viernes, mayo 05, 2017

Artes Plásticas / España: Obtiene William Kentridge el Premio Princesa de Asturias de las Artes

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El artista sudafricano. (Foto: AFP)

C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de mayo de 2017. (RanchoNEWS).- El artista William Kentridge, galardonado hoy con el Premio Princesa de Asturias de las Artes, es un atípico exponente blanco del arte sudafricano que centra su obra en los horrores de la segregación racial, con una mirada especialmente avergonzada sobre el régimen del Apartheid, informa la agencia EFE desde Nairobi.

Nacido en Johannesburgo (1955), Kentridge se sirve de un extenso abanico de disciplinas artísticas –dibujo, escultura, fotografía, teatro, cine– para retratar la humillación sufrida por la población negra y la tensión aún vigente en muchos sectores de la sociedad de su país.

Su padre, Sydney, fue uno de los famosos abogados defensores de los derechos civiles de las víctimas del apartheid, lo que impulsó a Kentridge a interesarse por la historia de su país y condicionó su polifacética obra.

En 1976 obtuvo el título de Ciencias Políticas en la Universidad de Witwatersrand, precisamente uno de los habituales escenarios de las recientes protestas contra la «descolonización» de la enseñanza en Sudáfrica, y posteriormente estudió durante dos años en la Fundación de Arte de su ciudad natal.

En el inicio de su carrera, Kentridge alternó el diseño de producción de series televisivas con la enseñanza de grabado, etapa en la que desarrolló una técnica propia de animación propia con la que filmó 9 Drawings for Projection (9 Dibujos para Proyección), una serie de cortos que le valió el reconocimiento mundial.

El largometraje, filmado en película de 35 milímetros, cuenta en nueve pasos la historia del dueño de una mina que se niega a aceptar los cambios sociales y políticos que atraviesa Sudáfrica: un único dibujo de carboncillo que experimenta múltiples variaciones en sus trazos y elabora un discurso narrativo a través de la transformación.

«Mi trabajo es la provisionalidad del momento», definió el propio autor, que mantiene el dibujo de influencias goyescas como principal vehículo expresivo, combinándolo con continuas incursiones en el cine y el teatro.

Una de las más recientes es la obra de marionetas Ubú y la Comisión de la Verdad, una revisión de Ubú Rey de Alfred Jarry en la que, una vez más, airea los crímenes cometidos durante el antiguo régimen de discriminación racial.

Su obra, expuesta en los principales espacios expositivos del mundo –MoMa (Nueva York), Louvre (París) y Albertina (Viena), entre otros–, está particularmente arraigada en su país, aunque intenta abordar de una forma global las humillaciones sociales en un contexto poscolonial.

Una constante que estuvo presente en su primera exposición en España (Málaga, 2012), en la que reflexionó sobre la migración a través del proceso de creación de una serie de tapices de gran formato acompañados de esculturas, collages y dibujos.

Y también el pasado año en Berlín, donde una gran procesión basada en el poema de conmemoración a las víctimas del Holocausto La fuga de la muerte, de Paul Celen, en la combinó una proyección en cinco pantallas con el desfile de decenas de actores, bailarines y músicos.

En esta exposición, la organización del Martin Gropius Bau de la capital alemana calificó su obra de «inusual», un adjetivo que sirve para describir, de forma general, el compromiso, la técnica y la creación de uno de los artistas más desconcertantes de la vanguardia.


La opinión de Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía (Publicada en ABC)

William Kentridge recibe un reconocimiento clave con el Princesa de Asturias de las Artes, puesto que se ha convertido en uno de los artistas más exitosos de las últimas décadas, aunando la aceptación popular y el aplauso de la crítica. Creo que hay dos elementos que pueden explicar el éxito singular de Kentridge, y ambos revelan la forma en que su obra ha sabido tocar el nervio de aquello que define lo contemporáneo. Por un lado hay un rasgo anacrónico característico de los mejores artistas de nuestra época, marcada por la hipertecnificación y la hegemonía absoluta de lo digital. En un momento así, en el que todos además podemos apreciar el peso de esa poderosa presencia en nuestros «gadgets», él decidió volver al cine realizado en 16 milímetros, con animaciones manuales de dibujo, sin un solo apoyo digital. Ese anacronismo es una de las más fértiles contradicciones de lo contemporáneo. El otro rasgo es la teatralidad, un aspecto que le ha permitido alcanzar algunas de las cumbres de su obra.

Pensemos que Kentridge es uno de los grandes diseñadores de espacios escénicos del mundo, y sus intervenciones para óperas han sido hitos que unen la gran audiencia de lo popular con el éxito de crítica. Sus escenografías para «La Nariz» de Dimitri Shostakovich o «Lulú» de Alban Berg. Además, su cercanía con el mundo del teatro es más elemental porque se ha interesado por el modo en el que la dramaturgia trabaja con los sentimientos humanos.

Cabe destacar también que la popularidad de sus obras se ve reforzada por el universo de referencias empleado, desde las cinematográficas de un mundo anterior a la gran industria de Hollywood, del cine popular de Buster Keaton, a las literarias de autores como su compatriota Coetzee, además de Hegel o Brecht.

Por último, añadiría un tercer elemento que lo hace singular más allá de las dos características citadas: que siendo un artista blanco en un continente negro como África ha trabajado con un sentido de desplazamiento permanente. Por educación, sus referencias son europeas y cultas: Goya, Brecht, Beckmann, Grosz... Así que utiliza su lenguaje con la conciencia de desplazamiento del discurso, sabiendo que ese lenguaje es, en ese continente, impuesto, de una tradición colonial. De esa intersección emerge su planteamiento del paisaje africano, africano pero blanco. Aquí la referencia literaria de Coetzee es indudable.

El paisaje como género

Y más interesante es aún recordar que el paisaje es un género característico del arte burgués del XIX, que lo separa del arte religioso medieval o de la representación de la aristrocracia del Antiguo Régimen. Coetzee y Kentridge replantean el paisaje y lo hacen suyo a través del lenguaje de otra cultura. Este es otro de los puntos que le hacen una figura muy singular y le han permitido crear un espacio poético personal que, sin duda, el premio Princesa de Asturias ha venido a reconocer.

Es sabido que en otoño el Museo Reina Sofía le dedicará una amplia retrospectiva, de la que soy comisario. Quiero recordar que hice mi primera exposición en el MACBA con él. La diferencia tras veintisiete años, es que entonces dábamos a conocer su obra tras los años de bloqueo internacional por el apartheid. Hoy ya no es un descubrimiento, sino un reconocimiento. Hace dos años que trabajamos en la muestra, centrada en cómo un artista se replantea su trabajo después de un éxito tan apreciable y tan dilatado. Desde lo popular y lo teatral.


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