jueves, junio 01, 2017

Arquitectura / Entrevista a Norman Foster

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José Manuel Ballester
Norman Foster. (Foto: José Manuel Ballester)

C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de mayo de 2017. (RanchoNEWS).-El próximo 1 de junio, coincidiendo con el 82 cumpleaños del arquitecto y la celebración del foro Future is Now, arrancarán oficialmente las actividades de la Fundación Norman Foster. La sede, situada en pleno centro de Madrid, acogerá un centro de investigación y desarrollo para la promoción de proyectos experimentales a escala global, así como el archivo del propio Foster, un valioso y creciente legado que el protagonista detalla en conversación con Inmaculada Maluenda y Enrique Encabo para El Cultural.

Sir Norman Foster (Mánchester, 1935) sube los escalones de la sede de su nueva Fundación, un palacete de principios del siglo XX en la madrileña calle de Montesquinza. Su apretón de manos -ofrece la derecha, aunque sea zurdo- es sorprendentemente ligero: «Llámeme Norman», sonríe.

En el patio, unos operarios se preparan para instalar una celosía suspendida de Cristina Iglesias que cubrirá el acceso al pabellón: una Wunderkammer de fetiches y logros que contendrá desde maquetas de los aviones pilotados por el propio Foster a lo largo de su vida, a obras de artistas como Andreas Gursky o Iñigo Manglano-Ovalle, el Voisin que conducía Le Corbusier o un tramo del muro de Berlín.

Nos alojan en un despacho de la planta superior. Alrededor, se suceden dibujos y maquetas de distintas épocas, aperitivo del festín para eruditos que supondrá el acceso al legado de Foster, cuyo archivo, accesible por internet, supera ya las 70.000 referencias.

Parece un momento oportuno para inaugurar este espacio. Sus convicciones sobre determinados aspectos que se reflejan en su trayectoria, como la apuesta por el entendimiento de un mundo global, atraviesan ciertas turbulencias políticas en países como Inglaterra o Estados Unidos.

Es cierto que como arquitecto siempre he ido un poco a la contra. Aunque algunas de las ideas que más me interesan, como los edificios de bajo consumo energético, se hayan vuelto muy populares, cuando comencé a trabajar con ellas, a principios de los 70, ni siquiera existían expresiones como «arquitectura verde». En mi opinión, ya no es posible revertir la globalización. Se trata de una realidad, aunque quizá sus efectos hayan devenido en ciertas dificultades para las economías más avanzadas. Siempre existirán intereses que se resistan al cambio, pero me gustaría pensar que tanto el Brexit como Trump son una suerte de perturbaciones dentro de una corriente mucho mayor. Esta mañana, en la primera página del New York Times, había una noticia de la que, aunque conocida por todos, no creo que seamos conscientes de su magnitud: las inversiones de China en infraestructuras, en redes de conexión. No soy capaz de ver cómo es posible volver a los combustibles fósiles, cuando las energías renovables ya están listas y contamos con el conocimiento para crear edificios que generen más energía de la que consuman. Creo que la cordura prevalecerá. Es necesario adaptarse a los cambios y mirar al futuro. Como he dicho en muchas ocasiones, para ser arquitecto es necesario ser optimista.

Compromiso y tradición

Suele afirmar que se siente más cómodo dejando que su trabajo sea el que hable por usted. ¿Qué cree que comunica todo el legado aquí expuesto?

Sería más fácil para cualquier otro responder a esto, porque para hablar de uno mismo se necesita cierta distancia. En muchos casos muestran ideas en las que creía, pero que no era posible cuantificar y que, con el tiempo, han sido demostradas científicamente, como que el diseño aumenta nuestra esperanza de vida. La semana pasada impartí una charla en Londres en la que revisé algunos proyectos antiguos y enseñé trabajos recientes, como el campus para Apple en Cupertino. Son espacios de trabajo, lugares en los que cada vez pasaremos más tiempo, casi más que en nuestras casas. Una de las ideas esenciales de este edificio es que pueda respirar de manera natural, consumir menos energía y crear un paisaje. Son ideas en las que hemos trabajado desde nuestro origen, por lo que diría que siempre existe una clara continuidad en nuestra filosofía, en la manera en la que nos aproximamos a los problemas. Me gustaría pensar que mi trabajo manifiesta esa consistencia.


Exterior del edificio de la Fundación Norman Foster

¿Siente aún la necesidad de apoyar su trabajo en preguntas radicales previas al diseño?

Sí, más que nunca. Mi mujer me organizó una fiesta de cumpleaños sorpresa hace un par de años. Entre los invitados, gente a la que hacía mucho tiempo que no veía y unos de ellos era, precisamente, Fred Olsen, el naviero noruego que fue uno de mis primeros clientes. Me recomendó como arquitecto con estas palabras: «Hará las preguntas adecuadas».

Aunque habla de innovación, parece muy interesado en la tradición de la arquitectura, como evidencia el proyecto para el aeropuerto de drones que están desarrollando en Ruanda desde la Fundación, una bóveda cerámica. ¿Se ve a sí mismo como parte de esa tradición?

A veces comienzo mis charlas a los estudiantes explicándoles que para mirar al futuro es necesario volver al pasado. Una de las consecuencias imprevistas que me ha aportado la Fundación es la oportunidad de investigar algunos temas que había dado por supuestos. En este momento, por ejemplo, estamos realizando unas maquetas con el propósito de mostrar las conexiones entre el aeropuerto de drones y otras investigaciones en marcha, como un habitáculo lunar para la Agencia Espacial Europea o un proyecto para Marte con la NASA. Cuando arrancamos, me pregunté por qué no rastreábamos la historia de este tipo de estructuras [Foster despliega encima de la mesa un gráfico con imágenes históricas de cúpulas y bóvedas]. Además de mirar la obra de Rafael Guastavino -un constructor español con el que me di de bruces en Nueva York-, también hemos recopilado ejemplos de otros espacios abovedados muy conocidos, como el Panteón, Santa Sofía o la capilla Palatina, hasta llegar a Gaudí o a las estructuras de Félix Candela y Eduardo Torroja. Al ver el conjunto, fuimos conscientes de que un proyecto como el nuevo aeropuerto para Ciudad de México, capaz de salvar unas luces relativamente heroicas, en realidad tenía un precedente muy claro en el de Stansted (1991). Así que, aunque al principio creía que el proyecto de México era una ruptura radical, ahora veo que en realidad adopta y amplifica la idea de la cúpula y se relaciona naturalmente con algo tan pequeño como el aeropuerto para drones: todos pertenecen al mismo linaje histórico. Por tanto, si me preguntan si me considero un arquitecto engarzado en la tradición, diría que sí.

Aunque la Fundación sea el más reciente, no es el último de sus proyectos en Madrid. En un futuro realizará la ampliación del Museo del Prado. Cuando se presentó al anterior concurso, hace veinte años, decidió retirar su proyecto. ¿Qué ha cambiado para que se animase a participar de nuevo?

Aunque no recuerdo todo con precisión, sí que las condiciones del antiguo concurso incitaban a actuar en una dirección muy diferente a la que nos interesaba. En ese momento, creíamos de manera rotunda en mantener las entradas tradicionales. En intervenciones similares que hemos hecho, como la ampliación del museo Joslyn en Omaha (1994) o el museo de Bellas Artes en Boston (2010), recuperamos las trazas axiales de los edificios y sus entradas originales. Pero esa lógica no era posible en ese primer concurso. De modo que, cuando surgió esta nueva oportunidad me sentí realmente atraído. Sólo hay un Prado. Observamos el entorno y pensamos que quizá fuese una buena ocasión para mejorar las conexiones con la ciudad en términos de tránsito peatonal y lograr así que El Prado se relacionase de manera más adecuada con los espacios públicos, y hacer que todo el conjunto sea todavía más robusto.


Interior de la Fundación

Lleva más de medio siglo en la primera línea de la arquitectura mundial. A principios de los 90, usted no solo había levantado proyectos como el Hong Kong Shanghai Bank y Stansted, sino que ya había visto cómo se demolía uno de sus primeros trabajos: las oficinas de Fred Olsen en Canary Wharf [Foster ríe]. ¿En qué cree que ha cambiado la arquitectura a lo largo de este tiempo?

En todo y en nada. No ha cambiado en sus raíces ni en las necesidades humanas que la originan, pero sí en nuestra capacidad para predecir las formas, gracias a la velocidad y los medios que ofrecen los ordenadores. Ahora es posible imprimir un modelo en 3D como si fuera una hoja de papel o generar imágenes sintéticas de un edificio imposibles de distinguir de una fotografía real. Pero no son más que herramientas que, en ningún caso, sustituyen a la creación. Si nos fijamos en las maquetas de Gaudí, con sus catenarias y sus pesos, eran extraordinariamente complejas, a pesar de ser analógicas. Así que, pese a la importancia de los cambios en relación con el uso de las tecnologías, si tuviera que definir hoy la arquitectura me seguiría retrotrayendo al firmitas, utilitas y venustas de los romanos. Hoy, una gran parte del planeta todavía carece de cobijo alguno, no digamos ya de arquitectura. Pero la profesión de los arquitectos no entra a considerar aspectos como la creación o la gestión de asentamientos informales. Quizá la Fundación sea un vehículo con el que logre potenciar este tipo de preocupaciones. Me gustaría pensar que la arquitectura del futuro se enfrentará a esos desafíos.

Parece interesado en una idea cultural de la tecnología, menos evidente, más integrada. ¿Cree que es importante mantener cierto aspecto emocional? Usted es piloto, ¿echará de menos el rugido de los motores?

Será una oportunidad de mercado extraordinaria. A medida que nos adentremos en un mundo en el que lo que importe sea el transporte y no el coche como objeto, se volverá algo extraordinariamente deseable. Creo que es algo que ya está empezando a ocurrir. El otro día, un coleccionista de coches antiguos me contactó desde Argentina porque quiere que diseñemos un vehículo sin conductor para la ciudad de Miami, y quiere basarlo en la experiencia de conducir ese tipo de piezas clásicas. La gente seguirá coleccionando coches, y los conducirán como una suerte de lujo. Sin ir más lejos, en Silicon Valley, la cuna del mundo digital, es posible encontrar libros muy raros. Nosotros realizamos todas nuestras presentaciones para Apple de forma analógica: las maquetas son muy grandes, para que uno pueda casi meterse dentro, y los prototipos y modelos se fabrican a escala real. Creo que el mundo digital realzará cada vez más nuestra pasión por el objeto mecánico. No es que vaya a convertirse en algo universal, pero sí que una parte significativa de nuestra sociedad seguirá apostando por su pervivencia.

Un foro para el futuro

En su primer acto en Madrid, la Fundación Norman Foster organiza Future is Now, un foro de debate multidisciplinar sobre el presente de las ciudades, su urbanismo, tecnología, diseño e infraestructura. Contará con la presencia de Norman Foster, María Nicanor y Luis Fernández-Galiano, directora y vicepresidente de la Fundación, junto a prestigiosos profesionales internacionales como el filántropo Michael Bloomberg y el ganador del Pritzker de arquitectura Alejandro Aravena. El foro tendrá lugar en el Teatro Real el 1 de junio y su broche de oro será la conversación entre el artista danés Olafur Eliasson y la británica Cornelia Parker.


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