domingo, noviembre 25, 2007

Artes Plásticas / Italia: Un reporte de la 52 Bienal de Venecia

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Rosario López. Arsenale, Abismo. 2005, Instalación: 6 fotografía color, 150 x 180 cm c/u Junco. (Foto: Haupt & Binder)

V enecia, 24 de noviembre, 2007. (Alejandra Ortiz/ La Jornada).- Así como hace cinco meses la Bienal de Venecia había inaugurado una de las temporadas más prolíficas del arte contemporáneo, que incluían Art Basel, Documenta y Skulptur Projekte, concluyó el 21 de noviembre y será hasta el próximo decenio que tendremos oportunidad de gozar de este grandtour moderno, cuando las fechas de programación de cada una de ellas coincidirá nuevamente.

La bienal veneciana es considerada la institución de mayor prestigio en su género –pensemos que su fórmula ha proliferado en los pasados 15 años hasta contar actualmente con 156 versiones en todo el mundo– por existir desde 1895; heredera del Salón Parisino y de las exposiciones universales europeas a las cuales acudían ya sea el gran público burgués como los verdaderos apasionados del arte.

Desde esta perspectiva la 52 versión, con la curaduría de Robert Storr, centró sus esfuerzos en crear una bienal pensada para la fruición del gran público, con la finalidad de establecer un lazo de comunicación entre éste y las obras.

La crítica concibe a la bienal como un producto típico de la política conservadora italiana, en donde independientemente de quién sea su curador, no logra más que obtener niveles cualitativos muy bajos. Específicamente este año la imagen que dio fue la de un kolossal en donde superó varios récords: los costos (30 por ciento más de los 6 millones de euros previstos), el número de países representados (77), los artistas seleccionados (96), y la gran cantidad de actos satélite a los cuales fueron invitados artistas ampliamente conocidos como Hirst, Fabre, Beuys, Beecroft, Hamilton, Kosuth, Cucchi, entre otros, produciendo una especie de intoxicación y una disminución de la autoridad curatorial del proyecto en su totalidad.

La reintroducción de la feria de arte llamada Cornice (esto del todo independiente a Storr), que coincidió justo con los primeros tres días de apertura –una vez que había sido abolida después de las protestas estudiantiles de 1968– despierta muchas sospechas y disminuye el prestigio de la institución, ya que además se pusieron a la venta las obras de algunos de los protagonistas de la bienal como Gerhard Richter, Sigmar Polke, Georg Baselitz, Emilio Vedova, Ernesto Vila y Gabriele Basilico.

Ante el deber de aportar un título convencional que cree unidad al proyecto, este año «piensa con los sentidos, siente con la mente. El arte en presente», el objetivo de Storr fue el de eliminar la dicotomía que ha caracterizado el pensamiento occidental a partir de Platón, ya que la jerarquización de la percepción nos priva de los medios necesarios para comprender la realidad en su integridad.

Su curaduría se concentró en los dos espacios que representan el corazón de la bienal: el Pabellón Italia al centro de los jardines de la bienal (alrededor del cual se encuentran los 31 pabellones privilegiados, los demás, incluyendo el de México, están diseminados en la ciudad, en una posición secundaria) y el Arsenal.

En estos dos espacios enormes las intenciones de efecto fueron muy diferentes. En el primero el resultado fue el de un equilibrio impecable, en la alternancia de ciertos «monstruos sagrados» con la recepción y evolución que de ellos derivó, en las generaciones posteriores. Esta dinámica no niega su antecedente como curador del MoMA de Nueva York. Para algunos esto fue digno de elogio, para la estabilidad creada, produjo aburrimiento.

El Arsenal, por el contrario, estuvo dedicado a obras que enfrentan directamente conflictos recientes o todavía en proceso, en particular las tensiones en Medio Oriente, en los Balcanes y en América Latina.

En estos dos espacios Storr trabajó siguiendo dos registros contrapuestos: por un lado la persistencia de experimentación formal de derivación modernista, por el otro el arte «empeñado» en contenidos sociales, propio del reciente bienio.

Es precisamente la atmósfera lúgubre que deja huella en esta bienal invadida de calaveras, armas, cementerios, batallas, frases de muerte. Esto refleja el pesimismo de una época tumultuosa en donde se busca un sentido a la vida.

El numero total de visitantes fue de 302 mil, cifra que comparada con Documenta 12 es muy inferior ya que en ésta participaron más de 754 mil personas en cien días.


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