martes, mayo 09, 2017

Artes Plásticas / Inglaterra: Giacometti en la Tate, más allá de las figuras alargadas

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Una mujer pasea ante varias esculturas de Giacometti. (Foto: EFE)

C iudad Juárez, Chihuahua. 8 de mayo de 2017. (RanchoNEWS).- La Tate Modern de Londres inauguró en junio una extensión, una torre de diez plantas, que costó 300 millones de euros. Aumentó así su superficie, ya enorme, un 60 por ciento. En números gruesos ha resultado un éxito: el museo de arte moderno recibió el año pasado un millón de visitantes más, hasta llegar a los 5,8 que lo convierten en la tercera atracción del Reino Unido, reporta Luis Ventoso corresponsal de ABC.

Sin embargo, cuando se acude al centro de la orilla Sur del Támesis enseguida se percibe una disfunción: muchísimas personas llegan más atraídas por el edificio y por las formidables vistas de Londres que ofrece la nueva torre que por el arte que allí se alberga. Ayer, por ejemplo, en unas inmensas salas del nuevo espacio dedicas a las inefables «instalaciones» apenas se veía a media docena de personas (dos sólo en la estancia con las patochadas de Marina Abramovic).

Esa falta de comunión con el gran público no especializado se acrecienta porque la nueva dirección ha fijado como doctrina apartarse de los tradicionales tótems del arte, casi todos hombres y occidentales, para apostar por las mujeres y por otras etnias. Pero al final el público demanda figuras consagradas, que son las que funcionan. Así que la multicultural y feminista directora Francis Morris acaba cediendo e incorpora al programa algún nombre evidente, aunque arrastre el pecadillo de ser varón, blanco y europeo. Por ejemplo, Alberto Giacometti, el escultor y pintor suizo (1901-1966), del que mañana se inaugura una gran y estupenda retrospectiva.

Giacometti, que se murió en Suiza a los 64 años, consumido por su inseparable cigarrete, es hoy oro en el mercado. En 2015 se pagaron en una puja 141 millones de dólares por su escultura «Hombre señalando». Además, cualquier persona de cierta cultura general reconoce al famoso escultor de las figuras delgadísimas, singularmente estiradas, que transmiten la angustia de la condición humana.

Hijo de un pintor reconocido, trabó amistad en París con lo más granado de su tiempo. Sintió el influjo de Breton, daba paseos mudos con Beckett y su efigie de ave rapaz, cenaba con Sartre y Simone Beauvoir, que tan mal han envejecido moralmente, y mantenía un trato amigable/difícil con Picasso (el malagueño se choteaba de su eterna repetición y el suizo lo veía como un artista decorativo).

El interés de la exposición de la Tate, primera que le dedica desde una monumental en 1965, radica en que desborda el Giacometti más reconocible y muestra toda su carrera: su fase cubista; su compromiso surrealista, con la excelente «Mujer con la garganta cortada» (1932), mitad fémina, mitad escorpión; su etapa de diseñador de joyas, jarrones y paneles para llenar la cartera en París; las miniaturas de sus años de refugio en Suiza durante la Segunda Guerra Mundial (tan pequeñas que cuando volvió a Francia decía que toda su obra ginebrina le había cabido en seis cajas de cerrillas).

Por supuesto, claro, también están las reconocibles figuras alargadas, entre las que destaca la recuperación de ocho de las nueve mujeres de frágil yeso que presentó en la muestra de Venecia de 1956, felizmente restauradas. El recorrido se cierra con los retratos, magníficos, que pintó en sus años finales, cuando alternaba a su mujer Anette, con una amante veinte años más joven, Caroline. La titular posaba para él de día y la nueva musa en las noches.

Giacometti dormía siempre con la luz encendida. Su notable éxito en vida nunca apagó sus temores, que son los que laten en recomendable exposición.



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