domingo, junio 23, 2013

Obituario / Miguel Narros

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El director de escena. (Foto: Jaime Villanueva) 

C iudad Juárez, Chihuahua. 21 de junio de 2013. (RanchoNEWS).- Uno de los grandes nombres de la escena en España durante los últimos 50 años, llevaba unos días hospitalizado por una afección pulmonar. Hace una semana había estrenado La dama duende, de Calderón, en el Festival Clásicos en Alcalá. Una nota de la redacción de El Cultural:

Miguel Narros, uno de los grandes nombres del teatro español de las últimas cinco décadas, ha muerto a los 84 años en la clínica Quirón de Madrid, donde estaba hospitalizado desde hace unos días por una afección pulmonar. Según confirma Celestino Aranda, su pareja sentimental y productor de sus espectáculos, el director «falleció mientras dormía, plácidamente». Trabajador incansable hasta el último momento, su último montaje, La dama duende, de Calderón de la Barca, se estrenó el pasado viernes en el Festival Clásicos en Alcalá. «Por muy malos que sean los tiempos hay que seguir haciendo las cosas de la mejor manera posible. El arte no debe estar sometido a recortes», declaró en la que ha sido su última entrevista, concedida a El Cultural.

Nacido en Madrid el 7 de noviembre de 1928, tras cursar estudios en el Real Conservatorio de Música y Declamación de Madrid, a los 23 años se trasladó a Francia para completar su formación. Allí trabajó con el director del Teatro Nacional Popular Jean Vilar, y se relacionó con los actores Gérard Philipe, María Casares y Jeanne Moreau.

Finalizada su educación, ejerce como Catedrático de la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Como director teatral comienza su actividad en el Teatro Español Universitario (T.E.U.). Posteriormente impulsa varios proyectos teatrales como el Pequeño Teatro en Barcelona y posteriormente el Teatro Estudio de Madrid y el Teatro Estable Castellano en Madrid, junto a José Carlos Plaza y William Layton, un pionero en el método Stanislavski en España que ejerció una influencia fundamental en Narros. «Busco que el personaje tenga entidad por sí mismo, que no sea un muñeco, sino algo serio. Estoy en contra de la actuación, me interesa que el personaje sea», declaró el director en una entrevista.

Dirigió el Teatro Español en dos ocasiones, entre 1966 y 1970 y entre 1984 1989, y entre sus montajes destacan Macbeth y Rey Lear de Shakespeare, Seis personajes en busca de autor de Pirandello, El concierto de San Ovidio (1986) de Antonio Buero Vallejo y La malquerida de Jacinto Benavente. En los años 90 dirigió en el Teatro María Guerrero El caballero de Olmedo y La discreta enamorada de Lope de Vega; el sainete Las de Caín de los Hermanos Álvarez Quintero; el auto sacramental El gran mercado del mundo de Calderón; y Medea de Eurípides, entre otras.

Otro de los frentes en el que siempre estuvo fue la defensa del actor. Cuando en la década de los 80 la figura-estrella del director de escena eclipsó al resto de los componentes que hacen posible el milagro del teatro o cuando en los 90 el autor salió de su confinamiento y acaparó la atención dentro y fuera de la profesión, Miguel Narros llevaba defendiendo la figura del actor desde sus comienzos en la dirección de escena, allá por la década de los 60. «El actor es la forma viva de expresión del teatro. Está tan íntimamente ligado al teatro que sería difícil encontrar para él soluciones que no fuesen destinadas al teatro en sí», comentaba el director constantemente.

Fue Premio Nacional de Teatro en dos ocasiones, la primera con poco más de treinta años, el 1959 por Proceso a la sombra de un burro, de Friedrich Dürrenmatt. La segunda vez, en 1987, lo compartió con Ana Marzoa. Obtuvo la Medalla de oro de la ciudad de Valladolid, además de otros galardones, como el Premio Comunidad de Madrid y el Premio Festival de Almagro.

Polifacético siempre, colaboró como decorador cinematográfico en Sonámbulos, de Manuel Gutiérrez Aragón; La corte del Faraón, de José Luis Garci; y La regenta, de Fernando Méndez-Leite). También intervino en películas como El diablo con amor, de Gonzalo Suarez, y en Los paraísos perdidos, de Basilio Martín Patino.


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