sábado, abril 08, 2006

Elogio de la forgéndula

ANDRÉS BARBA

B arcelona, España. 05/04/2006. (La Vanguardia).- En cierta ocasión Oscar Wilde aseguró que Hamlet era la razón por la que el mundo se había hecho triste, y algunos años después , comentando aquella misma frase, que, si bien aquello era cierto, también lo era que Falstaff era la razón por la que el mundo se había hecho leve. Allí donde la razón nos retiene y paraliza, nos llena de gravedad, la comicidad nos eleva y nos restaura, y si hay una cosa capaz de darnos información acerca de la persona que tenemos frente a nosotros es estudiar qué es lo que le hace reír. De entre las mil cosas que, de entrada, deberíamos agradecerle a Forges es su ausencia casi total de ironía. Allí donde el irónico se ríe de aquello que no comprende precisamente por su incapacidad para comprenderlo y para evitar el esfuerzo de tener que hacerlo, el verdadero cómico se dirige a aquello que ama y conoce y lo presenta de forma cómica precisamente porque lo ama y precisamente para amarlo más. Hay en Forges, (y decir esto de una persona que lleva dibujando profesionalmente desde 1964 es casi rozar el milagro) un amor constante a lo que representa, una ternura constante por lo que nos hace ridículos, porque lo que nos hace ridículos es el corazón mismo de lo que nos hace amables.

Reírse de sí mismo

Conseguir que una sociedad al completo se ría de sí misma es un privilegio reservado a muy pocos, pero conseguirlo además sin ni una sola sombra de rencor es un prodigio reservado todavía a menos. No hay en este país gente que disfrute más de los chistes de Forges en los que aparecen ministros apegados a su sillón que los propios ministros apegados a su sillón, y los funcionarios incompetentes recortan chistes de Forges en los que los funcionarios incompetentes toman cafés interminables. Blasillo y los mesetarios no son tan amables para nadie como para el propio Blasillo real, a quien todos conocemos, y las señoras mesetarias lejos de sentirse ofendidas se sienten halagadas. No es extraño que amemos a quien nos enseña a amarnos sin darnos ínfulas, a quien nos hace reír de lo que, en cualquier otra circunstancia, nos enervaría o nos humillaría, a quien nos hace leves de toda gravedad. Desde aquellos históricos Los Forrenta años (1976) o la Historia Forresporánea (1984), y pasando por Las guías prodigiosas de Concha y Mariano o los divertidísimos Wordiales del 82, van sucediéndose esas camas inmensas en las que queda sepultado el matrimonio de Concha y Mariano (ese gloriosísimo calzonazos tan español que todos llevamos un poco dentro), el yuppie americanizado y pijo, el alienado por el fútbol, los náufragos en su isla, las viejecitas con su gorrino tratando constantemente de conectarse a internés,las parejas en crisis, asperjados con frases siempre castizas e intraducibles a cualquier otra lengua como "no, si ya verás tú como...", o "y esto es lo que hay, y todo en este plan", o "quítame allá esas pajas" o el sempiterno "gensanta", las máquinas inservibles como el Polimasflo de seriedades taxantes o la estrambótica Ogundeses omachinin de insólita y audaz proyección o los puestecillos en plena calle en los que, por sólo un euro, un puede dar un capón a unprogre o ponerse farruco con un director general.

Hay otro Forges, es verdad, más serio y reivindicativo, que olvida por un momento su condición de humorista y se presta a las causas que considera de justicia. Así le hemos ido viendo más recientemente levantarse contra la violencia de género y la guerra, o a favor de la inmigración, las amas de casa, denunciando el hambre, la injusticia, el maltrato o el terrorismo. Su desazón se parece a esa desazón de Chaplin; la del humorista que, por un momento, y en mitad de la risa, nos enfrenta a una realidad en absoluto risible, una reivindicación entristecida, pero abierta aún a cierta esperanza, ambivalente entre la mínima orquilla de lo que cabe esperar y ese amplio territorio de lo que todavía debemos soñar, donde soñar es todavía una obligación moral de la que no podemos, no debemos, sustraernos.

Forges tiene ese tacto mágico de quien en el fondo no ha dejado de ser un mezclador de imágenes, y la grandeza de quien no ha dejado de ser normal. "Escribo -decía Salinger- porque no tengo el valor de ser una persona normal". Pues bien, Forges escribe y dibuja desde el valor de serlo, y de hacer de su normalidad (tan grandiosa como ridícula y viceversa) un emblema en el que todos puedan verse reconocidos. Si el mérito de muchos grandes genios ha sido el de enseñarnos a morir, el privilegio de los humoristas ha sido siempre el de enseñarnos a vivir, y tanta verdad hay en unos como en otros, con la diferencia de que los humoristas, (y de entre todos los humoristas Forges de una manera especialísima) siempre ha estado, y está, y estará para recordarnos que, en el fondo de esta criatura mortal y necia que somos, hay algo también amable, y leve, más digno de compasión y amor que de su contrario.


HE AQUí ALGUNAS MUESTRAS MáS DE ESTE CARCATURISTA