viernes, abril 14, 2017

Literatura / Entrevista a Jesús Zamora Bonilla

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Jesús Zamora Bonilla
En Sacando consecuencias, el filósofo y divulgador despoja los grandes temas de la disciplina de su pretendida profundidad y los examina a la luz del conocimiento científico con un lenguaje y un discurso asequibles. (Foto: UNED)

C iudad Juárez, Chihuahua. 19 de febrero de 2017. (RanchoNEWS).- Podemos vivir sin metafísica. La verdad, la existencia, la mente, dios, el bien, el mal y todas esas grandes cuestiones son en realidad ideas triviales o directamente falsas. Esta es una de las atrevidas tesis de Sacando consecuencias. Una filosofía para el siglo XXI (editorial Tecnos), un libro con el que Jesús Zamora Bonilla (Madrid, 1963) le enmienda amistosamente la plana a Aristóteles, a Kant y a otros grandes filósofos de la historia a la luz de los descubrimientos científicos realizados en los últimos tres siglos. «El libro no esconde el deseo de ser polémico», reconoce el Catedrático de Filosofía de la Ciencia de la UNED y gran divulgador de la filosofía en internet y en medios de comunicación. No obstante, el autor compensa su agravio a los fundadores del pensamiento racional empezando el libro con un poema-homenaje a Parménides sobre el nacimiento de la filosofía y el fin de los dioses. Otros relatos introducen también a modo de ejemplo cada uno de los capítulos, que tratan de los fundamentos de la razón, de la conciencia, de la libertad, del ateísmo, del relativismo o de la democracia, siempre con un lenguaje y un discurso asequibles. Fernando Díaz de Quijano lo entrevista para El Cultural

¿Por qué Sacando consecuencias y no Sacando conclusiones?

Son dos palabras con significado parecido pero no sinónimo. Conclusión viene de la misma raíz que cerrar, indica clausura, punto de llegada. En cambio consecuencia viene de la misma raíz que seguir. Para mí es más preciso porque el pensamiento es un proceso abierto, una idea siempre me lleva a otra.

¿De qué manera ha influido la ciencia en las ideas filosóficas del siglo XX? Especialmente la teoría de la mecánica cuántica, que pone límites a lo que podemos saber del universo.

La relación entre la ciencia y la filosofía siempre fue problemática. Muchas corrientes filosóficas han sido directamente enemigas del pensamiento científico por considerarlo limitador, otras no se han preocupado de él. Precisamente uno de los objetivos de este libro es enfocar los problemas filosóficos desde el punto de vista de lo que la ciencia nos ha enseñado en los dos últimos siglos. La física cuántica ciertamente ha socavado gran parte de las ideas que se consideraban sólidas como fundamento de la ontología y la metafísica. Por ejemplo, la idea de Aristóteles de que los seres están formados por materia y forma, ya que en la mecánica cuántica no está claro lo que es partícula, lo que es onda o lo que es ambas cosas a la vez. Además describe sucesos que no tienen causa, como la desintegración de un átomo radiactivo, que puede ocurrir en cualquier momento. Eso quiere decir que también es muy posible que la creación del universo a partir de la nada tampoco tuviera ninguna causa.

Aplica el concepto de superveniencia (las propiedades de un nivel «superior» están determinadas por las del nivel «inferior») para explicar que no hay nada «inmaterial» en nuestros procesos mentales, sino que lo que pensamos, decimos y hacemos viene determinado por nuestra biología. De este modo, dice que un ser que fuera una copia exacta de mí mismo, partícula a partícula, en un mundo también copiado partícula a partícula de nuestro planeta, pensaría, diría y haría lo mismo que yo. ¿Cómo es esto posible? ¿Quiere decir que todo está predeterminado y que el libre albedrío no existe?

No significa que todo lo que hacemos o pensamos esté predeterminado, pero sí que está condicionado por lo que les pasa a mis átomos en un momento determinado. Podemos decidir, pero es una cosa que hace el organismo, y lo hace porque lo hacen sus átomos, igual que nuestro estómago hace la digestión porque la hacen sus átomos.

En el libro opina que nuestras herramientas de conocimiento, especialmente aquellas que tienen que ver con la informática y las telecomunicaciones, acabarán cambiando nuestro pensamiento y nuestra forma de razonar. Aunque deja el desarrollo de esta especulación para obras posteriores, ¿cómo cree que pensaremos en el futuro?

Si lo supiera ya habría escrito ese libro, pero nuestra forma de pensar y de valorar y considerar la información va a cambiar. Aún se valora mucho el hecho de que la gente sepa muchas cosas o sea especialista en algo, pero cuando el conocimiento transmitido por ordenadores sea definitivamente más fiable que el nuestro, eso nos liberará de nuestro papel de seres que almacenan información y pueden transmitirla, y nos permitirá dedicar más tiempo a pensar y tomar decisiones.

También dice en Sacando consecuencias que para que una inteligencia artificial fuese considerada humana tendría que poder, además de hacer lo que tiene programado, evaluar si lo que está haciendo es lo que debe hacer y también desear cosas, lo cual le permitiría tomar decisiones morales.

El gran problema de la inteligencia artificial es que en realidad lo que hacen los ordenadores es ejecutar reglas de cálculo, pero los humanos no somos ordenadores, sino animales. Desde un punto de vista evolutivo, las emociones son una capacidad cognitiva primitiva y esta no ha sido tenida en cuenta para construir inteligencias artificiales. La inteligencia humana es una fábrica de emociones sofisticadas que evolucionó hacia la capacidad de cálculo. La inteligencia artificial se ha construido al revés, empezando por la capacidad de cálculo, pero no descarto que en el futuro se incluya en ella la capacidad de experimentar emociones.

Dedica la última parte del libro a la política y sin embargo cree que la filosofía tiene muy poco que decir sobre cómo organizar nuestra vida tanto a nivel individual como político.

Una de las grandes vocaciones de la filosofía es averiguar la forma ideal de organizar la sociedad, y para casi cualquier forma de gobierno encontramos libros que la legitiman, así que es muy difícil averiguar con certeza la mejor forma de organizarnos.

¿Cree que la democracia es la forma de gobierno perfecta o solo la mejor que hemos encontrado hasta ahora?

 Yo creo que la forma de gobierno perfecta no existe. La política es un conjunto de problemas y cualquier solución tiene ventaja e inconvenientes. El problema es que las ventajas recaen en unos y los inconvenientes en otros. Ninguna solución es óptima para todo el mundo, siempre hay ganadores y perdedores. En ese caso, la única cuestión posible es plantearse a quiénes elegimos para ser los perdedores, y en esto la filosofía tiene poco que decir. Todo el mundo está de acuerdo en que es mejor que los ganadores sean mayoría.

En ese capítulo sobre política hace un análisis sobre la democracia directa y la democracia representativa que parece irrefutable: si defendemos que lo más democrático es que la opinión de cada individuo cuente lo máximo posible, la democracia directa hace que el voto de quienes elijan la opción perdedora no valga nada. Por lo tanto, una democracia representativa completamente proporcional sería más justa.

Llegué a esta conclusión participando en muchos debates en internet sobre la cuestión de la democracia deliberativa directa. Mucha gente piensa que el sistema es más democrático cuanta más gente participe en la deliberación sobre leyes y cuanto más directo sea el voto de estas leyes. Yo pienso que es totalmente irrealista pensar que la inmensa mayoría de la gente va a tener ganas de perder el tiempo en este tipo de discusiones políticas, que no le va a compensar la cantidad de tiempo y de esfuerzo y de estudio para participar con una cierta garantía de no decir tonterías en una deliberación sobre leyes. Por eso estoy más a favor de la democracia representativa. Debe haber mucha deliberación y negociación, pero entre personas que se dedican a tiempo completo a ello, y que el control democrático se base en la elección de estas personas. Aunque por supuesto eso es compatible con una democracia más directa que la que tenemos ahora, estaría bien que se votaran más asuntos mediante referéndum.

En este artículo señaló como falacias algunos argumentos que se suelen esgrimir para defender las humanidades frente a su recorte en el sistema educativo. ¿Cuál es su postura en este debate?

La enseñanza de las humanidades es fundamental y posiblemente en el sistema educativo no tengan el peso que deberían tener. Pero lo que motivó ese artículo es que se dicen muchas cosas en defensa de las humanidades que, vistas desde fuera, dan la impresión de ser argumentos que damos únicamente para conservar los puestos de trabajo de quienes se dedican profesionalmente a ellas. Los argumentos tienen que reflejar la verdadera utilidad que tiene para los alumnos estudiar estas materias. Otro argumento que se suele emplear para defender las humanidades es que son imprescindibles para la democracia, pero la mayor parte de los autores que se estudian en humanidades se habrían reído de ello. Platón, Aristóteles o Santo Tomás no verían con buenos ojos que hubiera democracia. Además, no es que la democracia vaya a funcionar peor si la gente no sabe literatura, historia y filosofía, lo que hay que hacer es crear un sistema que funcione bien a pesar de que la gente no sepa de estas materias.

¿Cree que hay una mayor demanda de filosofía por parte del público generalista?

En España ha habido algunos, muy poquitos, filósofos que escriben para el público general, pero no los suficientes, y yo creo que la gente lo reclama. Precisamente una de las razones por las que la filosofía no es popular es porque muchas veces los filósofos hablamos en un lenguaje incomprensible. La gente sencillamente no lo entiende y se aburre. Yo lo que he intentado es acercarla al público que no tiene una formación filosófica universitaria, sino que simplemente son lectores interesados en entender los debates más importantes de la filosofía.


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