martes, noviembre 06, 2007

Arte Público / México: Alejandro Santiago replicó en barro a cada ausente de su pueblo

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Mujer embarazada. Una de las 2 mil 500 piezas que el artista esculpió durante seis años, que se exponen en el Parque Fundidora. (Foto: Pablo Espinosa)

M onterrey, NL, 5 de noviembre, 2007. Pablo Espinosa y David Carrizales/ La Jornada) Van desnudos. El sexo al aire, el alma limpia, la frente en alto. Hombres, mujeres, niños, familias enteras, solitarios curtidos al sol, grupos que se forman al azar de la caminata, una mujer embarazada, también desnuda, que protege al nonato –niño no nacido nadaba en ventura– con las palmas de sus manos de la lluvia.

Caminan. Rezan. Ven en el cielo destellos de diamantes. Caminan en medio del desierto y sus espejismos. No se rinden. Son 2 mil 501. Puede usted contarlos, mire: uno, dos, tres, cuatro, cinco… dos mil quinientos… dos mil quinientos un caminantes constantes y sonantes.

Suenan sus pasos desde Oaxaca hasta el río Bravo, embravecidos. Vienen de un pueblo, Teococuilco, que en realidad es una manera de representar a todos los pueblos que se han quedado vacíos de hombres y llenos de esperanzas, mujeres embarazadas, ancianos y niños, aunque muchas de esas muchachas encintas, viejos e infantes ya también dejaron un hueco en Teococuilco y van caminando junto a los solitarios, los rudos, los guerreros.

Teococuilco está en la vertiente norte de la Sierra de Juárez. De acuerdo con la Enciclopedia de los municipios de México, Teococuilco significa «en el templo de la culebra pintada» y también puede significar «lugar donde aúllan los animales pintados». Pero existe otra versión sobre esta toponimia: José María Bradomín afirma que el nombre correcto se compone de Teotl, Dios, Cuacuillín, nombre del sacerdote que en los sacrificios se encargaba de arrastrar a las víctimas, llevándolas de los cabellos al lugar de los sacrificios, y Co, que significa «en».

Lo cierto es que caminan. Ahora están de paso por la capital neoleonesa, sobre dos colinas del Parque Fundidora desde el 20 de septiembre, cuando se inició el Fórum Universal de las Culturas Monterrey. Desde entonces más de 100 mil personas han venido hasta aquí para cimbrarse, caminar junto con ellos, ver destellos de diamantes en el cielo, llorar, pero sin rendirse.

Son 2 mil 501 figuras humanas de tamaño natural esculpidas en barro por las manos del artista oaxaqueño Alejandro Santiago, quien vio vaciarse su natal Teococuilco y, cuando contó las personas que habían emprendido caminata, replicó ese número para suplirlas: 2 mil 501 migrantes.

Dice una de las muchas leyendas de la religión, la judeocristiana, que con barro alguien creó al humano. Lo cierto es que Alejandro Santiago hizo con barro a 2 mil 501 hombres, mujeres –una de ellas embarazada–, niños, muchos de ellos panzones, desnutridos, pero fuertes caminantes. Y los puso en pie de lucha.

«La idea es que las figuras de los migrantes regresen a mi pueblo de Oaxaca para repoblarlo en sus caminos y veredas, hasta en el panteón, para que la gente pueda ir y visitarlos, para que surja una reflexión del porqué migra la gente», explicó el artista oaxaqueño.

Esta impresionante instalación, que impacta a diario a miles de visitantes que llegan al Fórum de Monterrey, brotó en la mente, en el corazón y en el bajo vientre cuando sintió ahí la punzada del dolor. Al llegar a su pueblo, Teococuilco, «me encuentro con que no están mis amigos ni mis familiares. Increíble. No había nadie con quien platicar. De ahí surgió la idea de hacer las reproducciones de barro para representar a los pobladores».

Si uno está parado en una de las dos colinas pobladas por el barro caminante, puede integrarse sin darse cuenta a la caminata. Uno está parado, pero caminando. Absorto en el pensamiento que acompaña a los familiares que todos tenemos caminando, los que migraron expulsados por los gobernantes que no terminan de saquear nuestro país y siguen cínicamente haciendo como que gobiernan. Entre la muchedumbre de barro caminante, de repente uno voltea porque le han tocado el hombro, le han puesto una mano sobre el pecho, en el corazón. Y la frase «parece que cobraron vida» se convierte en realidad.

Caminar, platicar

«La idea es que las figuras de los migrantes regresen a mi pueblo de Oaxaca para repoblarlo», asegura el artista. (Foto: Pablo Espinosa)

Las figuras de barro se expresan con intensidad inaudita, caminan y platican, recuperan esa vieja costumbre que habíamos perdido de caminar y platicar, que es cuando más hondo calan las reflexiones. Y uno se percata de que estas figuras de barro de tamaño natural están cargadas de energía. Y cómo no, entonces, se va a poner a llorar la señora que vino el otro día y se paró aquí mismito, en esta colina, y rompió en llanto porque estos caminantes le pusieron en carne y barro a sus seres más queridos que se fueron caminando y que envían dólares desde el otro lado. Se parten el alma.

El otro lado, vaya frase. El más allá. Allende el Bravo. Bravísimo. Pero esto no es cosa de jugar con las palabras. No es cosa de juego. Las palabras son también de barro y cobran vida aquí, donde las cosas son de a de veras. Porque migrar es romperse la madre. Irse. Migrar. A la chingada, a chingarse el lomo. Solos, solitos y su alma. A chingar a su madre, a poner en sudor y sangre las metáforas de Octavio Paz y los académicos de la lengua. El laberinto de la soledad aquí es una vereda poblada por 2 mil 501 migrantes. Los náufragos del filósofo Samuel Ramos caminan aquí sobre el desierto. Ven destellos de diamantes en el cielo.

Nos cuenta la joven Crisalia Soledad Gutiérrez, coordinadora de atención al público en esta exposición, que al día siguiente de que vino una señora y rompió a llorar porque las figuras humanas en barro le personificaron a su esposo, que se fue «al otro lado» a trabajar, llegaron unos jóvenes desde el sureste del país y se pusieron a dialogar con las estatuas. Ellos iban de paso a Estados Unidos. Intentarían cruzar la frontera para trabajar. Para eso antes convivieron, convinieron con sus iguales, estas figuras de barro.

La propia Crisalia es migrante. Vino a Monterrey desde su natal Oaxaca y logró graduarse aquí de sicóloga. Hoy atiende a los visitantes que se cimbran con esta instalación más allá de lo artístico. Uno no viene aquí a ver cuadros de una exposición, a decir: ¡Ay, qué bonito! No, uno sin saberlo viene a romperse la madre y ver llover en añicos el alma que nos llueve desde las alturas y nos baña junto al recubrimiento blanco de algunas de estas imágenes que cobran vida.

El concepto desarrollado por Alejandro Santiago comenzó a cobrar forma hace seis años, al regresar de una prolongada estadía en Europa y darse cuenta de que su pueblo, Teococuilco, se había quedado vacío por culpa de la pobreza.

Decidió llenar los huecos que dejaron familiares, amigos y paisanos, elaborando con barro las figuras de quienes se marcharon, y consideró que para plasmar mejor la idea tenía que convertirse él mismo en migrante. Marchó a la frontera norte y contrató los servicios de un pollero, que lo proveyó de pasaporte falso, y pudo así cruzar desde Tijuana.

Reunió para la exposición 2 mil 501 migrantes e incluyó a los muertos en la frontera, los que salieron de su pueblo natal y uno más, el que anda trashumante, el que va y regresa por un tiempo y se vuelve a ir, pero incita a sus paisanos a irse con él. Ese uno, que se suma a 2 mil 500, representa al migrante que somos todos: el 2 mil 501.

Cuando empezó el proyecto nació su hija, que hoy tiene seis años, y esta niña elaboró la figura 2 mil 501, que se exhibe en el centro, en el ombligo de la instalación en Monterrey.

Para la fabricación de las esculturas, Alejandro Santiago se apoyó en un equipo de dos decenas de personas y recurrió a 16 tráileres para transportarlos desde su taller en Teococuilco.

Es la primera vez que se exhiben las 2 mil 501 piezas juntas. Se habían puesto a convivir con el público solamente 365 figuras en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca con anterioridad. En el Parque Fundidora permanecerán todas hasta el domingo 13 de enero.

Con su parsimonia indígena, la joven Crisalia nos explica que al principio causan impacto en el público la desnudez y rugosidad de piel de las estatuas. Una vez que conocen el contexto se emocionan hasta el llanto. Tiene rasgos distintos cada una, algunas tienen cortes, tajos impresionantes, que representan los ataques de los que son objeto quienes cruzan la frontera norte. Impactos de balas de goma, rostros de espanto. Decisión, altivez, dignidad tienen todos. Son guerreros, en el mejor sentido del Arte de la Guerra chino. Ah, por cierto, resulta inevitable el parentesco cultural con los guerreros chinos de terracota, aunque estas estatuas representan a verdaderos guerreros de estirpe indígena mesoamericana.

Van desnudos porque el migrante lleva todo y nada. En su interior portan su cultura, sus costumbres, sus ritos que trasplantan a la tierra que pueblan en conjunto. Solitarios, se van juntando en tanto caminan.

Avanzan un paso y ella se mueve dos, dan tres pasos y ella siete. Ella, la utopía, para eso sirve, para caminar. Ponen en carne y barro el aserto de Eduardo Galeano. Abren más las venas de América Latina. Calcinan la tierra con su fuego interno.

Van desnudos. Uno se para junto a ellos y camina junto con ellos. El pecho, el de barro y el humano, se nos llena de emoción incontenible. Como cuando uno rompe en llanto sin razón alguna. Nomás. Porque ya no cabe tanto adentro. Putamadre qué dolor. Carajo, no me rindo.

Véalos, estremézcase con ellos. Camine. Hable con ellos. Llore si quiere. Pero, como ellos, no se rinda.

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