viernes, junio 18, 2004

ENTREVISTA

FEDERICO ANDAHAZI

ERRANTE EN LA SOMBRA

Por JOSE CARVAJAL / LIBRUSA / Buenos Aires-Miami

Un mes después de haber leído Errante en la sombra, pienso en Ivonne, Juan Molina y Gardel como si los hubiera conocido personalmente durante un viaje a Buenos Aires. Eso se debe a la perfección con que Federico Andahazi ha logrado humanizar los rasgos de cada uno de ellos en una novela musical donde —como advierte el propio autor argentino— “de pronto los personajes se ponen a cantar y a bailar y nadie manifiesta la menor sorpresa”.

E.M. Forster diría que son personajes redondos, al estilo Guerra y paz o las novelas de Dostoievski, Thackeray o algunos de Proust o Charlotte Brontë. “La forma de probar a un personaje redondo es ver si es capaz de sorprender de forma convincente”, escribió Forster en su famoso ensayo Aspectos de la novela. Y eso es lo que más hacen los personajes de Errante en la sombra; sorprendernos con sus acciones a lo largo de una trama en la que terminamos siendo cómplices de los seres que la habitan, y testigos circunstanciales de un crimen pasional cuyo desenlace nos deja inevitablemente perplejos.

—Creo que tu nueva novela tiene varios momentos culminantes que agilizan el discurso narrativo y dan mucha fuerza a sus personajes. Uno de esos momentos es ya casi al final, cuando Juan Molina encuentra a Ivonne bañada en sangre. Nadie puede imaginarse el desenlace de aquel crimen. En principio se engaña a todos haciendo creer que podía haber sido obra de Gardel, digamos el Gardel ficticio de tu novela. ¿Por qué adjudicaste el crimen a Juan Molina?

—Es curioso, muchos lectores insisten en creer que ha sido Gardel el asesino. Juan Molina inspira mucho afecto en los lectores y sostienen que se ha declarado culpable (ante la ley y ante su propia conciencia) para eximir a Gardel del crimen. En distintas presentaciones en las que tuve la oportunidad de dialogar con el público, me encontré con muchos lectores que sostenían esta convicción: era tal la lealtad que le profesaba Molina a Gardel que terminó persuadido de su culpabilidad. Creo que esta lectura está condicionada por el cariño que despierta Molina: el lector lo disculpa condenando a Gardel para reivindicar de esta forma el destino fatal del protagonista. Y está bien, dejemos que sean los lectores quienes otorguen al libro su sentido último.

—Sin embargo, como lector, no creo que Molina se merecía tal destino. Era un tipo honesto, ¿no? El episodio de cuando regresa a pagar una guitarra que se había robado tiempo atrás, cuando no tenía trabajo, confirma que era honesto. Pero quizá su perdición fue el amor casi enfermizo que llega a sentir por Ivonne, que sólo tenía ojos para Gardel. O tal vez lo que ocurre con Juan Molina es una especie de conjura del amor que siente por Ivonne y la veneración que también le profesa a Gardel.

—En primer lugar debo decir que el mío es un país en el cual, por regla general, nunca los honestos tienen el destino que merecerían. Pareciera que mayores son las recompensa cuánto más corrupto se es. Ahí están los genocidas de la dictadura paseándose libres por la calle, ahí está Menem disfrutando de la buena vida en Chile con esa Miss que se acaba de comprar. Pero, bueno, volviendo a la novela, es posible que detrás de aquella lealtad ciega que le profesaba Molina a Gardel, hubiese un recóndito resentimiento que fue horadando su espíritu hasta quebrarlo. Molina estaba llamado a ser el mejor cantor de tangos de todos lo tiempos después de Gardel y resignó ese privilegio por lealtad. Podía haber tenido, quizá, a la mujer que Gardel había finalmente despreciado. Pero tampoco se atrevió a tenerla en homenaje a esa misma fidelidad a su patrón. Quizá fue esa misma lealtad patológica, muy propia del tango, la que lo llenó de un odio que nunca quiso confesarse y lo condujo a su destino.

—Lo que no me queda claro, o tal vez perdí detalles importantes para darme cuenta, es desde cuándo comenzó Ivonne a sentirse amenazada... ¿por qué comenzó a decir que la iban a matar? ¿Por qué estaba tan segura de eso?

—La prostitución siempre fue un oficio riesgoso. Ivonne tenía buenos motivos para sentirse amenazada, ya que decidió huir de la "protección" de André Seguin, el rufián que la explotaba. Aquellas chicas que llegaban engañadas desde Europa a Buenos Aires tenían que someterse a los dictados de estas organizaciones mafiosas que copaban la actividad de los cabarets porteños. Vivían amenazadas aunque nunca consiguieran escapar. Pero si lo hacían, su vida se convertía un calvario. Las buscaban hasta encontrarlas y las asesinaban delante de las demás como medida ejemplificadora. Pero además, la paranoia de Ivonne estaba exacerbada por su adicción a la cocaína. Muchas veces se tiende a pensar que la cocaína es propiedad exclusiva de nuestra época, sin embargo, allá por 1920, 1930, era muy corriente entre los tangueros. De hecho una de las esquinas más tradicionales Buenos Aires, la intersección de las calles Esmeralda y Corrientes era conocida como "Alaska", en alusión el polvo blanco y frío del clorhidrato de cocaína.

—Hablemos de posible jugada del destino. ¿Cuál habría sido el destino de Juan Molina si hubiera cantado aquella noche de sábado en el Armenoville, tal como se lo había prometido a su jefe antes de que Ivonne le propusiera la posibilidad de trabajar para Gardel?

—Estoy tentado a pensar que si Molina hubiese cantado esa noche, su destino hubiese sido otro. Quizá su éxito como cantor hubiese hecho que se olvidara de Ivonne y, en consecuencia, jamás conocería a Gardel. Tal vez la historia del tango argentino hubiese sido distinta. Pero me atrevo a conjeturar que éste destino trágico de Molina era tan poderoso, ejercía una atracción tan fuerte que de todos modos hubiese ardido en su propio fuego. Claro que también estaba aquella mirada infantil sobre su futuro, expresada en los primeros tangos que canta Molina al principio, en los cuales se ve a sí mismo como un astro, las letras de sus nombres fulgurando en los carteles de neón del cabaret. Ahí podía vislumbrar otra historia.

—Una historia completamente distinta...

—Sí, pero este futuro promisorio aparece como aquella posibilidad que jamás irá a consumarse, como la otra cara de una moneda que nunca habrá de alcanzar. Para que el destino trágico se cumpla es necesario presentar la alternativa del imposible final feliz. En el tango no existe el final feliz. La felicidad siempre es algo que le sucede a los otros.

—Bueno, ahora miremos la estructura: una “novela musical”, es decir, entrelazas el discurso narrativo “tradicional” con letras de tango. Los personajes, casi todos los que mueven la trama, cantan, dialogan cantando tangos. ¿De dónde surgió la idea de escribir una “novela musical”?

—La idea originaria de Errante en la sombra era la de construir una novela enlazando una serie de tangos con un hilo argumental que les diera una cierta unidad y, a la vez, que este argumento surgiera de las letras de esos mismos tangos. De modo que recopilé alrededor de cincuenta tangos, los más representativos a mi entender, y puse manos a la obra. De inmediato empezaron a crearse los personajes, aquellos que aparecían de una u otra forma en casi todas las letras, los arquetipos que todo conocemos: la mujer "bien" que se ha olvidado que alguna vez fue una chica "mal", el "fiolo", el gigoló, etc. Pero a poco de iniciar la escritura empecé a notar que el argumento se escapaba del rígido corset que imponían las letras y, al contrario, que los tangos no se dejaban someter fácilmente un argumento que los abarcara a todos. De manera que, en un rapto de coraje, tomé una decisión terminante: componer mis propios tangos en función de la novela. Inmediatamente descubrí que tenía entre las manos un potencial narrativo sumamente original. Los personajes no sólo iban a dialogar sino que, además, lo harían cantando. Componer mis propias canciones para ponerlas en boca de mis criaturas me iba permitir reemplazar los monólogos interiores y las reflexiones por el recurso del canto. Si tuviese que definir Errante en la sombra diría que es una novela musical. Tiene la apariencia de los musicales sin dejar de ser una novela en sentido estricto. Las buenas comedias musicales tienen un cierto espíritu kafkiano; Borges decía que lo que caracterizaba la narrativa de Kafka no era el absurdo, sino la falta de asombro ante el absurdo. Lo mismo sucede en el género musical: de pronto los personajes se ponen a cantar y a bailar y nadie manifiesta la menor sorpresa. El lector, rápidamente, se adecua a la lógica del libro.

—Pero tengo entendido que la pensaste inicialmente como una novela policíaca... ¿cuándo cambió la intención del género?

—Si, es cierto, al principio imaginé una historia de tango con una estructura policíaca, donde se mezclaran en una Buenos Aires oscura la novela negra americana y el policial deductivo británico. Pero afortunadamente tuve un encuentro con mi amigo chileno Hernán Rivera y me convenció de que una novela de tango debía ser, ante todo, tan lírica como lo es el propio tango. De modo que, a partir de esa charla, el libro tomó un nuevo rumbo. Sin embargo, la segunda mitad de la novela conserva un tono oscuro, sórdido, un poco pariente de cierta tradición policíaca. Por otra parte, también el lector se ve obligado a hacer conjeturas para deducir quién fue el asesino de Ivonne, de modo que algo de la idea original se mantuvo pese a todo.

—Y riesgo. ¿Pensaste alguna vez que podías estar tomando el riesgo de que la novela no fuera aceptada por el lector escéptico (demasiado serio), incapaz de abrirse a otra posibilidad ficticia fuera de tu novela: la de creer que está sentado en un gran teatro disfrutando de un espectáculo montado exclusivamente para él?

—Si uno se pusiera a pensar qué quieren leer los lectores moriríamos en el intento de descifrarlo y jamás escribiríamos. O peor aún, ya andaría por "El anatomista sexta parte". Pero no tengo la habilidad de Rowling. Francamente escribo lo que me place, sin especular acerca de los gustos del mercado. Por supuesto que me halaga cada vez que alguien me dice "leí tu libro y me olvidé de que estaba leyendo. Creía estar asistiendo a un espectáculo teatral". Pero, bueno, eso es algo impredecible.

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Federico Andahazi nació en 1963 y se dio a conocer internacionalmente en 1996 con la publicación de El anatomista, una de las novelas latinoamericanas más traducidas y leídas en la última década. Otras obras de Andahazi son El árbol de las tentaciones, Las piadosas, El príncipe y El secreto de los flamencos.