miércoles, marzo 06, 2013

Textos / «Primera prospección en el archivo Bolaño» por Alberto Ojeda

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El escritor chileno en la época en que vivió en Gerona (1980-1984).  (Foto: Herederos de Roberto Bolaño).

C iudad Juárez, Chihuahua. 6 de marzo de 2013. (RanchoNEWS).- Reproducimos el texto de Alberto Ojeda acerca de Roberto Bolaño quién dejó a su prematura muerte un voluminoso caudal de manuscritos, muchos inéditos todavía. El CCCB deja entrever alguno de esos novedosos materiales en una muestra que conmemora el 10° aniversario de su fallecimiento, publicado en El Cultural el 5 de marzo de 2013

Roberto Bolaño vivió a salto de mata buena parte de su vida. Erró por distintas ciudades. Un verso suyo de ese tiempo: «Días febriles en Barcelona con la ropa arrugada y los labios partidos». Hizo equilibrio para salir adelante sin despeñarse. Sus costumbres tardaron mucho en homologarse con la de la llamada clase media: el techo (casi) fijo, unos ingresos económicos más o menos estables, la familia, los hijos... Eso fue ya en sus últimos años, cuando empezaron a reconocer su valía como escritor y publicarle sus libros. En ese periodo en precario, no obstante, siempre tuvo un asidero fijo: la literatura. No paró de escribir. Por eso el archivo que dejó a su muerte prematura con cincuenta años, ahora hace una década, es una frondosa selva poblada por una amplia diversidad de especies: novelas, poemas, cuentos, diarios, artículos, ensayos... El CCCB, conmemorando la efeméride, ofrece a partir de hoy una aproximación a las primeras capas de ese caudal de cuadernos, notas, apuntes, dispositivos informáticos... en los que dejó marcadas las huellas de su talento y su tenacidad. Sus fans (legión entre los jóvenes) y sus estudiosos (cada vez hay más doctorandos concentrados en su obra) tendrán la oportunidad de atisbar algunos manuscritos inéditos, como la novela El espíritu de la ciencia ficción, escrita en 1984 y dedicada a Philip K. Dick.

El centro barcelonés ha contado para esta iniciativa con el apoyo de la viuda de Bolaño, Carolina López, que es la heredera y por tanto soberana de todos esos materiales. La irrupción en ese territorio íntimo de un escritor difunto siempre plantea algunos dilemas morales. ¿Hasta qué punto es lícito dar a conocer lo que el principal interesado mantuvo oculto? Pero el propio Bolaño parece que despeja las dudas. En una de las novelas inéditas agazapada entre sus papeles, La paloma de Tobruck, de 1983, puede leerse: «Abre un cajón del estante de los libros. Está lleno de papeles manuscritos. Coge uno al azar: '¡a veces soy inmensamente feliz!'. La letra es pequeña. Bebe un sorbo de cerveza y sigue leyendo otros apuntes (no viene al caso decirlo en este momento, pero ella no siente estar violando nada al leer esas especies de notas, diario de vida o lo que fuera sea). Lo importante, lo verdaderamente importante quiero decir es que la cerveza se entibia, aparece la luna en lo alto del callejón tan solo por unos instantes...».

Este pasaje lo recoge Valerie Miles en el catálogo de la exposición, donde explica: «De cuando en cuando el lector tiene la impresión de que Bolaño podría haber dejado deliberadamente algunas claves diseminadas a lo largo de sus cuadernos, por si algún arqueólogo literario llegara a excavar en ellos». Ella ha sido una de esas arqueólogas. Carolina López le pidió que le echara un cable en su empeño por dar orden y coherencia a los manuscritos de Bolaño. Ya llevan un par de años trabajando juntas.

El crítico Ignacio Echevarría fue el primero en desarrollar esa tarea en el archivo de Bolaño (en concreto en el disco duro de su ordenador). En los años inmediatamente posteriores a su muerte ejerció, de hecho, como su albacea. A él se debe la edición en un solo volumen de la monumental novela 2666 (2005). También se encargó de la edición de la compilación de ensayos y artículos titulada Entre paréntesis (2004) y del libro de relatos El secreto del mal (2007). Pero «diferencias» con la viuda de Bolaño le apartaron de ese encargo. Echevarría no ve ningún inconveniente en que sigan saliendo a luz obras firmadas por su viejo amigo. «Él sabía que tenía muchas papeletas para morir pronto. Si un escritor no destruye sus manuscritos está dando un permiso tácito para que algún día se conozcan. Lo único es que esos trabajos deben editarse y contextualizarse correctamente. Esa es la obligación de los responsables de su legado», comenta a El Cultural.

Es precisamente lo que pretende esta exposición, que se asemeja, en cierto modo, a un esquema ya clásico en el CCCB, ideado por Juan Insua (el otro comisario de la muestra de Bolaño), que consiste en identificar las conexiones entre distintos escritores y las ciudades que han habitado, como ya hicieron con del Dublín de Joyce y el Trieste de Magris. Esta vez se secciona la existencia de Bolaño en tres tramos, con el fin de jalonar con precisión una suerte de cronología creativa, tan dispar de la cronología de publicaciones de sus libros. El primero de esos tramos, denominado La universidad desconocida (como su libro de poemas), abarca su estancia en Barcelona, entre 1977 y 1980, un periodo en el que rumiaba poner en marcha un viejo anhelo, del que dejó constancia en un apunte de su diario, fechado en 1978: «Cada día menos jóvenes, la fortuna con unos, la pobreza con otros: escribo versos, sueño con una novela». Luego reconocía que le costaba mucho empezarla.

En Gerona, donde vivió entre 1980 y 1984, el «caleidoscopio» (así se denomina esta sección en el CCCB) de su obra literaria empieza a cobrar consistencia. En esa etapa escribe las novelas Monsieur Pain, Diorama, La paloma Tobruck y El espíritu de la ciencia ficción. «Gerona enmarca una determinada mayoría de edad, cuando Bolaño se aísla y halla su rumbo, y empieza a aplicar más extensamente algunas ideas sobre la fragmentación, las estructuras, las nociones del tiempo, del caleidoscopio», explica Valerie Miles. En el 85 se traslada a Blanes, donde viviría hasta 2003 y catapultará sus ambiciones literarias hasta construir un universo en expansión infinita, pleno conexiones internas (con personajes, tramas, símbolos que saltan y mutan de un libro a otro), y que, a juicio de Insua, coloca a Bolaño entre los más grandes de «la nueva literatura mundial junto con Coetzee, De Lillo...».

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