martes, junio 18, 2019

Textos / «‘Taxi Driver’: el minuto de gloria de Travis Bickle» por Rafael Narbona

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Robert de Niro es Travis Bickle en Taxi Driver. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 17 de junio de 2019. (RanchoNEWS).- Travis Bickle conduce un taxi en Nueva York. Acaba de regresar de la guerra de Vietnam y padece insomnio. Vive en un pequeño apartamento insalubre y no tiene amigos. Escribe un diario y de vez en cuando envía una carta a sus padres, contándoles que su vida es perfecta. ¿Miente para no apenarlos o se engaña a sí mismo? No está claro. Su torpeza mental insinúa que tal vez sufre estrés postraumático. Su timidez y su introversión pueden confundirse con síntomas de autismo. Apenas ha estudiado. No tiene aficiones. En sus ratos libres, acude a un destartalado cine pornográfico. No es un pervertido. De hecho, alberga los prejuicios de un puritano. No le gustan las prostitutas ni los homosexuales, pero piensa que la pornografía es un género más, como el western o la comedia. Una forma de matar el tiempo. Le gusta trabajar de noche. Estar al volante es mejor que dar vueltas en la cama con los ojos abiertos. No rehúye los bajos fondos. Desde detrás del cristal, contempla las aceras atestadas de proxenetas, macarras, mendigos y toxicómanos. No pasa de largo cuando un hispano levanta la mano, pidiendo sus servicios. Dice que no es racista, pero sueña con un diluvio que limpie las calles. Piensa que Nueva York es la versión moderna de Sodoma y Gomorra. Cuando finaliza su turno, limpia el asiento de atrás con un trapo. Todas las noches encuentra semen y a veces sangre.

Travis Bickle no es un lobo solitario, sino un hombre abrumado por su insignificancia. Se parece a Meursault, el antihéroe de Albert Camus, que huye de su vacío interior mediante la violencia. Su espíritu está destruido, pero intenta sobrevivir en un mundo que no comprende. Bebe alcohol en una petaca y toma pastillas para combatir la ansiedad. Busca algo de aire, un poco de luz, una brizna de esperanza. Sin embargo, todo le conduce a un callejón sin salida. Parece que su sino es vagar de noche por Nueva York, respirando una atmósfera corrompida y soportando una oscuridad implacable. Estrenada en 1976, Taxi Driver es el retrato de una generación que ya no cree en nada y que contempla la vida con una explosiva combinación de angustia e indiferencia. Martin Scorsese recurrió al guionista –y, más tarde, director de cine– Paul Schrader para escribir el guión de una película que retrata el nihilismo de unos años marcados por la Guerra de Vietnam, la crisis del petróleo de 1973, el equilibrio del terror nuclear, la revolución sexual, las drogas, la psicodelia y el rock. Schrader acababa de separarse, había perdido su trabajo en el American Film Institute y sobrevivía a duras penas con sus escasos ingresos como crítico cinematográfico. Obsesionado por las armas, el alcohol y la pornografía, deambuló por Los Ángeles durante semanas, internándose en los barrios más conflictivos y visitando los tugurios menos recomendables. Circuló en coche por calles y avenidas, transitando de la depresión a la euforia. Apenas comió, casi no durmió. Quizás buscaba la muerte. Su mente, aturdida y anestesiada por el güisqui y la ginebra, le incitaba a no parar, pues la sobriedad y la clarividencia sólo le reservaban una exasperada conciencia de soledad y fracaso. Una úlcera de duodeno interrumpió su frenesí autodestructivo, enviándole a un hospital. Cuando le dieron el alta, se topó con Scorsese, que le encargó el guión, pensando que su tormenta interior, apenas aplacada, le ayudaría a escribir una historia intensa y veraz. «Cuando escribí el guión –confiesa Schrader– estaba enamorado de las armas. Tenía impulsos suicidas, bebía demasiado y estaba obsesionado por la pornografía como sólo puede estarlo una persona sola. Todos estos elementos encontraron su sitio en el guión».

El texto de Rafael Narbona lo publica El Cultural



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