jueves, diciembre 11, 2008

Teatro / Ciudad Juárez: «Los locos de Valencia» o de un espectacular Lope maladaptado

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Escena de la obra. (Foto: RMV/RanchoNEWS)


C iudad Juárez, Chihuahua. Sábado 8 de noviembre de 2008. (Rubén Moreno Valenzuela / RanchoNEWS).- Según la crítica Hélène Tropé, en su valiosa edición para Castalia de «Los locos de Valencia» de Lope de Vega (1562-1635), esta obra «se trata muy posiblemente de la primera representación dramática de una casa de locos en el teatro cómico europeo».

La importancia de esta comedia, compuesta entre 1590 y 1595 en Valencia y publicada en 1620 en Madrid, radica también de acuerdo a la misma Tropé en que «es quizá una de las mejores y más divertidas de su etapa de aprendizaje, etapa que se ha llamado de manera convencional “el primer Lope”». Un dramaturgo entonces de 33 años de edad, escrita durante su forzadas estancia en tal ciudad española, donde él encontraría una «importante tradición teatral» que existía desde finales de la década de 1570.


Según el crítico Juan Oleza los rasgos del «primer Lope» son la necesidad de un número elevado de personajes para su representación por la imposibilidad de los dobletes ya que en algunas escenas salen todos o casi todos al escenario, la poca fijación aún del personaje del criado (Leonato), la cantidad reducida de acotaciones y el corto número de escenas.

Sin embargo, esta pieza aborda el tema de la locura en Lope, que en sus distintas manifestaciones –en este caso el tema es la locura de amor y la locura fingida– habrá de abordar el escritor en numerosas obras dramáticas (más de doce) así como en un par de trabajos en prosa. Inspirada en un hospital fundado en 1409, «Los locos de Valencia» forma parte de una preocupación literaria española que desempeñó «un papel relevante» del siglo XV al XVII, que comprende como influencia la obra «Narrenschiff» (Nave de los necios) publicada en 1494 en Basilea, del poeta y humanista alemán Sebastián Brant, especialmente relevante porque ésta inaugura –y satiriza reunidos en una embarcación– el desfile o revista de tipos de locos que representan las locuras humanas: ilusiones, pasiones y vicios. Otra influencia es el «Orlando furioso» (1516), poema de Ariosto, cuya primera adaptación al español del italiano data de 1549 y a la que Lope de Vega usa como referente literario mencionado y parodiado en los «Los locos de Valencia».

Con esta comedia, Lope pasa de la nave de Brant a un microcosmos carnavalesco de un hospital, donde «los juegos dramáticos de la locura fingida trastocan verdades y mentira, realidades e ilusiones, ser y parecer “entre veras y burlas”», un teatro dentro de un teatro, un teatro cuyos comediantes son los propios internos, un teatro que resuelve una comedia mediante la legitimación de un amor ilegítimo.

El argumento es el siguiente: Floriano creyendo haber matado al príncipe, huye y se refugia en el hospital para locos de Valencia. Erifila, desde otro lado de España, huye de su padre que la quiere casar con un hombre al que ella no ama, se refugia también en el hospital de locos de Valencia. Para sobrevivir dentro del hospital ellos tendrán que fingirse locos, sin embargo la mirada del otro los enamora. Para todos los demás Floriano y Erifila son locos por amor o enamorados por su locura. Fedra, habitante cuerda del hospital, conoce a Floriano se enamora de él hasta la locura y realiza hasta lo imposible para intervenir entre éste y Erifila. Tendrá que venir el príncipe a poner orden.

«Los locos de Valencia» de Lope de Vega, adaptación de Antonio Zúñiga, con el grupo Puerta de Teatro en colaboración con del grupo Contrapeso ambos de Michoacán; dirigida por Rodolfo Guerrero y con escenografía de Luis Manuel Aguilar «El Mosco», se representó este día en el Teatro Víctor Hugo Rascón Banda, del Centro Cultural Paso del Norte, dentro la XXIX Muestra Nacional de Teatro realizada en esta ciudad.

El yerro de este montaje estuvo precisamente en la adaptación «no tan libre», según anuncia el programa de mano, de Antonio Zúñiga. En vez de recrear la obra de manera totalmente personal –mexicanizada hubiera sido una buena opción–, Zúñiga siguió la estructura argumental de los tres actos casi linealmente, rompiendo la versificación y modificando el carácter original de los personajes para permitirse pinceladas forzadas de humor (por ejemplo: Erifila que «huye» con su criado, en vez de huir de casa de sus padres porque la querían casar con alguien que ella no desea) y otras libertades no tan humorísticas, cuando al final Fedra se rebela de la convención lopesca de emparejar en matrimonio a los personajes principales, en este caso a ella con Valerio, el amigo de Florián. Zúñiga repite chistes que al hacerlo pierden su gracia original. Por ejemplo, cuando se alude a que un personaje está enojado porque está «hablando en rima».

En síntesis: el trabajo de adaptación fue muy irregular con buenos momentos (por ejemplo el monólogo de Sor Consuelo), pero muy indeciso sobre el tono general de la comedia. Además la obra resulta sumamente pesada por su excesiva duración: casi tres horas. Aquí Zúñiga peca doblemente porque también es el productor de la misma. Cabe decir que una versión española del año pasado dirigida por Fernando Urdiales tuvo una duración de una hora con 35 minutos.

Por fortuna, la labor escenográfica del director Rodolfo Guerrero fue lo suficientemente lograda para que la mayoría de los espectadores permaneciera en sus butacas en la espectacular –en buena medida– pero maratónica representación.

Contribuyó la escenografía de Luis Manuel Aguilar consistente en una caja central de por lo menos tres metros de altura, que se abría en distintas ventanas, que aunque no obedecía a la escenografía inferida en la comedia (una sala y un pasillo superiores, y un patio para los locos) sí fue funcional. Con una iluminación muy básica que cumplía su cometido sin mayor arte, buen vestuario, la musicalización no tan mala pero en la representación descuidaron el volumen que resultó muy alto.

Pero sobre todo fue notable la energía desplegada por los actores michoacanos, a quienes Rodolfo Guerrero sometió a una disciplina casi de saltimbanquis y un marcaje con una gran demanda de condición física. Y lo hicieron bien. En particular distinguimos a Sandra Rosales en el papel de Fedra. En conjunto merecían un mejor aplauso que el escaso que les otorgó por cortesía un público más urgido de partir del teatro.

Rescatamos del naufragio una buena frase de Antonio Zúñiga: «Nuestro Dios es un mal policía».



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