martes, mayo 02, 2017

Artes Plásticas / México: Jorge Domínguez Cruz pintor indígena desata fervor de coleccionistas de Alemania y EU

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 Mónica Mateos
«Un día comencé a trabajar en un lugar donde vendían antigüedades y tenían muchos libros de arte, Rafael, Caravaggio. Era en el Centro Histórico, caminaba por Justo Sierra y veía los cromos de obras de Da Vinci. Ahí fue donde conocí el arte de Salvador Dalí», explica Jorge Domínguez Cruz (Mata de Otate, Veracruz, 1986) en entrevista con La Jornada, en su estudio. (Foto: Mónica Mateos)

C iudad Juárez, Chihuahua. 2 de mayo de 2017. (RanchoNEWS).-El surrealismo no ha muerto, y como bien decía André Breton, uno de los ideólogos de esa corriente artística, es en México donde se manifiesta siempre su vigor. Así lo consideran coleccionistas alemanes y estadunidenses, entusiasmados con la obra del joven pintor mexicano Jorge Domínguez Cruz (Mata de Otate, 1986), de cuyo pincel emanan sueños, colores y exuberancias, reflejo de su natal Huasteca veracruzana. Mónica Mateos-Vega reporta para La Jornada.

El artista exhibe estos días su obra en Chicago, luego de un fructífero viaje por Europa, donde fue aplaudido como nunca, sobre todo en Berlín, Alemania.

El reconocimiento a su trabajo en el extranjero llega después de un difícil camino en el arte, expresa en entrevista con La Jornada.

«Muchos europeos piensan que en México también estamos bombardeados con todo eso del arte conceptual, y se sorprenden de que la pintura se siga haciendo. Sólo les digo que pinto lo que es mi ser, mi esencia», explica el artista, autodidacta, orgulloso de sus raíces indígenas.

Todo comenzó en su natal Mata de Otate, comunidad tének (huastecos) de apenas 500 habitantes, en el municipio de Chontla, en el norte de Veracruz, donde no llegan acuarelas ni pinceles.

Ahí germinó en Jorge Domínguez la pasión por el dibujo, primero con el único fin de copiar en las pastas de sus libros de la escuela o en cartulinas las formas extravagantes de las rocas y los paisajes voluptuosos. También rayaba pedazos de madera o el suelo de tierra con una piedra, coleccionaba flores rojas o amarillas, y machacaba plantas para obtener mezclas de colores.

«Intenté con muchas yerbas y tallos para obtener pigmentos, porque quería pintar, expresar lo que pensaba. Miraba moler en el molcajete diferentes salsas y yo pensaba ‘eso es para pintar’. Estaba fascinado con el colorido, era un niño», rememora.

De la mano de Da Vinci

Jorge Domínguez, el último de ocho hermanos, fue buen estudiante, asegura. Le gustó desde el principio la escuela, «el conocimiento. Sacaba puros dieces. Por eso mis papás me tuvieron confianza cuando les dije que quería ser arqueólogo, científico, doctor o maestro. Me animaban a todo. Un día, en cuarto de primaria, en un libro de texto leí la historia de Leonardo da Vinci, y me maravilló saber que fue pintor y en otro momento inventor o matemático. Ahí fue donde descubrí qué quería de la vida».

Uno de los maestros de primaria de Jorge lo invitó a participar en un concurso para la creación del escudo del municipio y le compró unas acuarelas; fue la primera vez que tuvo unas. Si bien no ganó el certamen, el niño se dio vuelo pintando con sus nuevas herramientas.

«Mi imaginación se desbordó al tener los colores; no hice lo que querían. Pero seguí dibujando, me iba a la milpa a explorar el paisaje. Usaba en esa época también el tizne que queda en los cultivos al quemar la basura o la leña. Era una felicidad total mirar y pintar la naturaleza, el campo, su transformación, las formas extravagantes. Así fui creciendo».

En la secundaria, Jorge Domínguez participó en más competencias de dibujo hasta que ganó el primer lugar y tuvo la oportunidad de viajar a la capital de su estado y mostrar su visión de los cerros y las casitas de palma de su terruño.

«Me seguí preparando y los maestros me apoyaban mucho, incluso cuando había exámenes de física o matemáticas ellos decían: ‘el pintor está exento, porque tiene que seguir trabajando’, y la misma escuela aportaba para conseguir mis materiales y apoyarme para ir a los concursos de pintura. No usaba óleo todavía, sólo me compraban pinturas Vinci o acrílicos. Fue una motivación muy grande.»

Hace 14 años, Domínguez Cruz decidió emigrar a Ciudad de México con la intención de aprender más sobre el arte. Renta un pequeño cuarto en la colonia Roma, que tiene acondicionado como estudio y dormitorio.

En las puertas del clóset se puede leer la frase, que extrajo en algún libro dedicado a los surrealistas, la cual lo guía durante sus jornadas creativas: «Pintor, estarás obligado por consiguiente en el mismo principio de tu trabajo a decidir sobre tu blanca tela, no te es dado pintar todo el universo entero, deberás elegir una pequeña parte donde debes hacer sentir toda esa empatía y antipatía del universo».

En la capital del país, el artista conoció la obra de los muralistas que había visto en libros, la Academia de San Carlos, los museos, galerías, bibliotecas, fue a conciertos, «tantas cosas que necesito para continuar mi formación de pintor».

Sin embargo, el camino fue complicado porque llegó sin nadie que lo ayudara o recomendara en el mercado del arte. «Llegué sólo con mis pinceles y algunos cuadros bajo el brazo. Pensaba que era fácil llegar a un museo y colgar ahí mis cuadros. Mis obras se habían rifado en mi pueblo, no sabía que existían galerías».

En 2016, el gran salto

«La ciudad –prosigue Jorge Domínguez Cruz– no me intimidó. Me sentí muy a gusto al estar rodeado de arquitectura, de literatura, o de las personas en el transporte público. Me entró la locura. Busqué trabajo en una tienda de ropa, de ayudante general, y en limpieza, con tal de ganar centavos para comprar mis materiales.

«Un día comencé a trabajar en un lugar donde vendían antigüedades y tenían muchos libros de arte, Rafael, Caravaggio. Era en el Centro Histórico, caminaba por la calle de Justo Sierra y veía los cromos de obras de Da Vinci. Ahí fue donde conocí un día la obra de Salvador Dalí y me dije: ‘de aquí soy’, porque también traía sueños, locuras que invento en mis paisajes.»

Jorge comenzó a investigar acerca del surrealismo y sin dudarlo se sintió parte de ese movimiento artístico de principios del siglo XX, explica, «ese fue el momento en el que comencé a plasmar más lo que sentía, y poco a poco comencé a vivir del arte, a participar en exposiciones y a recibir invitaciones para ir a otros países. El año pasado fue el gran salto, aunque las ventas nunca son algo seguro, la obra se está viendo y moviendo».

Periplo internacional

«He solicitado becas al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), pero hasta el momento no me han dado una. Son los coleccionistas particulares los que creen en mi trabajo y están al pendiente, al igual que quienes me invitan a exposiciones en Quintana Roo, Oaxaca, Los Ángeles, Dallas.

«Lo que vendí en Estados Unidos –explica Jorge Domínguez Cruz– financió mi viaje a Europa.»

Habla con entusiasmo de su periplo internacional, pero ningún reconocimiento del exterior se compara al que le brinda su natal Mata de Otate, donde organizó un festival con la finalidad de preservar las tradiciones de la etnia tének.

«Tengo un compromiso con mi comunidad, sobre todo, me gusta apoyar a las nuevas generaciones, que se inspiren. Muchos muchachos me preguntan cosas y lo que puedo les respondo, porque mi formación es autodidacta. Pero sigo aprendiendo, y lo más importante, pintando», concluye.

El día 12, en el centro cultural Musa, en Guadalajara, Jorge Domínguez abrirá su exposición individual Orígenes: esencia perpleja, que concluirá el martes 30 de mayo.

Parte de la obra del joven pintor se puede apreciar en la página de Internet.

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