sábado, junio 12, 2010

Textos / Magali Tercero: El «Clasicismo contemporáneo» de Louise Bourgeois

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Maman, pieza de Bourgeois colocada en el Museo Guggenheim (2008), en su última retrospectiva. (Foto: Archivo)

Ciudad Juárez, Chihuahua. 5 de junio 2010. (RanchoNEWS).- Reproducimos el texto de Magali Tercero publicado en el diario Milenio en su suplemento Laberinto en memoria de Louise Bourgeois. Louise Bourgeois es una artista clásica desde hace mucho tiempo. Fallecida el pasado 31 de mayo en su casa de Nueva York, a los 98 años, ocupa un sitio central desde 1982, fecha de su primera retrospectiva en el Museum of Modern Art (MoMA). Poco interesada en la historia del arte, aunque la conocía muy bien, y menos en la «moda pasajera» implícita en las diferentes escuelas y estilos, Bourgeois hacía declaraciones rotundas: «El arte trata de la vida, y en eso consiste todo. La vida del artista es la negación de sexo. El arte surge de la incapacidad para seducir. Soy incapaz de hacerme querer. La ecuación se compone, por tanto, de sexo y asesinato, sexo y muerte».

Encarnación del artista total y lectora de Albert Camus, realizó obra inspirada no sólo en el dadá, también en el existencialismo. Su formación clásica le permitió expresarse mediante el dibujo, la pintura, la escultura, el arte conceptual (donde incorporaba sus piezas escultóricas), e incluso en la escritura. Bourgeois fue amiga de André Breton y Marcel Duchamp, y se permitió observarlos con ojo crítico. Ambos la ponían violenta, según afirmó en Louise Bourgeois. Designing by free fall (1992), de Cristiane Meyer-Thous. Como mujer –en su momento artístico pertenecer al sexo femenino tenía complicaciones extraordinarias– se opuso violentamente a ellos, a su intento de pontificar.

Mark Rothko le provocaba sentimientos encontrados. En La destrucción del padre/ Reconstrucción del padre, Bourgeois lo pinta así: «A los patronos [del MOMA] les gustaban los artistas que vendían bien: Alexander Calder, Mark Rothko y Ben Shahn… Uno tenía que entretener al Patronato, y estos “Tres Peleles” sabían muy bien cómo desenvolverse en sociedad ante los directivos. Como mujer […] no podía hacer lo mismo».

Bourgeois no iba a aceptar una figura paterna, por eso huyó de Francia. Pero esta presencia autoritaria en su vida –central en su instalación Destruction of the father– constituyó el motor de todo. Muy joven reconoció que era frágil y sus emociones muy intensas. Por eso las depositó en obras como Maman, la araña gigante de nueve metros colocada frente a la Tate Modern en 2007 y en el Guggenheim en 2008, como parte de su última retrospectiva, o en El arco de la histeria (1993). «La belleza no es sino una expresión mistificada de nuestra propia emoción, […] una serie de experiencias», sostenía convencida de que la gente feliz, sin historia, no tiene nada qué decir. Alguna vez contó que el arte la atrajo porque le permitía eludir las jactancias de su padre. Su primera solución escultórica la encontró en la mesa familiar. Mojó con saliva un trozo de pan blanco y retrató al padre. Luego le amputó brazos y piernas con un cuchillo, elemento tan constante en su obra como las arañas, las casas, los cuerpos, el sexo y las formas orgánicas. Mucho después, dijo: «Fue apropiada para el momento y me ayudó. Fue una importante experiencia y determinó ciertamente mi dirección futura».

Una diosa antigua

Bourgeois, oriunda de Francia pero residente en Estados Unidos desde 1938, sostenía haber visitado el infierno. «Lo encontré maravilloso». Hija de un matrimonio de restauradores de tapices antiguos, creció aprendiendo historia del arte, dibujando y tejiendo. Bastan esculturas como Nature study, talla hecha en mármol rosa, para confirmar que es una artista clásica contemporánea. Hizo este «autorretrato», así lo definió, entre 1984 y 1994. Viendo esa especie de diosa antigua con tres pares de tetas, cada par con una caída diferente porque quizá corresponden a diferentes edades, viendo este poderoso ser casi diabólico con su falo erecto y sinuoso, uno desearía tener la capacidad de pensar y sentir mucho mas allá de los lugares habitualmente frecuentados por quienes no vivimos a flor de piel con el inconsciente. Bourgeois sentía que ése era el privilegio del artista.

Nature study, dijo, es un animal en metamorfosis, una Louise Bourgeois capaz de sumergirse en la zona más oscura y profunda del alma y volver sonriente a mostrar sus descubrimientos. En la fotografía de Robert Mapplethorpe, ya anciana, aparece con una especie de falo enorme que no lo es, según dijo durante el discurso pronunciado cuando recibió en 1990 la Edward MacDowell Medal: «En lugar de ser fotografiada cándidamente en mi estudio tuve que ir al de Mapplethorpe. Eso me estresó. Ante los hombres hay que estar preparada, alimentarlos, literalmente cuidarlos. Me llevé a Fillete (1968), una escultura sobre mí [una pequeña Louise: fillete quiere decir niña]. Sabía que estaría cómoda abrazándola y meciéndola». Y así posó, sonriente y burlona. En una entrevista posterior alguien quiso saber porque un gran falo con Mapplethorpe, extraordinario artista homosexual cuyo tema era el cuerpo masculino, entre otros. «La gente dice que lo es pero no lo es. Estoy acostumbrada a los críticos», contestó imperturbable.

La última retrospectiva suya en Londres causó, a quien escribe, angustias súbitas a lo largo de todo el recorrido. Muchos han mencionado este poder evocativo de su obra. Por ejemplo, ante una diosa/perro sin cabeza apoyada sobre los flancos traseros y descrita como una símbolo de la fertilidad de la Cibeles efesia. Pero sigamos con los falos, el origen de su arte. Cuando Louise Bourgeois los tallaba, según declaró, lo hacía con la ternura de quien cuidó a los cuatro hombres que formaron con ella un hogar: su esposo e hijos. Cuidar y destruir como caballos de batalla. En el Tate Modern la artista irrumpía en un video aventando una escultura y pisoteándola con energía de gigante, pese a haber rebasado los noventa, al tiempo que hablaba de su padre. Sobrecogía ver, en una de las instalaciones conformadas por jaulas inmensas, otro de sus temas además de la casa hogareña, el gigantesco abrigo negro colgado, como un enigma ominoso de la masculinidad opresiva de su padre (las hay creadoras) sobre dos inmensas esferas.

El origen

En La destrucción del padre alude a la tiranía, al abuso de poder paternal que como niña sufrió durante años junto a su madre y sus dos hermanas. Citemos algunos fragmentos del catálogo para dar una idea más amplia: «La composición original fue realizada durante una década en plástico, cera roja, látex en rosa picante, lila y azul. La secuencia de variaciones emerge en diálogo con el monumental granito titulado She/Fox de 1985. En esta figura bestial, Bourgeois evoca la figura de una madre resguardando a la hija representada con una escultura de diminutas dimensiones [hay] una visión de la magna madre, una figura animal sin cabeza trasmutando su poder femenino en malignidad tumescente (el falo oracular de Delfos). Las figuras […] desarrollan ideas de hermafroditismo aparecidas en numerosos trabajos tempranos sobre amor y conflicto, sexo y poder». Bourgeois solía afirmar: «Aunque me siento protectora del falo no quiere decir que no le tengo miedo».

Rechazo

En Rechazo la cabeza es importante no por su No Presencia sino por estar ahí como elemento único. Las cabezas, a veces dobles o triples, suelen estar dentro de las grandes jaulas mencionadas. Son retratos contemporáneos de individuos reconocibles no como tipos sino, precisamente, como individualidades. Si Bourgeois ha visitado el infierno, no es en estos retratos de tela donde quiere mostrar lo maravilloso. Entre El grito de Edvard Munch y estas cabezas hay afinidades, sí, pero la artista ha recurrido también a su pasado familiar para evocar la fábrica paterna reparadora de tapices finos. Como se sabe, ella comenzó a dibujar para reponer partes perdidas de los tapices enviados por los clientes. Con Munch es como si el ser fuera a desaparecer absorto en su propia angustia. Con Bourgeois no parece haber peligro de desaparición. Sólo instantes extremos de vulnerabilidad.

Por último comentemos Cumul I, de 1969, una escultura pequeña de mármol, llena de pliegues a la manera italiana del barroco. Ése de drapeado proveniente de Bernini tan inspirador para ella. Hay ahí piel y testículos y ovarios. El origen del mundo, diría Courbet.


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