martes, mayo 16, 2006

Arturo Rivera: Pinto la belleza de lo terrible

Obra ganadora de la bienal china.

Miguel Angel Ceballos

C iudad de México. Martes 16 de mayo de 2006. (El Universal).- Desde niño encontró en el arte una forma de canalizar su fascinación por la muerte y una válvula de escape para sus miedos.

Pintar con dolor en el alma. Pintar para sacar ese dolor. Pintar la belleza de lo terrible para no traspasar el umbral de la locura. Buscar la muerte a través de los excesos del alcohol y las drogas, y luego vomitarlos en una obra que estremece, que perturba y que conmueve. Así ha sido la vida de Arturo Rivera (ciudad de México, 1945).

A sus 61 años, este hombre de contrastes asegura que ha aprendido a encontrar los matices: ya no es blanco o negro, vida o muerte.

"Los ataques de pánico me los sé de memoria. No digo que ahora los controlo, pero para ayudarme sicológicamente siempre traigo mi pastillero con un Rivotril (ansiolítico). Ya no me lo tomo, pero lo cargo por si las dudas, porque no quiero volver va pasar por eso."

Rivera, quien recientemente fue reconocido en China con el Gran Premio de la segunda Bienal Internacional de Arte de Pekín, hurgó en sus heridas para platicar con EL UNIVERSAL, en su taller de la colonia Condesa. Ahí presumió su colección de cráneos, lo más reciente de su pintura texturizada y la tranquilidad que ha encontrado al lado de su actual pareja, Ana.

¿Qué sucesos de su niñez considera que marcaron su obra?
Vengo de una familia totalmente atea. Mi padre buscó una escuela que fuera atea y mixta, y tuve la gracia y desgracia de que me metiera en el Colegio Alemán. A los cinco años ya tenía una gubia y un corcho en las manos. Y es que en Alemania el grabado es muy importante, desde chico te ponen esas herramientas. Las actividades infantiles en el Colegio Alemán eran más de deportes, actividades musicales y manuales. La enseñanza llega después.
Siempre fui aplicado en gimnasia, actividades artísticas, física y biología. De lo demás, no entendía ni madres.
Tenía dos inclinaciones muy marcadas: el descubrimiento del cuerpo como médico, un poco sádico, y la pintura, dos cosas que estaban relacionadas, pero en ese entonces no lo distinguía. Yo creía que iba a ser médico, pero no podía serlo porque reprobaba en todo, nunca terminé la preparatoria.

¿Desde entonces había una fascinación por la muerte?
Sí, a mí me encantaba ir al Museo del Chopo, cuando era el Museo de Ciencias Naturales, pues me fascinaba ver los fetos en formol, los animales disecados, el enorme dinosaurio. Ése era mi museo. Tenía inclinaciones para la medicina porque me gustaban las disecciones de ranas, ojos y corazones que hacíamos en el Colegio Alemán.
La madre de un vecino era maestra de biología en la Universidad y nos llevaba a ver cómo congelaban los órganos con nitrógeno y les hacían cortes milimétricos. También nos llevaba al anfiteatro. Con mi primo José Alberto me iba al Panteón Dolores con mochilas de excursión y nos saltábamos la barda para ir a la fosa común, en donde nos robábamos los huesos.
Llegamos a tener 17 calaveras con todos los huesos. Desde ahí empiezan las identidades.
Siempre ha habido una fascinación por la muerte y también por lo contrario, porque soy muy vital, muy opuesto. Con el paso del tiempo ya manejo más o menos los matices, lo he aprendido.

¿Cuáles eran los extremos?
En la juventud me dediqué al relajo, al desmadre, al reventón, al alcohol, a las chavas, y también pintaba. Me iba de parranda y le hacía sus retratos a los que estaban conmigo. Yo era de la colonia Nápoles, clase media, pero en realidad era chavo de la calle, me críe ahí. Siempre andaba en la zona de las vecindades, lo que le llamaban "el triángulo", la escoria de la colonia, los que inhalaban cemento y hacían de todo.

Entonces, ¿usted es un pintor producto de sus circunstancias?
Claro, lo que hace al hombre son sus genes y sus circunstancias. Yo heredé lo que tiene mi padre, Manuel Rivera Silva, quien fue un abogado eminente y penalista muy reconocido. Soy muy opuesto y parecido a la vez.
Yo tenía tres hermanos y cuatro hermanas, todas ellas sobreviven y dos de ellos están muertos. El que se llamaba Manuel, como mi padre, debía ser abogado, porque mi abuelo, Manuel Rivera Vázquez, fue juez y mi bisabuelo, Manuel Rivera Cambas, cronista de la ciudad de México. Entonces a mi pobre hermano le tocaba ser abogado e hizo la carrera y después le echó el título a mi padre y mejor se dedicó a la actuación. Murió en un accidente cuando tenía 39 años.
Alfredo, mi otro hermano, murió por una sobredosis de pastillas. Estuvo internado en muchos hospitales, pero siempre tuve la sospecha de que no tenía nada y que los médicos no supieron manejar sus ataques de angustia. Era una persona muy inteligente que se dedicaba a la música.
Siempre hay una tendencia. Mi padre fue una persona muy depresiva, aunque mi madre no. Yo tiendo mucho a la depresión y sobre todo a la angustia.

¿Por qué intentó suicidarse en 1985?
Tenía 40 años. Estaba muy deprimido. Un día, una amiga me invitó a Valle de Bravo y yo empecé a tomar alcohol y a fumar mota desde que salimos de México. Tuve una laguna mental de tres días. Sólo recuerdo una cama de latón, un pasillo, un campo de golf, sólo flashazos, y eso que yo manejé de regreso a México.
Otra amiga me llevó a anexar a un grupo de Alcohólicos Anónimos de 24 horas, en donde te tienes que ganar la cama. Yo duré seis días y seis noches sin dormir, oyendo unas cosas terribles de la gente que subía a la tribuna. Fue un viaje alucinante, y me entró un ataque de pánico a la centésima potencia, y dije "no quiero sentir esto ya".
Mi ansiedad era tanta que me concentré en intentar que se me parara el corazón, pero no sucedía. Entonces vi la oportunidad de tirarme de la ventana y me arrojé. Sólo era un piso, pero de esos altos, aunque no me importaba ni en qué piso estaba.

¿Fue el único intento?
Sí, el único. Ahora que pensar en el suicidio, yo creo que todos lo hemos pensado.

¿El abuso del alcohol y drogas, no fue otra forma de suicidio?
Yo fui alcohólico y después moto. Tengo varios años de no tomar porque ya me hace mucho daño, vomito y me siento terrible, ya no puedo ni olerlo. Suplí el alcohol por la mota durante un buen tiempo, y eso te puede ayudar un poco, a que los encuentros sean más seguidos, pero en un momento determinado se convirtió en otra cosa y me apartó de la pintura.

¿Y qué significó ese alejamiento para usted?
Todos tenemos un mundo interno que hay que sacar y hacer que encaje de alguna forma. Cuando eres joven te llegan las influencias -yo tenía a Van Gogh y a Rembrandt-, y de ahí vas teniendo maestros y formándote. Cuando viví en Alemania, me sucedió algo que yo llamo "un momento de iluminación", porque me di cuenta de que mi mundo se integró a una forma. Hablando de mi obra, está muy ceñida a una forma muy estructurada, porque si esa explosión que tengo adentro no la contengo, se derrama. Es como el agua que no tiene vaso, se evapora, y el vaso sin agua para qué sirve. Aquí hablamos de forma y contenido.
Yo no sé qué hubiera sido de mí si no encuentro cómo sacar esta explosión, no me puedo imaginar sin la pintura. Mi pintura, además de que es un gusto, puedo decir que es la belleza de lo terrible, y eso terrible es lo que tengo que sacar para no estar loco, de por sí estoy medio pirado.

¿Ha tenido miedo de atravesar el umbral de la locura?
Sí como no. Y de repente lo hago. Soy, me manifiesto como tal. Dejo de pintar y soy como una olla exprés, algo adentro tiene que salir de alguna forma, y cuando no pintas sale, generalmente, mala onda. La pintura es como un ducto que va liberando esa presión, y además me alimenta, porque la pintura es un acto espiritual.
Las drogas eran un fuga, ayudaban un poco para que la olla se despresurizara, pero era mentira porque pasaba el efecto y los problemas seguían ahí. Sin embargo a través de la pintura sí disminuye la presión.
En el caso de la mariguana, te das un toque y te sientes a toda madre, pero se te baja y el problema sigue. Te quita el dolor momentáneo, porque así como hay dolores del cuerpo, también hay dolores del alma, y esos se manifiestan en la angustia y la depresión.
Yo no sé si se puede quitar el dolor del alma, y más a esta edad.

Tiene dos hijos y ha estado con varias parejas a lo largo de su vida. ¿De qué forma ha influido lo femenino en su obra?
Ahora estoy casado con Ana, una persona a la que quiero mucho, pero las mujeres siempre me han gustado. Y sí, tengo dos hijos. El varón tiene 33 años y es arquitecto, y mi hija de 19 años está estudiando para ser chef.
Me he planteado por qué esta inestabilidad en las relaciones, por qué tanta pareja, tanta ruptura. Se hace una forma de vivir, de ser. Yo no sé. Yo lo que quiero es buscar una paz interna y estar dedicado a lo que soy, el chiste es morir con el pincel, no repitiéndome, morir encontrando, como Tamayo.
Soy privilegiado, vivo de algo que me gusta hacer, claro que hay compromisos con galerías que hay que cumplir, yo soy un producto para ellos. Uno es el mundo del artista y otro el del mercado, el de los precios y ese tipo de cosas.
Sin embargo, la pintura es lo más importante de mi vida. Es más, es con la única que he estado casado. Cuando la he abandonado no tienes idea de lo que me ha costado reconquistarla, y cuando no estoy muy enamorado por lo menos soy constante.

¿Qué lo conmueve a usted en este momento?
La vida. Lo que estoy haciendo.

¿Pasaron los deseos de morir?
La muerte ya ni la tomo en cuenta. Tengo una cirugía a corazón abierto y una válvula aórtica. Si llega la muerte ahorita, que llegue. No le tengo miedo. Lo único que quiero es no morir con dolor ni en un hospital, y nunca entubado. Yo en mi camita, como ser humano, y si hay dolor, con toda la morfina que pueda. Me muero y ya.