miércoles, diciembre 08, 2004

El venezolano Eugenio Montejo, Premio Octavio Paz


Eugenio Montejo
Miguel Ángel Quemain

"Releo lo que escribo, aunque cada vez quiero publicar menos".
"En mi caso lo que está como base es la tradición de la lengua, la lengua castellana, nuestra lengua, todo el pasado lírico de la lengua. Claro que hay también afinidades personales", dice el venezolano Eugenio Montejo, quien se ha hecho acreedor al Premio Octavio Paz 2004, y que es, como todos los otros galardonados, un amigo más del poeta mexicano desaparecido.
-La búsqueda de un tono americano en el idioma, en la lengua, me preocupó desde muy temprano y yo creo percibirlo precisamente en algunos poetas brasileños pero también en poetas nuestros, en el caso del mexicano Carlos Pellicer, sobre el primer Pellicer, que era más experimental y de muchos logros, a mi ver. Todo esto forma una pequeña tradición -dice Montejo en este diálogo con EL FINANCIERO sobre las formas de su poesía, una de las fundamentales en nuestra lengua y en el concierto latinoamericano.
Una tradición que se conforma, dice, "en el vínculo con las obras, no con las personas. No me interesa un hombre sino la obra, uno dialoga con un determinado libro, con un determinado poema, y eso va formando la tradición. Se nutre también de todo lo que podamos leer en otras lenguas. Hay poetas que yo siento muy próximos y que he leído a través de traducciones porque no domino su idioma, como el caso del checo Vladimir Holan, el caso del sueco Vidmar Ekhelo, del rumano Lucien Blaga. Son poetas que no conozco en su propio idioma, pero cuyo espíritu recupero a través de la traducción, que es otra forma de creación".
-¿Lo latinoamericano es una invención?
-El hecho lingüístico tiene algo que es prodigioso porque no permite las periferias. Nadie está en la periferia de la lengua, nadie está en el centro. Basta hablar una lengua para conectarse con ella como una red eléctrica e inmediatamente entrar en todo el circuito. Cuando hablo de lo americano hablo naturalmente de las especificidades que ese hecho lingüístico toma. No es lo mismo el sevillano que el peruano, eso era lo que Vallejo vio muy claro al comienzo cuando dijo: "Si García Lorca tiene derecho a su tono y se le celebra, yo tengo derecho al mío, muy específicamente al nombrar las cosas peruanas mías, como el mexicano tiene el suyo". Pero éstas son especificidades ya propias del creador, colores y matices dentro de una mayor red que a todos nos vincula y vehicula. Verlo siempre ligado al mito y a lo folclórico y el lado exótico puede ser una explotación de una imagen privilegiada que nos quieren imponer algunas editoriales europeas. No es así. Ese colorido, ese pájaro de los siete colores no siempre es así. Los latinoamericanos tenemos que estar muy pendientes de lo que se hace en Brasil. Se habla mucho en España de la Generación del 27 española, de la gran aportación que hizo esta generación a la lírica de la lengua; pero no se dice, o se dice menos, que los brasileños tienen una Generación del 22 que es extraordinaria y que no se conoce: Bandeira, Drumond de Andrade, Bueno de Ribeira, Murilo Mendes y tantos otros que son poetas de primerísima importancia. Hemos estado trabajando un poco de espaldas a los poetas brasileños. Nosotros que estamos en una lengua tan próxima no necesitamos mucho esfuerzo para leerlos. ¿Por qué ocurre esto? Pues precisamente esto es lo que las nuevas generaciones tienen que romper de alguna manera para que se vehicule todo y podamos obviar cosas, no que cada quien tenga que estar inventándolo todo per- manentemente.
-Los nacionalismos son miradores ya inútiles para la valoración de la poesía. ¿Está de acuerdo o tenemos que seguirla valorando de acuerdo a sus fronteras?
-Todos estamos orgullosos de Borges, de Paz. Hoy lo vemos como un todo. Paz es un poeta y un gran ensayista que nos ha iluminado el camino. Recuerdo en mi juventud con qué devo- ción me acerqué a El arco y la lira. Lo que significó para mí, en mi juventud, ese libro y después todas sus creaciones. Conocí personalmente a Pellicer. Pellicer estuvo muy ligado a Venezuela. Es más, cuando vivimos la dictadura de Gómez, Pellicer estuvo en Venezuela con Vasconcelos en una gira. A su regreso produjo en México un manifiesto extraordinario contra la dictadura de Juan Vicente Gómez. A partir de ese gesto quedó vinculado a la Sociedad Bolivariana. Iba con frecuencia a Venezuela. En una de esas tantas idas lo conocí personalmente. Yo tenía 22 años y me invitó a México. Él venía a dar charlas también sobre cuestiones antropológicas porque era director del Museo de Antropología.
-¿En el acto de nombrar hay una celebración?
-Y en toda creación. Todo esto tiene que ser dicho por las palabras mismas y escrito por uno, no dicho por uno y escrito por las palabras. Siempre tienen que venir las palabras por delante y uno tratando, tanto como pueda, de transcribirlas; pero no al contrario. Eso es lo que más me interesa. Nombrar cuando se puede nombrar pero sin hacer un énfasis demasiado en el guión platónico, ni nada de eso. No podemos dejar de constatar que en la verdad poética hay algo que viene de otra parte, llámese inspiración, como se decía antiguamente, o actos del inconsciente, como se dice ahora. Siempre tengo presente la famosa visión que le asigna Mallarmè al poeta como el gran purificador de las palabras de la tribu, que es una misión extraordinaria y excelsa. Hay una misión que se olvida a menudo y ya la tenían los antiguos precolombinos: el poeta es el que, al hablar, hace que las cosas se pongan de pie. Para que eso suceda necesitamos partir de las raíces del mito, de la magia de nuestra tradición americana. Así lo veo y eso es lo que busco.
-Hay quien dice que un poeta es un poema. ¿Qué sucede con su propia poesía cuando la ve reunida en un solo tomo, como obra completa?
-Uno publica algo que llama libro, pero el libro es una aspiración. El libro sería ese pequeño cuaderno que uno podría dejar como testimonio de años de desvelo, de trabajo, de fatigas, de insomnio. Yo pienso que la búsqueda de un poeta es la de esos pequeños poemas, de ese grupo de poemas que uno publica de tanto en tanto. Hay poemas que naturalmente me satisfacen, pero más por razones íntimas. No suelo releer mi poesía a menudo, no lo hago, no sé por qué. Releo en cambio lo que estoy haciendo, lo que estoy trabajando. Después desbrozo, luego trato de publicar y cada vez quiero publicar menos. Ir hacia lo mínimo. Ungareti sería mi guía en ese sentido.
Posted by Hello