jueves, septiembre 19, 2013

Literatura / España: El mundo literario celebra los 60 años de «El llano en llamas», de Rulfo

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Autorretrato tomado en el Nevado de Toluca hacia 1940, obra del escritor y fotógrafo mexicano Juan Rulfo.

C iudad Juárez, Chihuahua. 18 de septiembre de 2013. (RanchoNEWS).- El Tiempo sonámbulo. Y en él, personas que deambulan en un paisaje de polvo cuyo rastro viene de la miseria y va hacia lo fatídico. Ese fue el mundo con el cual Juan Rulfo abrió un nuevo y magistral territorio literario hace sesenta años bajo el título de El llano en llamas, editado por el Fondo de Cultura Económica. Un mosaico de quince piezas (en 1970 se sumarían dos más) de la condición humana y de la vida situadas al sureste del estado de Jalisco (México) que abarca desde la Revolución mexicana en 1910 hasta mediados del siglo XX. Con esos cuentos, Rulfo (1917- 1986) refundó la literatura en español que confirmaría dos años más tarde con Pedro Páramo. Una nota de Winston Manrique Sabogal para El País:

Pero hoy es el día de la fiesta de El llano en llamas; y como las voces que suenan en esas historias, varios escritores levantan, poco a poco, con sus voces la cartografía de ese llano en llamas que suena así:

«La esencia de Rulfo es que con sencillez y dignidad y sin folclorismo sentimental elevó temas regionales al nivel de tragedia griega», afirma Luis Harss.

«Con los cuentos logró una nueva representación del campo mexicano y la miseria en la que viven sus personajes. De manera emblemática, uno de los relatos lleva el título de 'Nos han dado la tierra'. La herencia que reciben no es otra cosa que un montón de polvo. Los ultrajes y la violencia de estos relatos revelan una realidad devastada por la injusticia social. Lo peculiar es que Rulfo narra estas desgracias con hondo sentido poético. Sus cuentos están escritos en un doble registro: las acciones son vertiginosas y la vida mental de los personajes es demorada, de una reflexiva intensidad. Esto establece una peculiar tensión: lo que sucede es rápido y su efecto es lento. En estos cuentos, Rulfo renovó el lenguaje de México. Ningún campesino ha hablado como sus personajes pero ninguno ha sonado tan auténtico. Un milagro de la autenticidad que sólo puede ser literaria», explica Juan Villoro.

«El llano en llamas me permitió, cuando era muy joven, imaginar una forma narrativa posible para las historias de la guerra y la postguerra española que había escuchado desde niño. No he dejado de leer esos cuentos desde que un amigo me los descubrió. Y algunos los he usado en clase una y otra vez para explicar cosas tan distintas como el peso que lo no dicho tiene en una historia y hasta la importancia del título en el proceso narrativo. Cuantas más veces los lee uno más cosas sorprendentes descubre en ellos. Esos cuentos no se acaban nunca», recuerda Antonio Muñoz Molina.

«Es en muchos sentidos un libro mestizo. Un libro de cuentos que parece un enorme poema. Un testimonio cruento que parece un sueño. Un puñado de vidas que parecen paisajes y paisajes que gritan, lloran y susurran. Nadie ha escrito después o antes así. Sólo Rulfo en Pedro Paramo lo intento y logró. Después vino el silencio, el respetuoso silencio que sigue a todos los auténticos milagros. Nadie que yo haya leído escribe como Rulfo, todos los que lo hacemos en América Latina no hacemos más que dar vuelta alrededor de dos o tres imágenes quemantes, un entierro, una mujer y unas gallinas, la sequedad más seca de esa tierra de nadie que es nuestra», reconoce Rafael Gumucio.

«Descubrí a Juan Rulfo en orden inverso. Llegué a él por Pedro Páramo y me dejó asombrada. Luego leí el llano en llamas, y fue como una prolongación del entusiasmo que había tenido con su novela», dice Cristina Fernández Cubas.

«Dos o tres cosas recuerdo de la primera lectura del El llano en llamas: la sensación de encontrarme ante un texto fundacional retroactivo (porque, en la euforia de las lecturas latinoamericanas de mis años universitarios, conocí antes a los primeros discípulos que al maestro), su novedad frente al canon español de los cincuenta y la contundencia narrativa basada en la economía retórica, la invención coloquial, la sequedad y la aspereza de la tramas y el paisaje. He oído muchas veces luego la voz del propio Rulfo leyendo «Diles que no me maten», una grabación sin duda acorde con su literatura: directa, obligada, sin efectismos especiales. No sé, sin embargo, si Rulfo ha tenido al cabo del tiempo significación inmediata, estrictamente «rulfiana», en la literatura en español, si, más bien, dada la evidencia y la peculiaridad de su voz, su repercusión ha sido lateral o si, en fin, ha quedado como un referente clásico y, en cuanto clásico, un tanto remoto, aislado e inimitable», admite Gonzalo Hidalgo Bayal.

«Fue absolutamente definitivo porque por él escribí un primer libro de cuentos que luego nunca publiqué. Rulfo dio una lección inmensa de austeridad y síntesis que le dio al cuento un tono muy contemporáneo y muy latinoamericano que viene de nuestra tragedia del campo», asegura Piedad Bonnett.

«Entre otras cosas, Rulfo nos enseña que las cosas más terribles pueden ser contadas con un lenguaje que no cae en el melodrama. Los personajes de El llano en llamas suelen ser violentos porque es el modo que han encontrado para discurrir en el mundo y toman al mundo como viene. Esa especie de resignación expresada en los términos más precisos posibles -es decir: poéticamente- es la manera en que Rulfo habló de un país en el que el estado de derecho era una fachada para la mayoría. Y esa no es la primera razón, pero es una razón más por la que Rulfo sigue siendo vigente», reflexiona Yuri Herrera.

«Buenos Aires, 1969, Facultad de Filosofía y Letras. Una profesora de gramática nos dicta un párrafo extraordinario de un autor al que no conocía. ¿Dónde queda Comala? pregunta alguien. Comala, nos dice la profesora, es un pariente cercano que Macondo tiene en México. Corro a la librería a buscar algo (lo que sea) de Rulfo. Me dan El llano en llamas. ¡Y yo no sabía que eso era posible! A los dieciocho años era obsesiva lectora del barroquismo popular de García Márquez, del barroquismo culto de Carpentier. Pero no sabía que, además de contar esas historias de pueblos perdidos y polvorientos sin piedad y sin buenas intenciones, era posible además ese lenguaje escueto, riguroso. No sabía que cada palabra podía ser como una piedra», evoca Ana María Shua.



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