lunes, enero 10, 2005

Toda la obra de Melecio Galván


Dibujo del artista.

Su misterioso asesinato en plena madurez dejó inconclusa una obra de portentoso trazo, siempre entregado a la justicia social y a la lucha por denunciar las represiones de los sesenta y los setenta. En este sobrecogedor testimonio de su hija Amaranta se narra la tarea por congregar la obra dispersa que, a lo largo del año, podrá verse en el país entero por primera vez y que mostrará a Galván como dibujante estelar del siglo XX.

Cuando mataron a Melecio Galván le quitaron a México a uno de sus dibujantes más talentosos del siglo XX. Al grupo MIRA, a un compañero y amigo. Pero a la pequeña Amaranta, de 12 años, a su padre. Hoy, 22 años después del trágico episodio, es ella quien encabeza el proyecto de rescatar su obra, restaurarla, catalogarla y difundirla para que recorra el país.

"Extraño individuo... extraños dibujos... extraña muerte", publicó un diario capitalino el 31 de mayo de 1982. Era Melecio Galván, tenía 37 años, múltiples proyectos en marcha, un virtuosismo fuera de lo común, un compromiso con el arte y las luchas sociales de su momento, y una hija a la que enseñó a soñar, la vistió de tinta y la llevó a su ilustración en la serie Amarantas.

La niña creció, como su padre, en el pueblo de San Rafael donde el vivió siempre de cara a los volcanes. Hasta que un día, en plena efervescencia creativa, Melecio Galván fue encontrado en una ranchería cercana a Chalco, estado de México, colgado de un alambre, con las venas cortadas y evidentemente golpeado. Su muerte nunca se aclaró. Se convirtió en El artista secreto, como tituló Lelia Driben su libro (Instituto de Investigaciones Estéticas, 1994), el único que se ha publicado sobre el artista.

Amaranta es ya una mujer de 34 años, heredó el rostro de su padre, y llega a la entrevista con toda una historia que contar: Los años de intenso dolor, la dificultad para elaborar una muerte violenta e incomprensible, la lucha interna que libró para finalmente reconocer la obra del dibujante, y alcanzar una convicción:

"Melecio me estaba esperando. Ahora ya puedo asumir la responsabilidad con su obra. Él murió, pero dejó mucha vida, la que hay en sus dibujos. Mantenerla guardada sería como volverlo a enterrar; difundirla y hacerla pública es mi compromiso con él y con la vida."

A la muerte del artista, reconocido como uno de los mejores dibujantes mexicanos del siglo XX, la obra pasó a manos de Arnulfo Aquino, Rebeca Hidalgo y Jorge Pérezvega, sus compañeros del grupo MIRA, quienes la cuidaron con devoción, la expusieron en diferentes espacios como la Casa el Lago, San Carlos y hasta el Palacio de Bellas Artes donde se le rindió un homenaje; los otros eran Alejandro Chacón, Eduardo Garduño, Saúl Martínez, Silvia Paz Paredes y Salvador Paleo (Proceso, 51). Sin embargo, por las circunstancias de su vida y de su muerte, Melecio Galván se volvió un artista de culto, casi secreto.

El IAGO (Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca), el Museo Pedro Coronel de Zacatecas, y el Museo de Arte Moderno o el de la Estampa (por definir) en la Ciudad de México, son los espacios confirmados donde se exhibirá la obra de Galván, además de otros en Toluca, Guadalajara, y Monterrey, en un circuito completo a lo largo del año.

Amnistía Internacional (AI), por su parte, llevará la serie Militarismo y Represión, para muchos la más notable de las obras de Melecio, como apoyo visual a su campaña Armas bajo control a diferentes espacios públicos y universitarios. Ya pasó por la Casa del Refugio de AI y por el Centro de Maestros Gregorio Torre de la SEP. Se expuso en el Zócalo del 16 al 19 de diciembre dentro del espacio de AI en el Festival Internacional de Ficción y Fantasía de la Secretaría de Cultura del DF. Se mostrará en la UNAM, la Universidad Iberoamericana, el Tec de Monterrey, la Universidad del Valle de México y Chapingo, pero también en las sedes de AI en Querétaro, Guadalajara y Yucatán, entre otras ciudades. Y en abril próximo se hará presente en el Metro capitalino.

Por otra parte, Walter Boelsterly, director del Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico (Cencropam) del INBA participará con la restauración, asesoría de conservación y almacenamiento de obras, mientras que Carlos Blas Galindo, director del Centro Nacional de Investigación y Documentación de Artes Plásticas (Cenidiap) del mismo instituto, coordinará la realización de un catálogo general de la obra, los archivos hemerográficos, fotográficos y personales de Melecio. Kimberly Clark de México donará el papel para las reproducciones, los carteles y artículos de apoyo promocional. Y Rodolfo Pérez donó los marcos para una de las series.

"He encontrado mucha solidaridad para este proyecto. Es un homenaje a Melecio Galván el artista, pero también el hombre. Quiero dar a conocer su obra pero también su persona y cómo es que a pesar de su muerte su obra está llena de vida, trasciende y sigue vigente."

Son dos Melecios, dice su hija, el autor de Militarismo y Represión que vislumbró en lo que los seres humanos nos convertiríamos -donde vemos al 68 y a las dictaduras militares de los setenta, pero también a Irak, la transformación del hombre en bestia-, y es el autor de las Amarantas -donde está el niño travieso, juguetón, soñador, capaz de crear papalotes y de proyectar esperanza y poesía.

Amaranta sigue viviendo en San Rafael con su hijo de 14 años. Y suelta a borbotones recuerdos a los que, dice, "me he aferrado todos estos años", como las interminables caminatas en el bosque:

"Nos tirábamos panza arriba para mirar a las nubes y encontrarles figuras. '¿Ya viste ese dragón?, éjele se va a comer a tu conejo, ahí va, obsérvalo...', me decía. Con él no había angustia. Recuerdo sus charlas en las cantinas del pueblo con sus amigos, me llevaba a todos lados. Como él era de extrema izquierda, muy radical, tomaba vodka y se compró un vochito, de color rojo, por supuesto, así honraba a la Rusia y la Alemania socialistas. Me hacía maldades, muecas y caras divertidísimas. También me hacía papalotes. Era mi compañero de travesuras.

"Mis padres estaban separados. Yo vivía con mi madre y Melecio con mis abuelos a cinco casas de distancia. Eran las casas de los obreros cuando San Rafael era una fábrica de papel. Entonces, como los dos éramos niños de familia, pues nos hicimos cómplices. Iba por mí a la escuela todos los días, me llevaba al parque, me hacía de comer a diario, cocinaba frijoles con chicharrón y hacíamos la tarea juntos, bueno, él dibujaba, sin parar, a veces toda la noche. Escuchaba a Pink Floyd, a Alan Parson, a Moody Blues, recuerdo que su favorita era Noches de satín blanco, y como era un obsesivo la ponía todo el tiempo y los vecinos se quejaron con mi abuelo diciéndole que hacíamos misas satánicas.

"Íbamos al campo a recoger el maíz y la nuez y luego asábamos los elotes y los comíamos con sal y limón; un día, así, nos corretearon los toros. Lo disfruté inmensamente. Tengo los recuerdos más bellos y los más terriblemente dolorosos. Cuando se fue."

Maestro, hombre solidario con las causas justas, comprometido con sus convicciones artísticas y políticas, con su trabajo y con su tiempo, Melecio murió cuando ilustraba Incidentes melódicos del mundo irracional del escritor campechano Juan de la Cabada, trabajaba en su serie Militarismo y Represión, y cuando el libro realizado con el grupo MIRA La gráfica del 68 estaba por publicarse. Su dibujo alcanzaba la maestría.

Hijo de madre campesina y de padre obrero, Melecio ingresó en 1956 a la Escuela Nacional de Artes Plásticas y en 1968 presentó su primera exposición individual en la galería Antonio Souza de la Ciudad de México. También ahí exhibió después las ilustraciones de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Pronto, una galería en Estados Unidos le organizó una muestra individual de su obra. Tenía las puertas abiertas en el circuito comercial, pero un día se negó a seguir en él y optó por el camino independiente ganándose la vida en el campo de la ilustración y participando activamente en el grupo MIRA con toda una propuesta de arte gráfico alternativo ligado al movimiento político y social que le tocó vivir. Hacía diseño, ilustración infantil, aplicaba su maestría con resultados insólitos en la historieta. Pero sobre todo, dibujaba. Y dibujó en secreto lo mejor de toda su obra.

Admirador y estudioso a profundidad del dibujo renacentista, de Da Vinci y Miguel Ángel; apasionado del arte clásico, de Durero, Goya y Hogarth, Galván supo fusionar el arte del pasado y la expresión contemporánea con una propuesta poética de largo alcance. Fue más allá de su virtuosismo y utilizó a la figura humana para plasmar a tinta una profunda y compleja concepción del mundo y de la condición humana. Nos habla del absurdo, del dolor, de la muerte, la violencia y la locura, pero también de la posibilidad de soñar, en una permanente trasgresión de los conceptos tradicionales de belleza.

"Melecio quería llevar sus dibujos a límites desbordados de perfección. En la suya, ví la obra de un iluminado que puede llegar a grandes extremos de alucinación", dijo la crítica de arte Lelia Driben cuando presentó su libro en Bellas Artes.

Ilustraba Militarismo y Represión cuando murió. Cuenta Amaranta que la obra le caló tan hondo que lo puso en el filo de la navaja:

"La obra lo hizo entrar en conflicto, comenzó a beber, se aisló en San Rafael, no quería ver gente, llegó a alucinar. Así estuvo tres meses hasta que decidió parar, entonces vinieron las crisis de abstinencia, noches difíciles para nosotros. Decía que lo seguían, que lo querían matar. Un día le pidió perdón a mi madre. Pedía ayuda. Otro día se lastimó y buscó a un médico que se negó a atenderlo porque decía que estaba tomado, pero era una de sus crisis de abstinencia. Yo lo curé.

"Un viernes me quedé en la noche con él para cuidarlo y me dormí. A las cinco de la mañana se levantó y se bañó con la idea de ir a la Ciudad de México a cobrar una ilustración para comprarme mi pastel, ya que el lunes cumplía 12 años. Ya no regresó. Sabemos que pasó a ver al párroco del pueblo, cosa extraña porque él era ateo, pero yo creo que estaba pidiendo ayuda. No supimos nada hasta el lunes cuando una vecina llegó a buscar a mi mamá. Ella, que era enfermera, tuvo que ir a la morgue por alguna razón y ahí encontró a mi papá muerto. Llevaba tres días ahí y estaban a punto de arrojarlo a una fosa común."

La versión oficial dictaminó un suicidio. Las evidencias médicas hablan de tortura, hematomas en la cabeza y el pecho. Llevaba en la bolsa trasera del pantalón una agenda telefónica que nunca utilizó la policía para dar aviso a su familia. El informe judicial era confuso e incongruente. Lo que siguió fueron años de temor, autos con judiciales vigilando a la familia, amenazas verbales para que no siguieran investigando.

Para Amaranta, "años de culpa por haberme quedado dormida", y décadas en las que lejos de festejar su cumpleaños deseaba que el día terminara. Durante todo ese tiempo tuvo muchos padres, "mis tíos, Arnulfo Aquino, Eduardo Garduño y el grupo MIRA".

Pero el tiempo pasó "y ya no soy una niña de 12 años, me perdoné a mi misma, me di cuenta que no era culpable y me empecé a reconciliar con Melecio. ¿Terapias?, mi vida ha sido la mejor terapia. Decirme 'no soy culpable' me llevó a reconocer la obra de mi padre a los 27 años. Entonces sí pude dialogar con él como una sola persona y no dos: el padre y el artista".

En 1997 Arnulfo Aquino promovió una beca del Fonca para Amaranta Galván sobre la obra de Melecio. Juntos emprendieron la catalogación, la ordenaron por etapas, técnicas y por temas, fotografiaron 600 trabajos y digitalizaron 400... Apuntes y bocetos inéditos se desenrollaron. Se cuantifican mil 12 piezas. Y hace dos años, en una ceremonia con la familia Galván y el grupo MIRA, le entregaron oficialmente la obra a Amaranta. Con todo esto, comenta Aquino, "se cerró un ciclo y comienza otro":

"Amaranta creció mucho intelectualmente, le costó trabajo reconocer la obra de su padre y no le fue fácil pero lo hizo y la fue admirando cada día más. Tiene enormes deseos de divulgarla, de hacerla pública y no dudo que la obra trascenderá."

Dice Amaranta:

"Fue durísimo, a veces clasificaba dos o tres piezas y no podía continuar, me dolía verla. De pronto Melecio y yo hicimos click y asumí el enorme compromiso con él y con la vida. Mucho lloré, mucho callé, me dediqué a la danza, me casé, me separé, tengo un hijo que me ha hecho entender lo que Melecio sentía por mí. Yo pensaba que nadie había pasado por un dolor como el mío, pero ahora veo que el dolor tiene muchos nombres. Se llama secuestro, se llama asalto, se llama violencia. Y que a cualquiera le puede pasar y hay que hacer algo para detenerlo."

Amaranta trabaja en el sur de la ciudad, llegar ahí le toma tres horas desde su casa todos los días. Y hacia allá va cuando se despide. Pero antes, con el rostro encendido y alegre, concluye:

"Cuando veo a los chavos que trabajan en Amnistía Internacional, cuando escucho a Bono de U2 decir 'comprometerse no es una mala palabra', cuando recorro a diario la ciudad desde mi pueblo, cuando estudio historia, cuando descubro a mi hijo crecer... todo eso me hace ver que mi papá no estaba loco, que tenía razón."

Adriana Malvido
Posted by Hello