sábado, junio 06, 2009

Libros / España: Reseña de «Escondido y visible» de Ildefonso Rodríguez por Luis Muñiz

.
El poeta tocando jazz. (Foto: blog Oído en tierra)

C iudad Juárez, Chihuahua. 6 de junio de 2009. (RanchoNEWS).- Luis Muñiz hace la siguiente reseña del libro del poeta y saxofonista español:

En Escondido y visible reúne su poesía completa Ildefonso Rodríguez (1952), uno de los poetas españoles más deslumbrantes e ignorados de las últimas décadas, dueño de un fraseo que, por sí solo, tanto en verso como en prosa, justificaría su inclusión en la nómina más granada de músicos de la palabra.

Saxofonista, además de poeta, el leonés ha forjado su voz como forjan los jazzistas su estilo: siendo fiel a una idea primera que se enriquece con capas, pero que siempre está en el origen de lo que se expone. Una idea que puede muy bien convertirse en táctica y que, en su caso, consiste en merodear. Los malos fines con que Rodríguez se aparta de la tropa son los que mueven al heterodoxo, el que concede valor a todo lo que se encuentra («la dulce morralla deseada») en el área de su vagar y no diferencia entre el sueño y la vigilia; el que es capaz de aunar el trabajo del orfebre y el del arqueólogo, sin despreciar nunca el hallazgo fortuito. Fiel a esa heterodoxia es también esta poesía reunida, que juega, no ya con los poemas, sino con libros enteros, que el autor recoloca a su conveniencia, hurtando a la cronología para no faltar a la verdad. Es lo que ocurre con uno de sus dos grandes poemarios en prosa, Escondido y visible (2000), que, además de ceder el título para que lo aproveche todo el conjunto, pasa a ocupar el centro de éste, situado entre dos libros escritos en verso y publicados con anterioridad: La triste estación de las vendimias (1988) y Mis animales obligatorios (1995).

Hay, en ese intento de hacer de la obra de toda una vida una obra nueva, un innegociable proyecto de liberación, un intento de superar la disposición de los estratos para estimular el juego de contrastes entre los textos, huyendo del retrato del autor y del relato de sus desavenencias con el mundo que ha ido sedimentando el azaroso hecho de publicar de acuerdo con el calendario. Preguntarse qué ha pesado más en esa decisión, si el deseo de reconstruir al escritor o el deseo de reconstruir la escritura, es, hasta cierto punto, una cuestión secundaria: los poemas siguen estando ahí y quien quiera seguir leyéndolos tal como fueron saliendo puede hacerlo, aunque eso signifique no entrar en el juego (y cuidado, porque lo lúdico tiene en Rodríguez el calado que en otros tiene lo ético) y perderse, en la porción de su obra que ahora nos ocupa, la intromisión del agente merodeador en el ciclo elegíaco que constituyen sus libros de 1988 y 1995.

Entre ambos ordena ahora el leonés que se lean las andanzas (mentales) del Escaso, un personaje emparentado con los protagonistas de la trilogía de Beckett y el Malte de Rilke, y que es una isla de pura ficción novelesca en una producción que jamás ha ocultado su deuda con lo biográfico. La voz del Escaso, pero transida por lo vivido (por lo vivido fuera de uno, si es que esto es posible), había hallado acomodo tres años antes en Coplas del amo (1997), quizá el libro más alto de su autor y en el que cristaliza una variante del personaje del merodeador, el merodeador de sí mismo, que ya transita, aunque sea en estado embrionario, por las páginas de Mantras de Lisboa (1986) y Libre volador (1988), las primeras tentativas del poeta. Con el Escaso, sin embargo, no hay viaje ni pretexto para emprenderlo: el asedio es completo; la perspectiva, psicológica; el merodeo, sin tregua. Es la mente que se explora a sí misma, sin darse un respiro, con el único fin de sentir la palpitación cerebral; la vida paciente e improductiva de quien no tiene otro objeto de estudio que él mismo. Pero no es la exploración de una mente que sirve para conectarse con el exterior, para explicar lo que somos en función de lo que hemos vivido. Por eso, si cabe, resulta más inquietante leer ahora los devaneos del Escaso (un ser organizado «a partir de un simple orificio», como Boca en la beckettiana No yo) entre dos colecciones de poemas que inciden, precisamente, en la experiencia vital y la memoria como principal fuente de la escritura.

La nueva ordenación de estos tres libros, con el corolario de Coplas del amo (insisto, una obra maestra) y el colofón de Política de los encuentros (2003), el último poemario publicado por Rodríguez, otorga al núcleo duro de la poesía del leonés un carácter inasible y conflictivo, pugnaz, que se debate entre lo abstracto y lo concreto, entre lo informe y el informe (como destaca Antonio Ortega en su prólogo), y favorece su funcionamiento en clave casi exclusivamente interna, autorreferencial, de sueño donde se sabe que se sueña pero del que no hay escapatoria.



REGRESAR A LA REVISTA