lunes, junio 05, 2017

Textos / «París, la otra patria de «Jean» Goytisolo» por Marc Bassets

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Juan Goytisolo y su pareja Monique Lange
Juan Goytisolo y su pareja Monique Lange, en 1964. (Foto: Asun Carandell)

C iudad Juárez, Chihuahua. 5 de junio de 2017. (RanchoNEWS).- Había un París de Juan Goytisolo, seguramente el más parisino de los escritores españoles contemporáneos, como hubo un París de Hemingway y de la generación perdida, hoy convertido en escenario kitsch para turistas. Goytisolo, que murió el domingo en su otra ciudad, Marrakech, todavía visitaba con frecuencia París, y ha dejado aquí, además de amigos y admiradores, una cartografía propia. Unos cafés, barrios, rincones, librerías que fueron los suyos y que, o bien han desparecido o se han transformado aceleradamente. Escribe desde París Marc Bassets para El País.

Cuando llegó a Francia por primera vez, en 1956, un policía le dijo en la aduana: «Usted se llama Jean». «No, Juan», respondió Goytisolo. «Para mí usted es Jean», insistió el agente, a lo que Goytisolo replicó: «Me llamo Juan y me quedaré Juan».

Su amigo Sami Naïr evoca este episodio, que Goytisolo le contó hace unos años. Tras su llegada huyendo de la España franquista, el joven escritor pronto se convirtió en una figura influyente de la intelectualidad en un París que aún era una capital literaria, filosófica y política y un polo de atracción de disidentes de todo el mundo. Le Figaro recordaba ayer que Goytisolo «entró en la editorial Gallimard como lector, y después responsable de la literatura española». «Próximo de la intelligentsia parisina, siente afinidades con [el escritor maldito Jean] Genet que se convertirá, para él, en un ‘mentor más moral que literario». En Gallimard, explica Le Monde, «da a conocer a numerosos autores ibéricos (Miguel Delibes, Camilo José Cela, Ana María Matute…), y allí conoce a Monique Lange, con quien se casará en 1978».

La influencia de Goytisolo en el París literario e intelectual se explicaba por dos factores, según Naïr. El primero es que era un disidente político, lo que le daba un estatuto de prestigio. Y segundo,  «era un pasador» entre las culturas hispánica y latinoamericana. Su criterio ayudó a definir el canon de la literatura en castellano en Francia, y desde allí en el mundo. «Cuando ponía su nombre en juego, se le escuchaba», dice Naïr.

Existe literalmente una ruta Goytisolo en París, gracias a una iniciativa del Instituto Cervantes que reconstruye el rastro de escritores hispanoamericanos en la capital francesa. El hispanista y especialista en Goytisolo Emmanuel Le Vagueresse, que confeccionó la ruta dedicada al autor, distingue «dos polos». En la rive gauche, la orilla izquierda del Sena, se encontraba la sede de Gallimard, los cafés, las librerías: la vida intelectual y profesional. En la rive droite, la orilla derecha, los barrios multiculturales, populares y canallas del norte de la ciudad. Era el París de los cines oscuros o los lavabos públicos donde se producían encuentros furtivos. Era el París del Louxor, una sala art déco ahora renovada en el barrio de Barbès. O el Café des Oiseaux, donde se reunía con Genet, con el cubano Severo Sarduy o con el francés Roland Barthes. «Es uno de los raros lugares», dice Le Vagueresse, «donde aún pervive el espíritu de Juan Goytisolo». «El París que él amaba, cosmopolita y popular, con multitud de razas, colores de piel y lenguas, se reduce día a día», explica. «Se ‘boboizan», añade, usando el neologismo, extendido en francés, derivado de la palabra «bobo», o «burgués bohemio». Es lo que en Estados Unidos se llama la gentrificación, el aburguesamiento de los barrios populares, que no ha dejado indemne los barrios donde Goytisolo observaba en los años sesenta el gran espectáculo de un mundo que en la España de aquella época era aún un exotismo.

El cambio en la rive gauche, la de los cafés y las librerías, es distinto. Donde se encontraba la Librería Española, en el 72 de la rue de Seine, hay ahora una inscripción que recuerda que estuvo abierta entre 1954 y 2005 y que fue un lugar central para el exilio. En el 6 de la rue de Latran, sede de la librería y editorial Ruedo Ibérico, hay una tienda de material de excursionismo. Las cuatro o cinco manzanas que rodean estas direcciones fueron durante buena parte del siglo XX el epicentro intelectual del mundo; hoy son un atractivo turístico.

Cuenta Sami Naïr que, en los años sesenta o setenta, Camilo José Cela visitó París y le pidió a Goytisolo que le presentase a Jean-Paul Sartre, sumo sacerdote de aquel París legendario. Quedaron en verse en un café en Saint-Germain-des-Prés. El día establecido, Cela no llegó solo. Iba acompañado de un reportero y un fotógrafo.


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