jueves, abril 20, 2017

Literatura / España: Mendoza recibe el Cervantes como un premio al humor

.
El escritor catalán Eduardo Mendoza (d), es aplaudido tras recibir hoy el Premio Cervantes de manos de Felipe VI, en presencia de Doña Letizia. (Foto: Juan Carlos Hidalgo / EFE)

C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de abril de 2017. (RanchoNEWS).- «En mis escritos he practicado con reincidencia el género humorístico, y estaba convencido de que eso me pondría a salvo de muchas responsabilidades. Ya veo que me equivoqué. Ahora quiero pensar que, al premiarse a mí, el jurado ha querido premiar este género, el del humor». De este modo arrancó Eduardo Mendoza su discurso con motivo de la obtención del premio Cervantes, que recibió este jueves de manos del rey Felipe VI en la Universidad de Alcalá de Henares, cuna de Miguel de Cervantes, reporta Fernando García para La Vanguardia desde Madrid.

En un repaso de las sucesivas lecturas del Quijote a lo largo de su vida, el autor de La verdad del caso Savolta y La ciudad de los prodigios empezó por recordar la primera que hizo de cabo a rabo cuando, siendo él estudiante del llamado Preu (el curso preuniversitario), «a diferencia de lo que ocurre hoy, la educación humanística prevalecía en la enseñanza, en detrimento del conocimiento científico y «de conformidad con el lema entonces vigente: Que inventen ellos».

«Del mismo modo –indicó–, la pomposa abstracción que hoy denominamos Humanidades antes se llamaba, humildemente, Curso de Lengua y Literatura. Para mis compañeros de curso y para mí, aún más humildemente, la clase del Hermano Anselmo», añadió entre risas. Eduardo Mendoza estudiaba entonces en un colegio ubicado «en un edificio vetusto, de ladrillo oscuro, frío en invierno, en una Barcelona muy distinta de la que es hoy». Y en la clase de Literatura aprendió cosas que, aseguró, no le han servido mucho pero le gustó aprender y le gusta recordar. «Por ejemplo, la diferencia entre sinécdoque, metonimia y epanadiplosis. O que un soneto es una composición de catorce versos a la que siempre le sobran diez». Más sonrisas.

Recordó el escritor cómo por aquellos años la figura del Quijote había sido «secuestrada» por la retórica oficial para convertirla en arquetipo de nuestra raza y el adalid de un imperio de fanfarria y cartón piedra». Solo o con Sancho Panza, a pie o a caballo, esa figura se vendía «a la gruesa» en estaciones y aeropuertos y en muchos lugares estaba presente como cenicero, pisapapeles o apoyalibros: «Malas tarjetas de visita para un aspirante a superhéroe».

Lo que más fascinó a Mendoza del Quijote no fueron «sus empresas e infortunios» sino el lenguaje cervantino. Porque de él absorbió la idea de que con la literatura se puede hacer «cualquier cosa: relatar una acción, plantear una situación, describir un paisaje, transcribir un diálogo, intercalar un discurso o hacer un comentario», y todo ello «sin forzar la prosa, con claridad, sencillez, musicalidad y elegancia».

El ganador del Cervantes, dotado con 125.000 euros, leyó el Quijote por segunda vez cuando él era lo que en tiempos del propio Alonso Quijano «se llamaba bachiller, quizá licenciado… Lo que hoy se considera un joven cualificado y lo que en todas las épocas se ha llamado tonto». Mendoza «llevaba el pelo revuelto y lucía un fiero bigote», aseguró. Era «ignorante, inexperto y pretencioso». Y aspiraba a lo mismo que el caballero de la triste figura, «correr mundo, tener amores imposible y deshacer entuertos», señaló. Para añadir: «Algo conseguí de lo primero; en lo segundo me llevé bastantes chascos y, en lugar de deshacer entuertos, causé algunos, más por irreflexión que por mala voluntad».

Pero también al Quijote le salen mal las cosas, como es sabido, y se equivoca de planteamiento, señaló. «Cree seguir las normas de la Caballería andante pero es un hijo de Erasmo y de la Reforma; cree defender a los débiles pero defiende a los rebeldes y a los que luchan por la libertad». Por eso a él le gustaba el personaje: «No me atraían los héroes épicos sino los trágicos». Porque «un héroe épico se vuelve un pelma cuando ya ha hecho lo suyo, mientras que uno trágico nunca deja de ser un héroe porque es un héroe que se equivoca». Y a esto «no nos ganaba nadie al Quijote y a mí», dijo.

El novelista catalán volvió a releer la obra cumbre de Cervantes –rememoró– cuando era «lo que el Código Civil llama un buen padre de familia». De nuevo admiró el humor del Cervantes, pero ya «nuestra percepción de lo cómico había cambiado», precisó. Lo que descubrió en esta lectura de madurez fue «que había otro tipo de humor en la obra de Cervantes». Uno que no está tanto en las situaciones ni en los diálogos como «en la mirada del autor sobre el mundo»; que camina en paralelo al relato «y reclama la complicidad entre el autor y el lector». Una vez establecido ese vínculo, dicho tipo de humor «lo impregna todo y todo lo transforma».

Es precisamente el Quijote, a su juicio de Mendoza, el que crea esa relación secreta que se establece «por medio del libro pero fuera de él». Una relación íntima que a partir de ese momento «constituirá la esencia de lo que denominamos la novela moderna. Una forma de escritura en la cual el lector no disfruta tanto de la intriga propia del relato como de la compañía de la persona que lo ha escrito», explicó.

Mendoza leyó por cuarta vez la obra cumbre de la literatura en castellano al recibir la noticia de que le habían concedido del Cervantes. Y su conclusión esta vez es que «don Quijote está realmente loco pero sabe que lo está y también sabe que los demás están cuerdos»: justo lo contrario de lo que le ocurre a él, continuó: «Yo creo ser un modelo de sensatez y que los demás están como una regadera, y por eso vivo perplejo, atemorizado y descontento de cómo va el mundo».

Al final de su aplaudido discurso, el galardonado aludió a la «incertidumbre y la confusión» de nuestros tiempos, en los que a su entender vivimos «un cambio radical que afecta al conocimiento, a la cultura, a las relaciones humanas y, en definitiva, a nuestra manera de estar en el mundo». Para concluir, el escritor afirmó: «Recojo este premio con profunda gratitud y alegría. Seguiré siendo el que siempre he sido, y seguiré siendo: Eduardo Mendoza; de profesión, sus labores».

Por su parte, el rey destacó la «convivencia del castellano y el catalán» en la obra de Mendoza: una convivencia que es «algo natural en su ciudad, Barcelona, que él tan bien nos describe en sus novelas». En este punto, el monarca abrió un apartado en su alocución para referirse a la capital catalana como «una de las grandes capitales del libro»; una ciudad que «desde hace décadas ha propiciado un extraordinario ecosistema cultural que ha apoyado y difundido a un buen número de creadores». «Barcelona –prosiguió- fue crucial para el nacimiento y la difusión de diversos fenómenos y movimientos literarios», con importantes profesionales de la edición entre los que citó a Carmen Balcells. Y «es también un lugar fundamental en las andanzas de Don Quijote», agregó.

El rey definió a Mendoza como «trabajador y artesano del lenguaje», primero como traductor e intérprete y luego como autor. Y también como «un maestro en el manejo del idioma» a la hora de acercarnos a las diversas realidades, desde la de los grupos marginales hasta la de las clases altas, en diferentes época y lugares» Felipe VI se refirió a la aparición de La verdad sobre el caso Savolta, en 1975, como «un acontecimiento que transformó completamente el panorama literario en nuestro país». Entre las autoridades que asistieron a la Gala estuvieron tanto el ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, como el conseller catalán del ramo, Santi Vila.

REGRESAR A LA REVISTA



Servicio de Suscripción
* requerido
*






Email Marketing by VerticalResponse