viernes, marzo 04, 2005

Benny Moré, el bárbaro del ritmo


Foto: Mario García Joya Posted by Hello

Jorge Smith Mesa

En La Habana de los años 40, pululaban los bares y cafés adonde concurrían marinos de paso, turistas norteamericanos o espías alemanes que iban a realizar sus contactos, calmar la sed con uno de los espléndidos tragos de la coctelería cubana o sencillamente refrescar con alguna compañía femenina exuberante.
Cantores ambulantes, comecandelas, magos o jugadores trataban de llamar la atención de las clientelas bien vestidas que deambulaban con sus bolsillos repletos de dólares, libras o francos.
Al final de cada ejecución, se hacía el pase de sombrero, que nada tenía que ver con las corridas de toros y sí con ese arte de malabarismo y codeo con la muerte que era lograr unos centavos cada día para la subsistencia o para calmar el dolor de enfermedades “románticas” como la tisis.
Benny Moré tenía entonces veintitantos años y fue descubierto por el legendario músico Miguel Matamoros (el de Son de la loma) y aunque ya contaba con alguna experiencia musical tras su tránsito por el conjunto Avance, el conocimiento de la música del oriente de la isla fue decisivo para el bisoño intérprete.
Matamoros se sorprendió de la afinación y el extraordinario oído musical de aquel joven, que no sabía una palabra del pentagrama y cantaba como un dios. Lo incorporó a su grupo.
El Benny era mulato, medía seis pies y dos pulgadas y, aunque no contaba con demasiadas libras de peso, su cuerpo era fibroso y de sus ojos emanaba una vitalidad en forma de picardía criolla que atraía y sugestionaba.
En aquel momento, todos lo llamaban Bartolo (su nombre verdadero era Bartolomé Maximiliano Moré) y había nacido el 24 de agosto de 1919 en Santa Isabel de las Lajas, en el centro de la isla.
A Matamoros le pareció demasiado largo el nombre y lo bautizó con el de Benny, mucho más corto y comercial, querible y cercano para cualquier público.
Con los creadores de El que siembra su maíz (Conjunto Matamoros) viajó a México, se dio a conocer internacionalmente y gustó tanto al público de esa nación que incluso contrajo matrimonio con una mexicana.
Después de una fructífera etapa con Matamoros, Moré pasó a integrar la gran orquesta del músico de la occidental ciudad de Matanzas, Dámaso Pérez Prado, nada menos que el rey del mambo.
De aquella etapa quedaron las grabaciones y el aprendizaje arduo. Paulatinamente, el Benny fue forjando su poderosa y atractiva personalidad y, después de sus actuaciones al lado de Pérez Prado, pasó a la orquesta oriental de Mariano Mercerón, en la cual profundizó sus conocimientos del complejo del son, que incluía los ritmos changüí y el sucu sucu.
Gracias al dominio que tenía del tres –guitarra compuesta de seis pares de cuerdas que inmortalizaron músicos del talento de Arsenio Rodríguez e Isaac Oviedo–, Benny Moré se introduce en este campo.
También el Bárbaro del ritmo dominaba las maracas, los tambores y, sobre todo, contaba con la capacidad de poder desmontar los arreglos de un avezado maestro musical y, mediante su fantástico oído e intuición musical, lograr otros superiores.
Por intermedio del rey del mambo, el Benny incorpora a su acervo musical elementos importantes a la hora de dilucidar, en la llamada salsa, elementos como la rumba y el guaguancó matanceros, los cuales tienen características propias.
De sus días de trovador, cultivaba la canción y el bolero y ya para 1953, tras una breve incursión en el ritmo batanga, del maestro Bebo Valdés –que toma como base los tambores de la liturgia africana denominados bata–, funda su banda gigante que el llamaría cariñosamente “la tribu” con la ayuda de su compadre, el trompetista Generoso Jiménez y el pianista Cabrerita.
Es por aquellos años que un locutor de radio lo bautiza con el sobrenombre de el bárbaro del ritmo, tanto por su capacidad vocal para moverse por todo el registro, como por su habilidad para “sentarse” sobre una nota y asumir la melodía como un hecho bello en la vida de los escuchas.
Ataviado con un gran sombrero alón, trajes holgados, leontina y bastón, Moré se hizo de una imagen distintiva en una época en que los músicos populares no reparaban en esos recursos escénicos.
A estas habilidades agregaba sus legendarias “tardanzas”, plenamente concebidas en función de movilizar al público que lo esperaba impaciente y estallaba en vítores y aplausos en el momento de sus apariciones en escena.
Porque Benny era impulso vital revelado, explosión de sonidos y movimientos, tonalidades y tempos matizados por frases y exclamaciones integradas a pasos de baile, ningún cantante popular logró su hazaña: la trascendencia en el tiempo.
Durante una actuación en Cuba, el cantor español Antonio Molina se aprestaba a vestirse en un camerino mientras escuchaba los acordes de la magistral canción “Vida”, del Benny. Ante tamaño talento tan sólo pudo exclamar: “Ese hombre tan grande será recordado después de muerto”. Y así fue. Benny Moré llenó una página brillante en la historia musical de América Latina que considero no sería una hipérbole calificar de genial.

El autor es periodista de la redacción cultural de Prensa Latina.