viernes, agosto 03, 2007

Literatura / Entrevista con Juan Villoro

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El escritor mexicano. (Foto: Archivo)

A rgentina, 3 de agosto, 2007. (Julián Gorodischer/Página/12).- Un hombre espía a la mujer que amó; se entromete en su nueva plenitud construida con un reemplazante, relevo que no inhibe la decisión de infiltrarse en el nuevo hogar que ya no es parte de su vida. Pero la tentación es fuerte, y el personaje de Juan Jesús vigila ese nido construido por Nuria cuando su amor terminó. Juan Villoro, cronista y novelista mexicano, entre los narradores más importantes de su generación, funde el relato intimista con la realidad actual de Ciudad de México y el resultado es una pequeña novela empapada de crónica urbana, o un ensayo sobre el final de una pareja. Las que recibe Nuria son Llamadas de Amsterdam (Editorial Interzona) que se presentan como de larga distancia pero podrían llegar desde el teléfono público de la otra esquina. Escuchó su voz en la contestadora, el tono fresco y optimista con que la conoció. No dejó mensaje. Fumó un cigarro viendo el edificio de los años treinta donde ella vivía, el vestíbulo renovado con alto presupuesto..., escribe Villoro, aquí devenido en cronista de un mundo íntimo, privado; las que se despliegan son emociones inconfesables, eso que avergüenza al dejado, que se sufre pero no se exhibe. El narrador del rock, el fútbol y las colonias mexicanas entiende que la contrariedad garantiza el pulso de una buena historia.

Las relaciones amorosas –diagnostica Villoro, desde algún lugar en las costas del Pacífico mexicano– surgen con un apetito de eternidad que no siempre dura. Curiosamente, en algunas ocasiones la separación revela qué clase de persona fuimos en la relación. Llamadas de Amsterdam aborda ese proceso, la difícil pedagogía de entender lo que eres al margen de lo que quisiste. Supongo que Juan Jesús dialoga con todos los protagonistas de historias de amor, porque todos tienen algo de personajes contrariados: gente que busca lo que no está ahí, que quiere al otro más a partir de lo que imagina de él que de lo que es en realidad.

¿Cómo narrar la megalópolis caótica, la pudridísima que extingue la noción de «vista panorámica» detrás del humo oscuro? Ciudad de México ha sido durante el siglo XX y comienzos del XXI el paraíso del cronista, alimentando una generación de observadores sensibles entre los que se encuentran próceres y pioneros como Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis, pero también sus herederos, narradores como Roberto Bolaño de Los detectives salvajes, el propio Villoro de El disparo de Argón, el guionista y novelista Guillermo Arriaga de Amores perros, el cineasta Carlos Reygadas de Batalla en el cielo, en la ficción y la narrativa de realidad, que percibieron la productividad en el caos, se trasladaron a los suburbios para sentir ese ritmo que late en la respiración de los mestizos, los indios, los relegados del centro, los herederos de la revolución de Zapata y de la noche de Tlatelolco, superpuestos a los adoradores de estrellas de telenovela, las prostitutas, los hacinados en subtes que no envidian nada a las multitudes de japoneses en los subsuelos de Tokio.

Pero Juan Villoro, desde su novela, se concentró en un lugar atípico, una sola calle (Amsterdam), una ventana y una luz encendida, para dar con una narración que elige hacer foco en una sola persona, así como el propio narrador eligió ubicarse bajo la piel de su criatura Juan Jesús. «El D. F. encuentra la forma de colarse en todo lo que escribo –asume el autor–. Nací en 1956 en una ciudad que tenía cuatro millones de habitantes y que ahora tiene entre 18 y 20. Este solo hecho la convierte en una metrópoli nómada, que se ha vuelto otra sin moverse de lugar. No es casual que el espacio urbano determine muchas de mis historias; resulta difícil ser ajeno a un vértigo espacial que altera y desvive tanto a sus usuarios».

Escuchó su voz en la contestadora, el tono fresco y optimista con que la conoció, escribe Villoro, que no le teme al estatismo de la espera interminable; que se entrega a la elucubración como tono, persiguiendo intensidades en conversaciones tensas, fragmentadas, corteses pero que crecen en el trasfondo de mentira y simulación. No predefinió un género abreviado para esta historia; «se extendió durante un tiempo incierto; en términos literarios resultó demasiado larga como cuento y demasiado breve como novela. Por suerte hay una editorial llamada Interzona que acepta los interregnos». Así se dio esta rareza, el primer libro del mexicano editado en la Argentina, acercando a una Buenos Aires que podría imaginar su futuro igual al de la capital chilanga, en un matiz antes inexplorado en viñetas de mercados, avenidas atestadas, cadenas de TV, prostíbulos, monoblocks: un aspecto europeizado, no arbitrariamente llamado calle Amsterdam, de la ciudad ya consagrada como esencia latina.

En todas las ciudades transitamos por parajes que aluden a otros sitios –explica Villoro–. En México hay un barrio que surgió de lo que fue el antiguo hipódromo. La calle que corresponde a la pista en la que corrieron los caballos tiene un extraño trazo en óvalo. Su nombre es Amsterdam. Siempre me ha intrigado esa calle, por ser circular y por aludir a los caballos que decidieron las apuestas: un circuito de la fortuna. Me pareció apropiado usar el escenario y contrastarlo con la Amsterdam real, a la que anhelan ir mis personajes. Recuerdo la película de Alain Taner El retorno de África, acerca de una pareja que planea un viaje que sólo cumple en su imaginación. Hay algo de eso en mi historia, una Amsterdam de la mente que atrapa a los protagonistas como una apuesta del antiguo hipódromo.

Su protagonista concreta la fantasía casi universal de infiltrarse en el mundo íntimo del otro amado... ¿Qué busca?

Siempre he tenido la tentación de hacerme presente en la cancha sentimental en la que ya no puedo jugar pero donde alguna vez tuve un papel. ¿Quién no ha sentido esto? Mi protagonista encuentra una forma de espiar el territorio de su antiguo amor y, naturalmente, no lo desaprovecha. Lo terrible es que descubre la plenitud en la que ella vive sin él. Entonces siente el deseo de conocerla de nueva cuenta, lo cual, obviamente, es ya imposible.

¿Es más atractivo narrar el amor en su condición fallida? ¿El rechazo vence dramáticamente a la plenitud?

Tolstoi dijo que las familias felices no tienen historia. Lo mismo ocurre con el amor cumplido. Es un anhelo válido para la vida pero aburrido para la literatura. Las historias comienzan con una fisura, una caída, un problema que debe resolverse.

¿Cómo se hace presente en su texto la vida urbana moderna?

La posibilidad de anonimato es una virtud de las grandes ciudades. Nada resulta tan pernicioso como ser conocido en todo momento. Sólo se puede vivir como personaje urbano desde la opción de no ser reconocido en todas partes. Onetti lo entendió de manera precursora en la novela que llamó, precisamente, Tierra de nadie. Sin embargo, la libertad de estar solo también puede llevar a un pozo de aislamiento. En Llamadas de Amsterdam el problema no consiste en dar con alguien sino en no poder estar con quien se desea estar. El protagonista se inventa un plano imaginario para dialogar de lejos con la mujer que ama. Ya que no puede tenerla en la realidad, al menos puede convertirla en personaje.

Entiende, Villoro, que la crónica y la ficción le plantean «ansiedades y anhelos complementarios. La crónica tiene un impedimento eficiente: siempre sé cuántos caracteres debo escribir. En cambio, con las historias la extensión no es muy segura. Esta es como una camisa sin talla, demasiado pequeña para ser novela, demasiado extensa para ser cuento». Si –como cita Villoro a Ortega y Gasset– «la claridad es la cortesía del filósofo», él agradece al periodismo la suave presión de cierres pautados y medidas de texto estrictas; como novelista, trabaja en una zona ambigua, proclive a posponer y saltar hacia adelante y no a perseguir un destino único en trama y extensión. «Esto me lleva a hacer artículos de primera necesidad entre una historia y otra. Pero nadie sabe muy bien cómo construye su obra y acaso las crónicas un tanto obligadas acaben por imponerse a los relatos voluntarios. Para mí lo decisivo de cambiar de géneros es cambiar de esperanzas y ansiedades».

En la confusión Amsterdam ciudad/Amsterdam calle, ¿hay una toma de partido sobre la realidad, sobre la verdad construida por la narración? ¿Acaso una teoría del verosímil?

El protagonista, que ha fracasado en el plano de la realidad amorosa, se inventa una segunda opción a partir de la fabulación. Digamos que vive de manera extrema el componente narrativo que hay en toda relación amorosa. No es algo que me haya planteado antes de escribir el relato pero que asumiría con gusto como una de sus consecuencias.

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