lunes, julio 02, 2007

Artes Plásticas / España: El cine pintado por Fellini

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Interior del Gran Hotel (1973).

M adrid , 2 de julio , 2007. (Elisa Silió/El País).- Desde la infancia en Rímini el cineasta italiano Federico Fellini (1920-2003) estuvo unido a un lápiz. Garabateaba desternillantes caricaturas y retratos que en su adolescencia se convirtieron en un negocio próspero. Viñetista, articulista, guionista y por fin director de cine en Roma. Y, entre medias, un amor fiel a su primer amor: la pintura. La exposición El cine pintado por Fellini recorre en la Filmoteca Española, con 50 dibujos, la comunión de estos dos artes durante toda su carrera, incluida su publicidad para la Banca di Roma y los proyectos que su enfermedad y después su muerte, en 1993, le impidieron llevar a cabo.

Improvisaba un boceto de cualquiera que se pusiese enfrente -sus amigos, sus actores, sus colaboradores y hasta quienes se presentaban a sus castings-, ideaba decorados, vestuarios e incluso autoretratos. Porque «primeramente me venía la idea de dibujar y después escribía la historia relacionada con esa ilustración», aseguró en su libro Io Fererico Fellini (1995)

«Toda esa pacotilla que haría gozar a un psiquiatra, acaso sea una especie de rastro, un hilo al final del cual me encuentro en un plató, con las luces encendidas, el primer día de trabajo», resumió Fellini su trabajo gráfico en Fare un film (1980). Se confesaba carne de analista por su producción automática de «anatomías femeninas obsesivamente hipersexuadas, rostros decrépitos de cardenales y llamas de cirios, y nuevamente, tetas y culos...»

Apuntes, aderezados con números de teléfono, cifras de impuestos, citas, direcciones, versos y jeroglíficos. Algunos estaban preparados para convertirse en secuencias cinematográficas y otros los garabateó tras rodar, añadiendo detalles u ocurrencias de última hora. «Yo nunca pensé en hacer diseños inspirados en escenas ya filmadas: eso sería como parecerme a un sastre que reelabora un vestido ya perfectamente terminado», escribió en el prólogo de una exposición en la Pierre Matisse Gallery de Nueva York en 1986. Otro museo de la ciudad, el Guggenheim, recordó al cineasta cuando se cumplieron diez años de su muerte con una retrospectiva de 150 dibujos, curiosamente no escogidos siguiendo criterios cinematográficos sino estéticos.

«Fellini no dejó de dibujar en ningún momento, ni siquiera mientras hablaba por teléfono o en la servilleta de un restaurante», explicó el director de la Fundación Federico Fellini de Rímini, Vittorio Boarini, en la presentación de la muestra esta semana en Madrid.

Los 50 dibujos pertenecen a la colección de 150 de esta fundación, Y, a diferencia de la muestra expuesta en el Museo Pushkin de Moscú en 2005, está muy ligada a su faceta cinematográfica al tener su sede en el Palacio de Perales. Paralamente y hasta el 27 de julio el Cine Doré, también de la Filmoteca, proyecta los largos líricos y poéticos del realizador de Amarcord o La dolce vita.

Dibujaba y dibujaba pero sin «finalidad estética» sino para «dar materialización visual inmediata a una emoción, a un pedazo de alguna imagen pasajera o a una fantasía demasiado apremiante». Quizá por ese motivo una parte importante de su obra pictórica se ha perdido, aunque el corpus es bastante significativo. La fundación de Rímini pretende editar próximamente un diario onírico e ilustrado que el realizador de Ocho y medio con paciencia escribió y abocetó durante 30 años.

En el posoperatorio, sabedor de que nunca más iba a ponerse tras una cámara, pidió caballetes, pinturas y pinceles. Un encargo inútil pues cayó en coma para morir en su casa de Roma.

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