lunes, marzo 26, 2018

Textos / «Stephen Hawking y la civilización del espectáculo» por José Manuel Sánchez Ron

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Stephen Hawking. Ilustración: Ricardo. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de marzo de 2018. (RanchoNEWS).- Cuando usted, apreciado lector, pose la vista en estas líneas hará más de una semana que murió Stephen Hawking. Y ya se habrá dicho y escrito mucho, acaso demasiado, sobre su persona y su obra. Porque este físico y cosmólogo inglés fue una celebridad mundial, además de un notable científico, y es justo que haya recibido tanta atención, algo habitualmente reservado a personas de otras profesiones que nada tienen que ver con la ciencia. Al fin y al cabo, la ciencia es, mucho más que la mayoría de otras actividades, la mano que ha mecido la cuna del progreso de la humanidad (si no les gusta la palabra «progreso», pongan «cambio»). Por tanto, ¿tiene sentido que yo vuelva ahora a hablar de él? No estoy seguro de ello, y, en realidad y al hilo de escribir sobre él, lo que voy a hacer es hablar de mí, de algunos de mis recuerdos y de lo que pienso -o como juzgo- las reacciones sociales que se han producido tras su muerte.

Las vidas, cualquier vida, van configurando un escenario de recuerdos, que se ensamblan -con frecuencia deformados por la propia (mala o interesada) memoria- en un conjunto desordenado. Una parte importante de mi vida ha tenido que ver con la ciencia, con la física en particular. Y como el físico teórico que una vez fui y el historiador de la ciencia que soy, valoro especialmente el recuerdo de algunos físicos sobresalientes que tuve el privilegio de escuchar e, incluso, de hablar con ellos. Recuerdo haber mantenido conversaciones con Hoyle, Wigner, Bondi, Bohm, Bell, Penrose, Gell-Mann y Townes. Y haber asistido a conferencias o seminarios de, entre otros, Heisenberg, Dirac, Schwinger, Chandrasekhar, Weisskopf, Peierls, Glashow… y Hawking. Pero no eran conferencias, aunque también, del Hawking que se comunicaba -con una lentitud, la de la composición electromecánica de la frase, que impedía diálogos verdaderos- utilizando un sintetizador que él dirigía con minúsculos movimientos musculares, sino del Stephen Hawking que, aunque confinado ya a una silla de ruedas podía hablar, al que, con dificultad, eso sí, se le podía entender.

El texto de José Manuel Sánchez Ron lo publica El Cultural



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