martes, julio 04, 2017

Textos / Ismael Belda: «"Finnegans Wake" de James Joyce en traducción de Marcelo Zabaloy»

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El escritor, con sus emblemáticos lentes, caminando junto a Nora Barnacle, madre de su dos hijos. (Foto: ABC)

Ciudad Juárez, Chihuahua. 18 de junio de 2017. (RanchoNEWS).– «Finnegans Wake», el último libro de James Joyce y, para algunos (entre ellos el autor), su obra maestra, ha tenido siempre una fama funesta. Muchos dudan, de hecho, de que sea siquiera legible. Para Nabokov, amigo personal y admirador, era «un tumor canceroso de tejido verbal fantástico» o «el ronquido de un durmiente en la habitación de al lado». Aun hoy, esa es la opinión prevalente. «Es demasiado difícil», oímos. El crítico Northrop Frye pensaba que el héroe del libro era el propio lector, que debía enfrentarse al temible dragón del texto. Pero ¿es realmente tan temible? Joyce mismo lo llamaba «el monstruo», escribe Ismael Belda para ABC.

La gran barrera, el muro negro contra el que se estrellan generaciones de lectores, es su lenguaje. Al imitar el fluir de un río o de las olas del mar, se fragmenta y se reconstruye y se transforma sin cesar, como el agua o el pensamiento, por medio de incesantes paronomasias. Olvídense de «Ulises», libro cristalino comparado con este inmenso aquelarre. El lenguaje más sofisticado de la historia de la literatura se mezcla aquí con el lenguaje más salvaje, más primitivo y más infantil. Esa textura del libro es para muchos el principal motivo para leerlo, y ya Beckett, escriba y discípulo de Joyce, decía que en «FW» «la forma es contenido, el contenido es forma».

No es que la dificultad misma sea una virtud, sino que la insondable red de significados y correspondencias lo convierte en un universo a escala, tan fascinante como el otro universo. Donald Barthelme explicaba que con «FW» la obra literaria se convierte en un objeto más del mundo, en lugar de ser un comentario o una descripción del mundo. «Su texto no es acerca de algo; es ese algo», dijo Beckett. Ese lenguaje infinitamente connotativo es resultado de una de las intenciones de Joyce: escribir un libro sobre los sueños, donde todo se disgrega y se recombina y donde todo apunta al fondo de todas las historias: el territorio de los mitos.

Relato en forma de U

Pero entonces ¿trata de algo «FW»? Por supuesto que sí. La historia principal, a distintas escalas, posee estructura fractal en forma de U (innumerables, unas dentro de otras), correspondiente al movimiento de caída y redención. Humphrey Chimpden Earwicker y su esposa, Anna Livia Plurabelle, además de sus dos hijos, son los protagonistas. Sus prosaicas vidas se transforman sin cesar en grandes relatos míticos, de forma que en la historia de esa humilde familia de Dublín se reflejan la historia de la humanidad, las eras geológicas de la Tierra, las guerras napoleónicas, el mito de Isis y Osiris, el «crack» del 29 y un largo etcétera. Joyce quiere decirnos que la vida y la historia son una sucesión de imágenes recurrentes, rostros y palabras que se repiten, deformadas, como variaciones musicales a lo largo de los siglos, de las horas, de la misma forma que, en los sueños, las imágenes del día se retuercen y cobran nuevos significados. Nuestra vida, dice Joyce, y la vida de los dioses y los héroes es exactamente la misma cosa. Todos somos héroes y dioses y vivimos entre el paraíso y el infierno.

Como novela, se puede argüir, «FW» es el fracaso más apoteósico de la literatura. Apenas se puede leer como tal, sólo como el oscuro reflejo de una totalidad inalcanzable de la que sólo percibimos fragmentos. Por eso ni comienza ni termina (la última frase, sin punto final, continúa en la primera, sin mayúscula inicial) y se puede empezar a leer desde cualquier punto, pues es un libro esférico, infinito, que quiere ser lo imposible: una cifra fidedigna del universo o de la conciencia humana, sinónimos para Joyce. Pocas obras de la literatura (fracasadas o no) ejercen una fascinación semejante. Por otra parte (y nunca se insiste lo suficiente en este aspecto), «FW» es uno de los grandes libros cómicos de todos los tiempos, en la tradición de Rabelais. Burgess escribió que es una de las escasas novelas donde uno se ríe a carcajadas en cada página.

Cabrilleos

Hasta ahora, tan sólo se habían realizado versiones parciales de esta novela infinita y, según el más elemental sentido común, intraducible. Aunque sólo fuera por eso, la reciente traducción íntegra de Marcelo Zabaloy es un acontecimientoen el mundo de habla hispánica. Su labor es un prodigio de exactitud, musicalidad, humor y erudición, y en cada página se escucha la voz maravillosa, melancólica y cómica de Joyce, así como el baile de los cabrilleos en la superficie del gran río del tiempo. No me resisto a copiar un fragmento de una de las famosas «entonaciones celestiales», en expresión de Nabokov, perteneciente al monólogo final de Anna Livia Plurabelle –que es el río de la vida y el río Liffey– al unirse y perderse en el océano, su «frío y loco padre»: «Mi gran cuarto azul, el aire tan quieto, apenas una nube. En paz y silencio. Pude haberme quedado allí arriba para siempre sólo que. Es algo que nos falla. Primero percibimos. Después precipitamos. Y ahora si quiere que llueva. Abundante o fuerte como guste. Que llueva de cualquier manera porque mi tiempo ha llegado. Hice lo mejor que pude cuando me dejaron. Pensando siempre que si me voy todo se va. ¿Cien cuidados, un diezmo de problemas y hay alguien que me entienda? ¿Uno en mil años de noches?».

Nadie entiende del todo, pero todos deberíamos escuchar.


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