miércoles, abril 29, 2020

Textos / «‘Los pájaros’, el terror según Alfred Hitchcock» por Rafael Narbona

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Una escena de Los pájaros. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 28 de abril de 2020. (RanchoNEWS).- Mi primera experiencia con Hitchcock arrojó sobre mi infancia una sombra que ha sobrevivido al tiempo. Calculo que tendría seis o siete años, pues mi padre aún vivía. Mi hermana y yo nos quedamos solos en casa y, antes de acostarnos, vimos Los pájaros. Al principio, me aburrí un poco, pues la historia de amor me resultó tediosa. A esa edad, el romanticismo parece algo ridículo. Una rubia y una morena se disputaban el amor de un galán, al que una madre absorbente intentaba retener a su lado. Todo transcurría en un pueblecito de la bahía de San Francisco. Resignado, asistí al metraje, sin comprender el interés de mi hermana, que a sus dieciséis años parecía encandilada con el galán y las dos chicas que lo cortejaban. De repente, mientras la rubia se acercaba al galán en un bote, una gaviota la atacó, golpeándole en la frente. Aquel incidente me estremeció, pues siempre había considerado que los pájaros eran criaturas pacíficas. De repente, comprendí que el terror podía emerger de lo cotidiano y trivial, alterando nuestra visión del mundo. Pensamos que las amenazas proceden del exterior, pero muchas veces anidan en lo más próximo y aparentemente inofensivo. El resto de la película transformó mi escalofrío inicial en terror sin límites. Creo que chillé y lloré para fastidio de mi hermana, que quería ver la película tranquila. Cuando al fin acabó, miré a los dos periquitos que había en el salón, preguntándome si algún día se rebelarían contra nosotros.

La película de Hitchcock posee suficiente fuerza dramática para aguantar la prueba de fuego de un televisor de veintiún pulgadas en blanco y negro. Las actuales pantallas de plasma reproducen mucho mejor la atmósfera del film, pero se quedan lejos de la experiencia de una sala tradicional. La inmersión en la ficción siempre es más intensa en un espacio sumido en la penumbra y con una cuarta pared abierta al prodigio de lo audiovisual. ¿Por qué el cine de Hitchcock conserva intacta su magia, sin resentirse por las limitaciones técnicas de su época? Hoy en día, los efectos especiales de Los pájaros serían mucho más eficaces y creíbles, pero ese avance no aportaría nada esencial. Hitchcock es un maestro contando historias. No es un simple mago del suspense. Sus tramas dosifican magistralmente la acción, creando personajes complejos. A veces se alejan bastante de la realidad, como el Roger O. Thornhill (Cary Grant) de Con la muerte en los talones, un superviviente que no pierde su elegancia ni en los momentos más peligrosos, o como el Norman Bates (Anthony Perkins) de Psicosis, afectado por la inexistente patología psiquiátrica de la doble personalidad, pero nunca son planos o vulgares. Incluso en su irrealidad nos arrastran a su mundo, sumergiéndonos en sus obsesiones, miedos y manías. Hitchcock nunca olvidó que el cine es un espectáculo que debe atrapar al espectador hasta sumirlo en un estado de excitación que borra temporalmente el mundo real. Sus historias suelen ser simples, pero hondamente hipnóticas. ¿Quién no se ha puesto en la piel del fotógrafo L. B. «Jeff» Jefferies (James Stewart), reducido en La ventana indiscreta a la condición de espectador por una pierna rota? ¿Quién no se ha identificado con Marion (Janet Leigh), apuñalada en la ducha, experimentando el desamparo que produce la desnudez en una bañera con una frágil cortina de plástico? Hitchcock sabe combinar todos los elementos del lenguaje cinematográfico con la pericia de un director de orquesta: el diálogo empuja o congela la acción, los sonidos anuncian la inminencia de algo terrible o incierto, los lugares y los personajes se desdoblan sin cesar (un paisaje apacible podría ser el escenario de un crimen, el héroe podría ser confundido con el villano), las apariencias esconden secretos insospechados (falsos culpables, asesinos encantadores, madres terroríficas), el azar suele ser adverso y cruel (encuentros y accidentes fatales), la cámara involucra al espectador, los planos muestran perspectivas insólitas en los momentos álgidos, los contrastes cromáticos golpean al inconsciente, el montaje encadena las imágenes con un ritmo vertiginoso, los objetos desempeñan un papel decisivo (Macguffin).

El texto de Rafael Narbona lo publica El Cultural

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