martes, abril 18, 2017

Textos / «Cartas a Henry 6» por Susana V. Sánchez

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Henry James
Henry James. (Foto: Susana James)

C iudad Juárez, Chihuahua. 16 de abril de 2017. (RanchoNEWS).- Continua Susana su dialogo epistolar con Henry, si usted llega por primera vez a esta correspondencia le sugerimos leer las primeras cartas en estos enlaces a continuación. Primera entrega Segunda entrega Tercera entrega Cuarta entrega Quinta entrega 

Septiembre 4, 2013 (por la noche)

A mediodía que me fui a casa, después de dejarte en manos de los enfermeros; y también en compañía de nuestros hijos, Chris y su señora, me encontré con la agradable sorpresa de que Blanquis llegó a casa junto con tus hermanos. Ya me había ella hablado para decirme que iría por ellos al aeropuerto, pero no nos pusimos de acuerdo sobre la hora. Entonces fue una coincidencia que llegaran en el preciso momento que yo estaba en casa juntando las cosas que me encargaste.

Henry querido, todavía quisiste que te llevara tu cigarrillo electrónico; ése que tenías poco tiempo de haber estrenado. Después de los tres años que llevaba yo fregándote que dejaras de fumar, te compraste el electrónico, pero también seguiste fumando. De hecho, tenemos un paquete de cigarrillos en la alacena que casi ni has podido tocar. Pero comprendo que para ti son una especie de talismán. Es un hábito tan fundamental en tu vida que hace meses renuncié a seguirte molestando. Tú, amor mío, tuviste mucha compasión con tu papá cuando ya estaba tan enfermo; incluso le llevabas cigarrillos de contrabando al hospital. Porque tu razonamiento era que para un hombre ya viejo y con un hábito de toda la vida, sería una crueldad tremenda quitarle sus cigarritos con la excusa de que le hacían daño. Tenías razón. Los malos hábitos que todos tenemos de una u otra forma, son bastones o muletas que nos ayudan a sobrellevar nuestras cargas; nuestras debilidades; a soportar las presiones tremendas a las que nos somete el trabajo, o las relaciones que vamos estableciendo durante la vida. Yo siempre te apoyé en las decisiones que tomaste hace muchos años en lo respectivo a tu papá. Aunque muchos de tus familiares te criticaban acremente, yo sabía que tus motivaciones eran las de hacerle a él la vida más llevadera en los tiempos que estuvo hospitalizado. Tú vida mía, eres una de las personas más genuinamente compasivas que he conocido. Te has reído y carcajeado de toda clase de religión organizada; sobre todo de los neo-cristianos que tan superiores se sienten; pero has practicado los valores fundamentales del verdadero Cristianismo durante toda la vida. No sabes que tan honrada me he sentido de ser la esposa de un hombre tan superior moralmente, como lo has sido tú. Ahora, amor mío, que sé lo serio de la enfermedad que tienes; esa maldita enfermedad que muy probablemente esté marcando ya el final; es a mí a la que toca dejar de molestarte. Ojalá pueda devolverte aunque sea en una mínima parte todo el bien que tú has repartido a tu alrededor. Quiero que hagas con el resto de tu vida exactamente lo que quieras hacer.

En realidad, desde que nos casamos, quise que nuestro matrimonio se basara en una relación los más igualitaria posible. Quise que tuvieras mucha libertad, básicamente porque siempre he confiado plenamente en ti. Cuando quisiste estudiar el posgrado te apoyé incondicionalmente; también cuando quisiste establecer los negocios que tuviste a lo largo de tu vida. Sin embargo, confieso que me molestaba mucho que fumaras tanto, porque me asustaba que ese hábito pudiera enfermarte seriamente. Pero, siempre que te tocaban los chequeos médicos, venías feliz y triunfante diciéndome que los pulmones te habían salido rechinando de limpios. Así que seguiste fumando toda la vida, aunque a veces hiciste algunos esfuerzos para dejarlo. Esfuerzos que duraban sólo algunas semanas. Yo trataba de no ser la típica fregona y no estar molestando. Especialmente porque sé lo demandante que es tu trabajo y el nivel de estrés que te genera. Empero, en estos últimos años, conforme nos hemos encaminado hacia nuestra sexta decena, me comencé a preocupar seriamente por ese hábito que yo temía que te pudiera causar un cáncer de pulmón. ¡Pero qué irónica es la vida! Tú, que nunca bebes alcohol, que eres tan ordenado en tus comidas, en las horas que dedicas al descanso o a los trabajos de casa; al tiempo que dedicas a los hobbies que siempre tuviste; tú, que cumples escrupulosamente con tu trabajo, pero a la vez has tenido la inteligencia de dejar los problemas de trabajo en la oficina y nunca traerlos a casa, te enfermas de un cáncer de hígado que ha resultado ser más que fulminante. ¡Jamás me lo hubiera imaginado!

Entontes, amor mío, he decidido dejarte en paz y ni siquiera volver a mencionar nada de tu cigarrito. Simplemente sigo repartiendo los ceniceros por toda la casa. Hoy, te llevé el cigarro electrónico porque sé que no te puedes salir ni siquiera a los jardines del hospital a fumarte los que te gustan, o sea los de a de veras.

Cuando llegaron tus hermanos, les di las llaves de tu carro para que tuvieran la libertad de andar en su propio auto. Cuando arribamos los tres al hospital, te pusiste muy contento de verlos. ¡Eso es lo que quiero, vida mía! Quiero que estés rodeado de todo aquello que te pueda traer un poquito de felicidad y de esperanza. No te imaginas cuánto les agradezco a tus hermanos que vengan. Yo sé que tu familia es muy unida, pero a veces las circunstancias no permiten que las personas viajen, pero a Dios gracias, eso no ha ocurrido y pudieron venir. El doctor no me quiso decir cuánto tiempo te queda de vida, pero sé que es poco. Y esta incertidumbre me mata de desesperación. Christian ha estado todo el tiempo súper al pendiente de ti. Hablamos continuamente por teléfono y desde esta mañana llegaron él y su esposa al hospital. Antes de irnos a Dallas también nos visitaron continuamente y Chris se puso a arreglar el aparato de refrigeración que estaba acumulando mucha agua. No fue algo tan serio por fortuna, y él solo lo pudo arreglar. En estos días cualquier descompostura se me hace una catástrofe.

Al ver a nuestro hijo, con la seguridad con que se pone a arreglar los desperfectos, como tú, pero con la enorme ventaja de ser un hombre fuerte y sano, pienso qué acertada fui para escogerte como esposo, pero también como padre de mi hijo. Entre tú y ese niño, desde que era pequeño ha habido un lazo emocional y de amor tan fuerte… Él te admiraba tanto cuando era niño, y después, durante su adolescencia, con la rebeldía natural del joven, cuando nos ponía a prueba todo el tiempo, tú le tuviste tanta paciencia…y lograste lo que nos propusimos: hacer de él un hombre de bien, amoroso y fuertísimo sobre todo emocional y espiritualmente. Pero a la vez, le legaste todas las destrezas y el conocimiento que tú tienes en muchos campos. Chris es un hombre tan habilidoso y tan handy, como lo has sido tú toda la vida. También fuiste tú quien le enseñó la enorme virtud que es la paciencia y la perseverancia. Es capaz de pasar días de trabajo minucioso para encontrar ya sea, la respuesta a una ecuación muy compleja o comprender las instrucciones de un obscuro manual para poder llevar a cabo una tarea que le interese. Me encantaba verlo cuando era un jovencito, trabajando en la troka que le regaló tu hermano Wilbur; poniéndole toda clase de aditamentos y cosas exóticas, al mismo tiempo que la fue actualizando mecánicamente; por supuesto, sin olvidar el estéreo más caro que pudo comprar con esos sueldos que tenía de incipiente trabajador. Hemos criado juntos a nuestro hijo; pero reconozco que él es mucho más tu hechura que lo que yo haya podido legarle. Me alegro mucho, Corazón, porque las enormes cualidades que he admirado en ti, se las heredaste a él. Hiciste de ese muchachito un hombre verdadero. Lo educaste, le trasmitiste tus valores de hombre íntegro y lo capacitaste para el trabajo. Pero más aún le trasmitiste esa seguridad y la Fe inquebrantable que tú siempre has tenido para afrontar la vida. Los años que estuvo viviendo él solo en Arizona, lo acabaron de adiestrar y lo fortalecieron para encarar el futuro. Pero él ya llevaba el soporte de la educación y de todo el amor que le diste como padre. Y yo, la madre de ese joven ―que ya es un hombre totalmente independiente, que ya casado con la pareja que eligió, ha pasado por la transición de establecer su propio hogar sin ninguna clase de vacilaciones― no puedo menos que llenarme de un legítimo orgullo porque ese joven es la obra principal de nuestras vidas. Observo a otros muchachos equivocarse tan crasamente, jugar con su salud al andar coqueteando con las drogas; o jugarse la vida al involucrarse con gente indeseable o con cosas turbias; y le doy gracias al cielo que mi hijo se haya salvado de cometer errores así. Sé que así fue porque tiene un alma básicamente sana, pero también es así por el sólido escudo de respeto a sí mismo y respeto a los demás que tú le legaste desde que era un pequeño.

Cuando decidió irse a Arizona en pos del amor, te vi tan preocupado y sin embargo te convencí de que lo dejaras irse porque para ese joven ya había sonado la hora de marcharse a conocer y a conquistar el mundo. El día que se subió en su troka, cargada con todas sus cosas para partir tan lejos de nosotros, se me rompió el corazón, pero sabía que tenía que permitirle a ese muchacho que fuera a encontrarse consigo mismo. Y allí estuviste tú, vida mía, para despedirlo y para consolarme a mí cuando nuestro bebé alzó el vuelo para tomar su propio camino.

Sé que la vida humana no es perfecta. Más bien, como tú siempre lo has afirmado, la vida humana es perfecta en su imperfección. Es totalmente cierto. Y por otra parte, sé que las vidas que parecen más perfectas pueden desmoronarse de un día para otro, por una gran tragedia o simplemente por, como decía mi papá, los pellizquitos de pulga de todos los días, que se juntan y se vuelven un volcán. Nuestra propia vida es un buen ejemplo de eso. Pero así como tú siempre me ayudaste, con tanto donaire y con la Fe inquebrantable que has tenido siempre, a afrontar los trancazos que nos tocaron en suerte y a capear los negros nubarrones de los temporales que amenazaron a veces con destrozarnos, sé que mi hijo tiene la fortaleza y la voluntad para afrontar sus propias batallas. Y la tiene porque tú lo formaste, porque fuiste un padre maravilloso. Gracias, querido esposo, querido padre de mi hijo. Lo que tú me has dado no lo puedo pagar aunque viviera mil años.

Hoy que veo a nuestro hijo facilitando todo, ayudándonos tan decididamente durante tu enfermedad, devolviéndote el amor que tú le brindaste, le doy gracias a Dios por permitirnos estar tan unidos como familia, por amarnos tanto y por darnos esta fortaleza que sólo puede darse a través de la solidaridad y el amor.


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