jueves, mayo 16, 2013

Literatura / Entrevista a Alberto Manguel

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El escritor argentino de nacionalidad canadiense. (Foto: : Carlos Alba)

C iudad Juárez, Chihuahua. 16 de mayo de 2013. (RanchoNEWS).- Alberto Manguel (Buenos Ares, 1948) viene a menudo a España, pero son visitas relámpago. Ha estado en Madrid una noche para «conversar» en el Instituto francés con el escritor francés Jean Echenoz (Orange, 1947) autor de la famosa trilogía de Al piano, Correr y Relámpagos, que ha ganado en Francia los premios más importantes de las letras de su país. Es un gran amigo suyo: «Nos conocimos en Florencia durante un premio que se entregaba y allí pudimos hablar bastante. Recuerdo que no había visto los fra angélicos y le recomendé que los viese. Se quedó muy impresionado. Ése fue el comienzo de nuestra amistad». Una entrevista de Jacinta Cremades para El Cultural:

Nacido en Argentina, con la nacionalidad canadiense, Alberto Manguel, hijo de padre diplomático, escribe sus libros en inglés, ha vivido también en varios países de Europa. Sin embargo ha sido Francia el país en donde reside desde hace años y en donde ha instalado la gran biblioteca de 35.000 libros que siempre le acompaña. «Mi relación con Francia empieza a través del idioma. El francés lo aprendí en el colegio en Buenos Aires. Desde el comienzo, fue una relación de amor pero también de temor. La profesora nos dijo desde el primer año que una falta en francés es una falta moral. Una persona puede hacer todos los errores que quiera en castellano y nadie lo nota. Aquí confunden el objeto directo con el indirecto. En Argentina, si bien se habla mejor, se cometen también errores. Quizá sea en Colombia donde se hable mejor el castellano, pero en ninguno de los países de habla hispana hay una relación de profundo respecto con el idioma. Con la lengua inglesa pasa lo mismo. Es como si no importase ese tic lingüístico 'you know' que se ha incorporado en la lengua inglesa y que es equivalente al 'ya sabes'. En Francia no es así. Yo vivo en un pequeño pueblo, en el Poitoux Charente, y mi vecino que es agricultor me corrige faltas de subjuntivo. Eso no ocurriría en España. Ahí comienza mi relación con Francia».

Aunque no estuvo sólo en esa aventura inicial. Tuvo cierta ayuda la primera vez que decide quedarse en Francia. El escritor Hector Bianciotti, de la Academia Francesa, le proporciona contactos en editoriales galas que permiten a Manguel de ganarse la vida entre Paris y Londres con apenas veinte pocos años.

Sin embargo, el concepto de identidad en literatura no va en absoluto con sus teorías de la lectura.

Es una idea que existe pero que es impuesta. Yo no creo que sea posible objetivamente definir una literatura francesa, inglesa o italiana. ¿Qué tienen en común Lorca y Cervantes, Quevedo y Javier Cercas? Luego suceden cosas absurdas. En los países de la antigua Yugoslavia se puede visualizar una visión del mundo más común que, por ejemplo, en Francia. Con la división de Yugoslavia se ha insistido en la identidad de la literatura serbia, croata, etc., y son diferencias que no se pueden ver. Cualquier identidad puede inventarse.

¿Y a raíz de la literatura de un país se podría entonces crear identidad?

También resulta una ficción.

Usted que ha estudiado con detalle en diversos ensayos el proceso de la lectura, ¿cómo definiría al lector del siglo XXI? 

Me resulta imposible definirlo cronológicamente porque en cuanto se me ocurre alguna definición, inmediatamente pienso en miles de excepciones. Los valores de nuestra sociedad se han convertido en valores económicos. La premura, la brevedad, la superficialidad, son valores de consumo. Algo necesita ser visto inmediatamente, consumido inmediatamente, para que se pueda consumir otra cosa. Eso también ha infectado el proceso de lectura y el lector busca obras que no requieren una atención detenida. Por eso la lectura electrónica puede ponerse de moda, basta con efectuar un recorrido muy rápido y sin necesidad de detenerse en ninguna página. Quizá sean estas ciertas características del lector del siglo XXI. Pero no todo lector es así. Una de las funciones del lector es justamente el reaccionar a este proceso y buscar otra cosa en la lectura.

Su mayor reivindicación a la hora de leer es la de no desestimar la «relectura», capaz de albergar un nuevo texto creado por el propio lector. «A mi edad es lo que me produce más placer. Durante una larga parte de mi vida, necesitaba estar al corriente de lo nuevo que se escribía. Ahora, esos descubrimientos me interesan menos. Es un poco como con los amigos: ya no tengo la necesidad de hacer nuevos amigos, tengo los de siempre. Ya nos conocemos desde hace tiempo. No hay necesidad de hacer esos preámbulos», explica.

Háblenos de un libro cuya relectura haya transformado esa primera lectura.

Me ha ocurrido a lo largo de mi vida con Alicia en el país de las Maravillas. Empecé leyendo Alicia de niño, sin entender mucho, con cierto miedo. Luego adolescente, Alicia me pareció un retrato muy exacto de lo que representa el enfrentamiento del adolescente al mundo adulto con esas reglas absurdas en un mundo desconcertante. Luego encontré que Alicia tenía un contenido político social. Muestra quiénes tienen poder y quiénes no, cuál es el poder abusivo de ciertos personajes, la obsesión con el dinero, la acumulación de la propiedad. Y, en otro momento de mi vida, leo a Alicia como literatura existencial. La pregunta que le hace la oruga, «¿quién eres tú?» es una pregunta que tiene eco en muchos otros libros. Alicia ya no se reconoce.

El escritor y el lector serían entonces dos caras de la misma moneda.

No exactamente. El acto de leer empieza cuando muere el escritor. Mientras el escritor escribe, no existe el lector. El escritor que se convierte en lector de su texto, necesita detener la obra para poder leerla. Valéry decía que un poema nunca se acaba, simplemente se abandona. El lector hace «renacer» ese texto pero con poderes propios. Nosotros creemos en la ilusión e intención del autor. Son dos funciones muy distintas y nunca coinciden. El lector se apropia de la obra, lo que enfurece a profesores universitarios e investigadores que se toman por arqueólogos de la literatura y creen que por haber encontrado una carta o un manuscrito, dan otro sentido al texto. Eso no es válido. Lo que existe es lo que está escrito en el texto. Y luego hay escritores que «inventan» sus razones, pero eso es otra historia.

Y, por último, ¿cómo «lee» Alberto Manguel?

Me despierto a las seis de la mañana y antes de desayunar leo un Canto de Dante. Luego a través del día siempre estoy leyendo. Mis trabajos siempre dependen de mis lecturas. Trato de leer cosas que no están relacionadas. Siempre son lecturas paralelas. Tengo cinco o seis libros que leo, en distintos lugares de la casa. Por ejemplo en la cocina hoy mismo tengo un libro sobre el anarquismo, en el salón Doctor Fausto de Thomas Mann, en el dormitorio tengo una novela policiaca y así sucesivamente. Por la noche ya no tengo energía...

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