martes, mayo 01, 2018

Libros / «Las malas lenguas» de Juan Domingo Argüelles

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Juan Domingo Argüelles dice que nadie está exento de decir alguna barbaridad en el lenguaje. (Foto: Braulio Tenorio)

C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de abril de 2018. (RanchoNEWS).- Después de la entrevista en el Espresso Doble de El Financiero- Bloomberg y con una taza de té en su mesa, Juan Domingo Argüelles, buen conversador, cuenta que a estas alturas de su vida -dijo 60 años-, ya se toma con más cuidado los títulos que elige para leer. «Todos hemos leído buenos y malos libros a lo largo de la existencia, dice, sin lamento alguno. Es cierto, después de todo. También todos han escuchado buena o mala música y han probado buenos y malos platillos. No es curioso que en la charla, post programa, no aparezcan los estados financieros, los logros editoriales y los precios de esos buenos o malos libros. El centro de la convivencia con Juan Domingo siempre será la calidad de las obras; Dostoievski, Tolstoi, Mann. Y otros menores. Hay un acuerdo: los cinco grandes de los pesos pesados: La Biblia, Homero (Sófocles, al lado), La Eneida, la Comedia y Shakespeare. Todo lo demás es pie de página.

Juan Domingo agrega que, si hay algún quejido, lamenta no tomar en cuenta algunas obras poco conocidas de ciertos escritores de amplio reconocimiento. Acaba de leer, por ejemplo, las cartas de amor de Flaubert. Las ha leído todas y con sumo cuidado. Le gusta contar y ser escuchado. Un aire refresca el jardín. La lluvia se anuncia sin prisa. Luego, el relato se mueve a Zola, pero no al Yo acuso de la Aurora. No. Se trata del relato del origen del naturalismo: Teresa Raquin. Argüelles recuerda cuando el francés se defendió de sus críticos. Habla el autor, la tarde envejece. Luego, como si tuviera que justificarse, sin pena, de llevar la voz cantante de la charla (deja, de vez en vez, que alguien apunte, refuerce o exclame una palabra, una circunstancia), Juan Domingo defiende su trabajo: es que lo más preciado que tenemos es el lenguaje. A su edad, vuelve, las palabras le duelen, le siguen diciendo cada una una cosa distinta; única. Sobre la mesa, sin estar, Octavio Paz: «haz que se traguen todas sus palabras...».

Mauricio Mejía escribe para El Financiero



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