miércoles, marzo 22, 2023

Poesía / 5 poemas de «Los nadies», de William Alexander González Guevara


PREFACIO

Entro al colegio por primera vez,
seré el nuevo extranjero de la clase.
No tengo amigos. No conozco a nadie.
Un profesor me dice:
Anda, nicaragüense como Rubén Darío.
Y pienso en ti, Rubén. En tu melódico timbre,
en tus pisadas al llegar a España.
Más de un siglo nos separa, Rubén
cuarenta y siete mil silentes noches.
¿Te habrás puesto nervioso?
¿Habrás echado de menos tu patria?
Sabes de lo que hablo,
ese sabor amargo de nostalgia.

PLAZA ELÍPTICA

A los inmigrantes ilegales de la plaza

Escondidos en una esquina buscan
migas de pan reseco. Los escucho
igual que el canto undísono del pájaro.
Sostienen que desean trabajar,
seguramente los contraten horas
para la construcción de pisos, dúplex,
chalés en las afueras de Madrid.
A veces, les regalo una taza de café
giran y giran la cuchara como
si en ese ínfimo remolino de la taza
morase su futuro impenetrable.
Al mutismo se enfrenta el inmigrante,
al transcurrir senderos de penuria,
al dolor que generan los kilómetros.
El inmigrante evita morir de lejanía.

LEJÍA

A las empleadas de hogar latinoamericanas
que cuidan mayores y limpian edificios

Mi madre, trabajadora de lunes a lunes,
se ha escondido del cosmos.
Han desaparecido sus huellas dactilares
por el hipoclorito de sodio, la lejía.
Una mujer sin nombre que rebusca
devastada su propia identidad.
¿En qué escalera las habrá dejado?
Intenta recordar el lugar exacto donde
pudo haberlas perdido.
La lejía la convirtió en anónima.
¿Cómo nombrar lo que no tiene nombre?
En esas escaleras que pisáis
están fosilizadas las huellas de mi madre
fundidas con hipoclorito sódico. 

 MENAS

Ese al que tú llamas ‘mena’ se llama Sufián.
En el centro de menores ayudo
a los chicos a aprender español.
No logran distinguir el tu sin tilde
del tú que lleva tilde,
hablan con verbos en infinitivo:
salir, comer, estudiar, descansar.
Las normas gramaticales no importan.
Un verbo, solamente un verbo basta
para solicitar comida, techo.
Guinea, Mali, Marruecos, Vietnam
transcurren por sus venas.
Escapan de la guerra y su fiereza,
de la cruda extorsión y de las mafias.
Aquí se enfrentan al desprecio cínico,
ese mirar por encima del hombro.
Al juzgar por juzgar.
Hoy los chicos han escrito poemas
y no, no son de amor.
Los versos que recitan intentan descifrar
el calvario y menosprecio que enfrentan. 

 HERENCIA

Mi abuela tuvo más de doce hijos.
La mitad falleció, solo quedaron
los que pudieron subsistir con ella
sobreviviendo a guerras, terremotos,
desprecios, malas caras de señores
ricos, dueños de parcelas de tierra.
En un rancho de láminas de zinc
vivió toda su vida. Las tormentas
catastróficas, lluvias inundaban
su casa devastándola al completo.
Mi abuela es analfabeta, no sabe
ni leer ni escribir. Nos pide ayuda
cuando quiere firmar un documento.
Su herencia es el amor por la palabra,
los poemas que nos recitaba de memoria.
Su amor por la poesía heredé:
princesas, cisnes, marfiles, lo exótico.
La herencia de mi abuela que no sabe
ni leer ni escribir es el amor por el verso.
La herencia de mi abuela es invaluable.