferris comenta que hace apenas unos días han aparecido nuevos versos de Hernández– han permitido al autor completar los vacíos que presentaba la anterior biografía. Ante la celebración, en 2017, del Año Miguel Hernández, con ocasión del 75 aniversario de su muerte, que se cumple este martes, Ferris no titubea: «Espero que los derechos de autor no impidan la realización de proyectos interesantes».

¿Ha aparecido entonces un nuevo poema inédito de Hernández?

Sí, se ha publicado en el Diario Información hace unos días. Hoy por hoy, no podemos decir cuánto queda todavía por salir de inédito de Hernández; yo, personalmente, imagino que seguirán saliendo escritos, puesto que él era muy generoso y, en la guerra, si tenía compañeros que lo pasaban mal, aliviaba ese pesar escribiendo poemas para ellos, poemas de los cuales él no se guardaba ninguna copia.

Y hace seis años se descubrieron dos cuentos inéditos dedicados a su hijo.

 Se han encontrado dos cuentos inéditos que debían formar parte de esos otros dos Cuentos para Manolillo que Hernández entregó a su hijo estando en prisión, pocos meses antes de morir, encuadernados y primorosamente ilustrados a la acuarela. Lo que se ha descubierto ahora no sólo son esos dos relatos inéditos, sino que los Cuentos para Manolillo habían sido efectivamente escritos por Hernández, pero no ilustrados por él. El hijo de quien ilustró los relatos, Eusebio Oca, encontró en su casa papel higiénico encuadernado y cortado en varias hojas, cosidas con hilo, en el que estaban, escritos a mano y a lápiz, cuatro cuentos, pertenecientes a Miguel Hernández, quien, en su momento, en la cárcel, los había dado a Oca para que los ilustrase. Sin embargo, de esos cuatro cuentos, Oca llegó a ilustrar solo dos, que, una vez encuadernados por él mismo, fueron entregados a Manolillo; los otros dos quedaron sin ilustrar y permanecieron hasta 2010 inéditos.

 Cuentos para Manolillo forman parte, junto a los poemas reunidos en Cancionero y romancero de ausencias, de la producción de Miguel Hernández durante los años de cárcel. ¿Hernández nunca dejó de escribir, ya fuera en el frente y hasta en sus últimos días de vida en la cárcel?

Siempre, escribió siempre. Miguel Hernández no concebía la vida sin escribir, la escritura y la literatura eran su oficio, no un empleo. En la vida tenemos que distinguir entre oficio y empleo: el oficio es tu pasión, es lo que quieres hacer, aunque no siempre puedas hacerlo y estás obligado a emplearte en otra cosa para sobrevivir. Aunque trabajara como mecanógrafo pasando a limpio textos para José María de Cossío o investigando para la enciclopedia de los toros, también de Cossío, Hernández nunca dejó de escribir poesía, de componer obras de teatro, en definitiva, de hacer literatura, ante todo porque no concebía vivir ningún momento de su vida sin pasarlo sobre el papel y, de hecho, precisamente por esto, podemos rastrear su vida a través de sus poemas y de sus escritos.

Menciona ahora la colaboración con Cossío, que, junto a la investigación en torno la relación, no sólo amorosa sino de colaboración artística, con Maruja Mallo y a la correspondencia con Aleixandre, le han permitido desmontar del tópico de Miguel Hernández poco leído y autodidacta.

Todos los documentos que hemos ido encontrando a lo largo de estos años –cartas, la propia obra, algunos inéditos, testimonios vivos…– nos han permitido desmontar el mito del poeta cabrero y autodidacta, un mito, sin duda, interesado. Los tópicos son muy fáciles, se aprenden y se repiten, sin ver qué hay más allá de ellos. Es muy fácil etiquetar y fue muy fácil etiquetar a Hernández como un poeta cabrero, autodidacta y pobre, pero Miguel era mucho más que esto y, sobre todo, no era un poeta autodidacta, sino alguien que había estudiado durante 10 años, algo nada frecuente entre los vecinos del barrio de Orihuela, donde vivía. No venía tampoco de una familia pobre, sí de una familia austera, pero en absoluto pobre y, finalmente, Miguel era alguien que, al dejar de estudiar y dedicarse al pastoreo, durante escasos cinco años antes de ir a Madrid, traducía latín y leía francés; de hecho, llevaba siempre consigo a Verlaine. Era necesario hacerle justicia y descubrir al hombre con todas sus miserias y con todas sus grandezas.

Afirma que Miguel Hernández fue utilizado tanto por la derecha como por la izquierda, pero ¿cuáles eran las motivaciones para tal manipulación?

Por una parte, lo que sucedió es que la derecha intentó, dentro de lo que cabe, rescatar a Hernández, porque era una persona adorable y muy apreciada, independientemente de dónde militaba y de su ideología; de hecho, tenía amigos en el bando franquista, amigos que nunca rompieron la relación con él y que trataron de ayudarle hasta el final. Éste es el caso de Cossío, de José María Alfaro, de Dionisio Ridruejo o del ministro Rafael Sánchez Mazas; todos ellos son nombres con un peso específico que, cuando Hernández muere en la cárcel, se sintieron dolidos y dañados en el alma, de ahí que algunos trataron de rescatarlo para que no cayera en el olvido. En este contexto, Juan Guerrero Zamora escribe una biografía interesada de Miguel Hernández, una biografía escrita desde presupuestos franquistas y donde convierte a Hernández en un personaje religioso que murió dentro de la religión y que se equivocó de bando político. Por otra parte, el interés reivindicativo de la izquierda convirtió a Hernández en una bandera de la lucha antifranquista y, por esto, solamente interesó recuperar al poeta beligerante y de versos comprometidos. La reivindicación que se hace en los últimos años del franquismo de Hernández es sectaria, en la que se le instrumentaliza, haciéndole un flaco favor, porque, insisto, dan a conocer solo cuatro o cinco poemas de Hernández, aquellos que lo convierten en un radical, pero no rescatan al poeta sereno de las cárceles o al poeta enamorado de El rayo que no cesa.


«El régimen no puede permitirse otro Lorca». Éste es uno de los motivos que se alegaron para pedir la condenación de la pena de muerte de Hernández. ¿Rescatando su figura, el franquismo trató de resarcirse de ese otro Lorca que terminó siendo Hernández?

No se puede generalizar al hablar de la derecha o de los nacionales que ganaron la guerra; no se puede igualar a todos, ya sean de un bando o de otro. Pensemos en la izquierda: hubo gente que quería un mundo mejor, que creyó en el comunismo como vía para construir ese mundo anhelado, pero también hubo gente que quemó conventos. Asimismo, dentro de la derecha, empezando por Luis Rosales, hubo gente que adoraba a Lorca, aun siendo falangista. Y para algunos que empezaron la guerra en el bando nacional fue una tragedia ver que se estaba matado a gente como Lorca y, de hecho, nombres de peso próximos a Franco, como Sánchez Mazas o Ridruejo, no querían que se repitiera un caso como el asesinato de Federico García Lorca. Por este motivo, se asustaron bastante al ver que con Miguel Hernández se podía repetir la historia e intentaron evitarlo. Consiguieron que le indultaran y, creo, llegaron a confiar en que lograrían también liberarlo de la cárcel, de esa condena de 30 años y un día, pero no hubo tiempo.

A diferencia de otro biógrafo del poeta, Eutimio Martín, usted en ningún momento habla de asesinato, aunque sí pone el foco de la responsabilidad en el religioso Luis Almarcha, que había sido maestro de Hernández y que financió Perito en lunas, sintiéndose traicionado por el posicionamiento político que adoptaría el poeta durante la guerra.

Yo, en verdad, creía que Eutimio Martín, en su biografía de Hernández, pondría más el foco en Almarcha. Sin embargo, no se atreve y simplemente dice que Almarcha pagó el pato de la muerte de Miguel Hernández, siendo sólo un elemento más de todo un sistema más complejo. Por el contrario, en Miguel Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un poeta, sostengo lo contrario y tiro de las orejas a Martín: Luis Almarcha tuvo mucha responsabilidad en la muerte de Hernández y lo digo, creo, con bastante claridad.

Sin embargo, evita hablar de asesinato.

Sí, lo evito, porque no se puede hablar de asesinato si uno no se carga a otra persona, aunque también es cierto que hay muchas formas de matar y una de ellas es dejando morir. Esto es lo que hacen con Hernández: lo dejan morir. Sin embargo, repito, la palabra asesinato no me atrevo a decirla, porque no hubo una voluntad de asesinarlo, al contrario, al final, hubo, por parte de algunos, un intento de salvarlo. En efecto, si Miguel Hernández hubiera aguantado más con su enfermedad, le hubiera llegado una orden de traslado al hospital, pero no hubo tiempo, la enfermedad estaba muy avanzada. En cuanto a Almarcha, el hecho de que, al final, Hernández cediera en el matrimonio eclesiástico, puesto que con la llegada de Franco el matrimonio civil ya no tenía valor, para así favorecer a su mujer y a su hijo, hizo que el religioso consintiera que se le transportara al hospital de Valencia. A lo mejor, si la enfermedad no hubiera estado tan avanzada y si él hubiera cedido antes, casándose con Josefina, Hernández se hubiera salvado.

Hernández se resistió a ceder hasta el último momento.

Miguel lo estaba pasando mal, no sólo desde el punto de vista físico; no era poca la calentura mental que tenía, entre la presión que recibía por parte de su mujer, que le decía que debía ceder a todo y que si no lo hacía demostraba que, en verdad, no quería ni a ella ni a su hijo, y la conciencia de que su decisión iba a ser un ejemplo para todos los otros presos, para los cuales Hernández era un ejemplo de aguante y de integridad. Si él hubiera cedido y se hubiera definido como fiel al régimen, su ejemplo se habría desmoronado, habría dejado de ser ese ejemplo que era para todos.

Esta rectitud le lleva a distanciarse de Cossío, quien le presiona para que ceda y así poder salir de prisión, y de Alberti, cuya no participación activa en la guerra Hernández no comprende.

Hernández fue alguien apasionado: apasionado de la vida y apasionado de la lucha. Era muy temperamental, tras el golpe del 1936, no pudo soportar que unos militares hubieran tomado el mando para adueñarse de esa España que se había conquistado democráticamente. Él no concibe lo que está pasando y no concibe que pueda pasar y va al frente, algo que le pone en una situación muy complicada dentro de la familia, puesto que los republicanos acaban de matar al padre de Josefina, su futura mujer. A pesar de esto, Hernández va al frente para detener a los nacionales, que, para el poeta, no tienen otro objetivo que destruir ese mundo democrático y libre en el que él creía. Por ello lucha, pero no lucha desde el despacho, sino desde el frente.

¿La oposición entre Hernández y Alberti es también el reflejo del pueblo que va a la guerra frente a una intelectualidad que simplemente observa y condena desde los despachos?

Efectivamente. Como cuenta en sus diarios el diplomático chileno Carlos Morla Lynch, Alberti y María Teresa de León consiguen exiliarse junto a Santiago Ontañón, al tomar un coche hacia Elda, cerca de Orihuela, desde Madrid, mientras que a Miguel Hernández lo dejan «en tierra». Hernández no llegó a ser un intelectual, pero era una persona de un grandísimo talento; yo estoy convencido de que era un superdotado intelectual, pues es impensable que un chaval de ocho años tuviera la capacidad memorística que tenía Hernández a esa edad. El enfrentamiento con Alberti se entiende en cuanto Miguel, que cree en el comunismo como un sistema de igualdad sin clases sociales, no concibe que la intelectualidad milite en la izquierda y sea comunista pero se acomode y luche por la República sin asumir ningún riesgo. Entre Alberti y Hernández, en definitiva, hay un choque de dos mundos, de dos concepciones del mundo distintas que, sin embargo, luchan y militan en el mismo bando. La diferencia es que Hernández defiende la República desde la primera línea de frente.

Más allá de las desavenencias personales entre ambos, las vidas de Lorca y Hernández son en cierta manera paralelas: Hernández sustituye a Lorca en la dirección de la Barraca y sus finales son símbolos de la represión, el primero durante la guerra y el segundo durante la inmediata posguerra.

Lorca es un gigante, es el gran poeta del siglo XX. La literatura española del siglo XX tiene a Juan Ramón Jiménez, a Antonio Machado y a Federico García Lorca. Miguel Hernández es un poeta que no tiene la proyección universal que tuvo Lorca, pero desde luego tiene un espacio importantísimo dentro de la literatura española porque supo ocupar el lugar que Lorca no llegó a ocupar al morir antes. ¿Qué hubiera sido la obra de Lorca si este hubiera sobrevivido a la guerra? ¿Qué hubiera escrito Lorca durante la guerra y en la posguerra, ya sea en el exilio o desde la cárcel? Estos interrogantes los responde, en parte, Hernández, que supo resolver una fórmula poética que combinaba el compromiso con la altura poética. Y esto es lo que da trascendencia a la poesía de Hernández, aunque, evidentemente, nunca llegó a alcanzar la trascendencia y el reconocimiento de Lorca, cuya trayectoria es absolutamente más extensa que la de Hernández, ante todo, porque Miguel era 12 años más joven.

¿Este reconocimiento le queda aún pendiente respecto a Miguel Hernández?

Sí, todavía está pendiente. Todavía hoy, no se conocen todos los libros de poesía de Hernández; aún hoy Cancionero de ausencias es un libro desconocido, a pesar de su importancia, puesto que si no se conoce el Cancionero tampoco se conoce al poeta Miguel Hernández en su totalidad.


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