lunes, abril 17, 2017

Libros / México: «La vaga ambición» de Antonio Ortuño

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Foto: David Hernández
Tras ser premiado en España por su libro de relatos La vaga ambición, el escritor tapatío charló con Excélsior acerca de la sátira que se autoinfligió. (Foto: David Hernández)

C iudad Juárez, Chihuahua. 17 de abril de 2017. (RanchoNEWS).- Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976) es un vago ambicioso que desconfía de los pedestales literarios. Un escritor-artesano que encontró en la ironía y el sarcasmo el sustrato de sus letras, como en La vaga ambición, el libro de relatos que a principios de abril obtuvo el V Premio Ribera del Duero, donde narra la historia de un escritor de medio pelo, cuarentón y poco conocido que lucha por la supervivencia literaria. Juan Carlos Talavera escribe para Excélsior.

En entrevista con Excélsior, Antonio Ortuño no sólo revela algunas claves de La vaga ambición, su libro autoirónico que circulará a partir del 18 de mayo en las librerías españolas y que alcanzará los estantes mexicanos en junio próximo, donde juega con su alter ego al estilo del Zuckerman de Philip Roth o el Henry Bech de John Updike. También habla de los pedestales literarios, la frustración literaria, la circulación de los libros, su necesidad por no repetir fórmulas literarias y le dedica un instante a Juan Rulfo.

Primero habla en retrospectiva: «Cuando volteo sólo encuentro trabajo. Porque nunca he pensado en la escritura como una forma de aristocracia de las ideas. Siempre me he considerado un obrero, un artesano que trabaja continuamente con palabras e ideas, hasta que de vez en cuando termino un mueble que la gente puede ver», dice el también autor de El rastro.

«A mí me gusta el diálogo directo con los lectores, y las redes sociales me ayudan con eso, a platicar con ellos. No entiendo los pedestales literarios. Hay mucha gente que se finge radical y lo único que hace es treparse a pedestales inalcanzables; eso se nota en el desprecio con que hablan de los lectores, al margen de su autoconstruida torre o púlpito. A mí me importa estar tranquilamente en mi pequeño estudio, donde hay dos perros que me prestan un espacio para escribir... escribir es lo que me interesa», añade.

¿Dónde nació La vaga ambición?, se le inquiere al narrador. “Hace dos años que el libro ya estaba en mi imaginación, con sus seis relatos entrelazados, pero no lo había terminado de escribir ni de conceptualizar hasta poco antes de concursar”.

¿Quién es el protagonista? «Un escritor de medio pelo, cuarentón, medio conocido y medio olvidado, que está en la trinchera de la supervivencia literaria. Es una sátira de mí mismo con muchas experiencias personales. Pero no quiere decir que ahora me haya dado por la autoficción metaliteraria. Generalmente ésta me mata de tedio. Pero intenté hacer algo que fuera exactamente en el sentido contrario: que no matara de tedio ni al escritor ni a quien lo leyera, pero que se acercara a lo que significa escribir para vivir y vivir para escribir».

¿Qué tan literal o literario es? «No es un libro confesional o de memorias, porque ahí todo está retorcido, adulterado, contaminado, embellecido o convertido en algo más aborrecible de lo que fue para darle sustancia a la ficción. Para mí no tendría sentido colocar a un personaje heroico al que todo le sale bien, un hombre que salve la situación o haga la diferencia. Yo no soy nada de eso y dudo que alguien en el mundo literario lo sea».

¿Es un retrato del escritor moderno? «Es un personaje que muestra el lugar que ocupa la literatura en la vida de un escritor, pero no entendida como una actividad sublime, inalcanzable, romántica y tan absolutamente artística que sólo puede ser practicada por estatuas griegas, sino como algo terrenal, lodoso, una trinchera de combate en la que hay un montón de asuntos grotescos, patéticos y risibles».

¿Contiene ecos literarios reconocibles? «Es un libro literario y muy libresco. En un cuento aparecen Walter Benjamin y Mijaíl Bulgákov, dos escritores que me interesan muchísimo. También aparece Guillermo de Normandía y los 300 espartanos en las Termópilas, pero el blanco fundamental de la sátira soy yo, así que es un libro profundamente autoirónico».

¿Por qué La vaga ambición? «El libro contiene cinco relatos y uno más escrito por el propio personaje. Se llama así porque alude al impulso y la irritación del ánimo que lo lleva a uno a escribir, y porque alguna vez dije, en una mesa literaria, que me autodefinía como un vago ambicioso. La realidad es que aunque la cerveza habló por mí, sigo pensando lo mismo».

Escribir y vivir 

Para el también autor de novelas como El buscador de cabezas y Méjico, la literatura es una actividad que produce una enorme frustración en quien la frecuenta, particularmente en la escritura. Un lector podría ser razonablemente feliz, pero el que escribe tiene una multitud de posibilidades de frustración.

«Es difícil que ese maldito texto en el que has dejado las pestañas le interese a alguien, más allá de tu círculo íntimo. Además, es complicado que te publiquen y que tus libros no terminen en una bodega o que los tengas que vender de maneras creativas, entregándolos como si fueran lonches o expendiéndolos a través de un Oxxo».

Y añade: «La vida del escritor se relaciona con factores ajenos a la literatura, como festivales y presentaciones de libros. Hoy es muy posible que un autor, al que nadie lea, pase la vida de feria en feria, de cafebrería en librería independiente o de festival del libro alterativo en feria del libro provincial. Esto existe y tiene esa parte incómoda, a veces risible, de la supervivencia del escritor que litiga chambitas malpagadas, cursos y talleres para los que no todo mundo tiene inclinaciones o aptitudes pedagógicas».

¿Escribes para vivir o vives para escribir? «En mi caso hago las dos cosas al mismo tiempo».

¿Cómo evitas la tentación de repetir fórmulas de libros anteriores? «Con la voluntad férrea de no hacerlo. Me molesta el escritor que hace lo mismo una y otra vez».

¿Qué piensas en este momento del tema Juan Rulfo? «No me considero con derecho a opinar. No he sido el más grande lector de Juan Rulfo, aunque tengo un respeto enorme por su indiscutible calidad literaria. Rulfo no es alguien que haya influido en mí como escritor; lo leí muy tarde en la vida, supongo que por imbécil y por prejuicios, pero no me quiero poner en el centro de la polémica».


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