sábado, septiembre 14, 2024

Poesía / Nidia Marina González, seis poemas

La poetisa costarricense.

***
Nota al margen

A mi madre,
un mes antes de su partida

No mueras de noche con la oscuridad sobre las rodillas
cuando el río se duerme y los cantos son grises.
No mueras en luna nueva.
Procura cerrar las puertas del latido con la luz del día.
No mueras a medias. Salta a la desmemoria de un solo olvido.
Cuando estés harta de luz
y te hayas acabado todas las tinieblas,
cierra el aire
sobre mi boca.
boca arriba
sin que el sol se haya ido.

La estática del fuego (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2019)

***
Cuento en negro

Una joven que se tatúa de negro el blanco de los ojos
conoce un cambio: dejar de ser en apariencia sapiens sapiens,
y tal vez dejar de parecerse a sí misma.
Oscurece el blanco y su mirada desaparece entre la bruma,
corre sobre su delgada capa de hielo y cae donde nada se siente,
y Kafka resuena en el vidrio de su ojo con apariencia de vacío.

La estática del fuego (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2019)

***
Incendio lunar

Ya incendiamos la luna.
No lo registra ningún instrumento sofisticado o antiguo,
nadie escribió al respecto.
La luna es el espejo invertido del Amazonas, el revés de palmas de las manos.
Ya incendiamos la calma, dimos vuelta orbitando el dolor,
les sacamos los ojos a los dioses para percatarnos de que teníamos
vacías las cuencas
en el reflejo que se devuelve.
Ya le tocamos el orgasmo a la muerte tantas veces.
Incendiada la luna es poca piel la que queda para regresar,
es poca lluvia para aplacar el insomnio,
poca,
una nada de nada.

La estática del fuego (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2019)

***
Ensayo

Hace días que orbito el borde de otros seres y los enhebro con mis bordes.
Una gata salta a mi lado y me enseña sobre la sutileza y el silencio;
mientras tejo con mis dedos afilados y torpes,
más jirones que dedos por terminar este libro,
(miento, lo sé, hay cosas que nunca se terminan).
Orbito en mis propios filos
y una sensación de gravedad cero me sobrecoge.
Llueve y sucede lo que no debería pasar: suda el mar en medio de la niebla,
en la espalda de Tapezco, su cabellera de silampas.
Un calor de costa pregunta:
¿A dónde la montaña?
¿Son sus cenizas sin cementerio estas que me agitan en el fondo?
Hace mucho que orbito el filo de algún aleph borgiano
y poner punto final a este libro sin conclusiones.
Ensartar mis huesos al polvo de otros huesos,
como si eso fuera a salvarme,
como si yo supiera
(miento de nuevo, nada carece de incertidumbre).
Llueve y orbito en alguna veranera
llueve y mi gata se duerme.
Hace días y noches me obligo a descifrar la muerte,
y ella no hace sino saltar a mi regazo y ronronea,
lo juro, ronronea,
(miento por tercera vez, ella reconoce toda clase de ruidos y los ahoga consigo).

La estática del fuego (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2019)

***
Mano derecha

La derecha del padre es un sitio en masculino
y por eso Dios está incompleto y solo,
sin una Diosa del lado izquierdo.
¿Cómo se reconocería ella a sí misma
si su imaginario está lleno de estigmas
y esclavas,
de manos atadas a la espalda
obligadas a que todo trazo provenga del grafismo derecho?
Los hijos, debilidad y fortaleza en medio ardor,
secuestrados para la guerra.
Los poros de la ternura desmoronados.
Desaparece el rostro de la madre
y la orfandad es lo que existe.
No puede brillar lo que se cubre bajo tierra.
Por eso tanto miedo
por esto tanta estafa.
Por eso no tenemos remedio en el averno
y todo se ahoga en la violencia contra Gaia,
contra sus múltiples vientres.
Marginadas
igual que la ternura
o las diferencias de la piel.
Pisoteado el amor
toda esperanza es un añico
a la derecha de un padre sin madre
de un dios con barba y sin pechos.
Mientras la guerra y el abismo
mientras la memoria de todas las cosas,
mientras las amputaciones prevalezcan y falten piezas.
Sin lugar para la Diosa
no hay regreso a ninguna parte.

Zurda (Nueva York Poetry Press, 2022.)

***
Polillas

Las polillas viven de comer entre otras cosas, libros.
Ahuecadas las palabras pierden parte del sonido.
Cuando salen de mi biblioteca
les pido perdón y las aplasto con mis propios dedos
–a las polillas–.
Ellas también tienen que comer
–lo reconozco–
yo solo resguardo hasta donde pueda
el tiempo de la portada muda
y las voces dentro de las páginas
con las que me alimento.
Las polillas sin saberlo
se comen mi hambre.