jueves, febrero 13, 2014

Literatura / Entrevista a Ray Loriga

.
El escritor presenta su última novela, Za Za, emperador de Ibiza, una historia disparatada sobre narcotráfico y neuropsicología. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de febrero de 2014. (RanchoNEWS).- Ibiza, drogas de diseño, mafias, nihilismo, neuropsicología y peripecias disparatadas. A Ray Loriga (Madrid, 1967) le apetecía divertirse escribiendo su nueva novela y el resultado ha sido Za Za, emperador de Ibiza (Alfaguara). El autor de Héroes, Tokio ya no nos quiere o Trífero vuelve, tras El bebedor de lágrimas -su incursión en la literatura juvenil- con una historia llena de delirio, intriga y humor ácido con influencias de Kurt Vonnegut o J.G. Ballard. Una nota de Fernando Díaz Quijano para El Cultural:

El protagonista de la novela es Zacarías Zaragoza Zamora, conocido como Za Za Za en sus tiempos de camello, ahora, ya retirado, sólo Za Za. Pero ZAZA también es el nombre de un nuevo estupefaciente, una droga perfecta que proporciona una felicidad absoluta sin atisbo de resaca y encima es legal. La coincidencia no acaba aquí: ZAZA es también el nombre del barco más grande del mundo. Cuando los tres Zazas convergen casualmente en la isla de Ibiza, se desata una trama enloquecida en la que el ex dealer, un tipo tranquilo e indolente, se deja llevar, perplejo, como un tronco a la deriva.

Los personajes de esta novela, sobre todo el protagonista, tienen una actitud, más resignada que entusiasta, de bailar hasta que el barco se hunda. ¿Es un consejo para la vida real en estos tiempos inciertos? ¿No nos queda otra?

Danzad, danzad, malditos... Bueno, no me planteo hacer crítica social al escribir, pero todos los escritores son hijos de su tiempo, de modo que soy permeable a lo que ocurre a mi alrededor. Por eso la literatura sigue siendo necesaria. Si el interés de la literatura fuese sólo una cuestión de calidad, con Moby Dick y los clásicos tendríamos para toda la vida. Entonces, ¿qué sentido tiene seguir escribiendo y seguir leyendo? Como decía Marguertie Duras, «hay que decirlo más, hay que decirlo otra vez, hay que decirlo siempre».

Al protagonista se le ofrece una vida fastuosa a cambio de su libertad. ¿Qué elección tomaría usted?

El protagonista trata de evitarlo al principio, pero tiene una escasa capacidad de reacción, así que acepta e intenta disfrutarlo. Con la misma tranquilidad con la que aceptaba su sencilla vida antes acepta ahora ser emperador. Yo no sé qué haría en su lugar...

¿Por qué sitúa la acción en Ibiza?

En primer lugar, por cariño. Pasé en la isla todos los veranos cuando era niño. Mis padres tenían un apartamento en San Antonio, mucho antes del actual hooliganismo. En los 70, Ibiza era un paraíso. Cruzabas a Formentera y estaban las playas vacías. También pasé buena parte de mi juventud. Asocio el verano con las Baleares. Por otra parte, porque es una novela sobre estupefacientes, y porque la isla tiene el tamaño adecuado para que mi protagonista sea su «emperador». Ibiza es un Disneylandia del cachondeo, aunque también tiene cosas maravillosas.

La geopolítica de la droga

Dedica algunas páginas de la novela a describir la geopolítica del narcotráfico. ¿Es un asunto que le interesa especialmente?

He de decir que la web de la DEA [Administración para el Control de Drogas de EEUU] ha sido mi página de inicio mientras escribía la novela. Es muy interesante, porque ofrece información desclasificada que, al leerla, piensas: «Si esto es lo que revelan, ¿cómo será lo que no cuentan?». Otra página de referencia ha sido la de la Organización Mundial de la Salud, donde los datos fríos indican que muere más gente en el mundo por sustancias legales de administración dudosa que por las ilegales. También me he informado en páginas de información política e intelectual que atacan a la DEA, algunas con teorías de la conspiración y otras con teorías bastante razonables. Una de ellas sugiere que la moda de los opiáceos sintéticos está más o menos permitida -lo que en este negocio significa «estimulada»- para quitarle el poder político y armamentístico a los grandes productores de las drogas tradicionales. Sin la droga, se acabaría el peso geopolítico de estos grupos. No habría FARC, ni ejércitos paramilitares... Aunque también supone una condena a la hambruna de los esclavos de la producción, los recolectores de la materia prima. Hasta hace nada, entraba más droga a Europa por España que por el resto de países del continente juntos, y es un tema que aquí no se toca. De vez en cuando informan de alguna operación pequeña para que parezca que se hace algo al respecto. Por cierto, yo no me drogo, que quede claro... Este tema me interesa de manera teórica.

Las peripecias y los personajes son a menudo grotescos y cercanos al absurdo, recuerdan a aquello de los espejos deformantes propios del esperpento.

Sí, puede haber reminiscencias valleinclanescas. También habrá quien encuentre influencias ballardianas o de Vonnegut -sin equipararme con ellos, claro-, o de El guateque de Peter Sellers, de Lenny Bruce, de Richard Briers... del humor del tipo «ya no sé de qué me estoy riendo».

Se acaba de cumplir el centenario del nacimiento de William Burroughs, otra de sus influencias. ¿Se siente cercano a la generación Beat?

La generación Beat me ha influido mucho, pero como muchas otras cosas. Me interesa su espíritu de desacato a la autoridad, ya sea literaria, política o moral. Pero para mí Burroughs y Kerouac son escritores radicalmente distintos, no están unidos en mi cabeza por la etiqueta «beat». Como tampoco uno a poetas tan distintos como Aleixandre, Alberti o Lorca. Cuando leo a Faulkner no me acuerdo de Hemingway y cuando leo a Cortázar no me acuerdo de García Márquez.

Euforia al zarpar, pánico al llegar a puerto

Dice que quería divertirse escribiendo este libro. ¿Cómo encara la escritura normalmente?

Siempre disfruto escribiendo, pero no todo el tiempo. Alguna vez he comentado con otros colegas que escribir se parece a un viaje en barco como los de antes, los de los aventureros o los conquistadores. Sientes euforia al zarpar, hasta que llegas al Cabo de Hornos y se acaba el ron y empiezas a preguntarte si el capitán sabe a dónde va. Y al atracar, se siente euforia de nuevo. En mi caso, experimento euforia al zarpar, felicidad durante el trayecto y pánico al llegar a puerto. Siempre me pregunto: ¿habré pescado lo que quería? Es algo que saben mis editores, que me tienen que quitar el libro de las manos porque mis cierres son agónicos. Corrijo mucho y soy el peor juez de mis libros.

¿Cómo ve su evolución desde Lo peor de todo hasta ahora?

Pues bastante sorprendido. Cuando era adolescente, pensaba que iba a ser un escritor de una sola nota -para bien-. Me gustaban mucho escritores como Chester Himes, Raymond Chandler o Georges Simenon, que más o menos seguían una senda concreta y cuando los leía siempre quería más. Pero me sorprendí al darme cuenta de que era un escritor de aquí, de allá, de distintos impulsos. Quizá tenga que ver con mi manera de leer, que es muy generosa en el sentido de que me apasionan muchas cosas muy distintas y se me acaban metiendo dentro. Lo mismo me da por la mecánica cuántica, que por la novela romántica, soy como una vaca sin cencerro.

¿Cómo le sienta la etiqueta «autor de culto»?

Es una imagen que no me desagrada. La asocio a Lovecraft, a Eddie Bunker, Chester Himes o William Burroughs. Es un lugar que me interesa, igual que me interesa Cortázar, que lo conoce todo el mundo. No es una cuestión de calidad ni de esnobismo, pero hay escritores muy interesantes debajo de escritores muy interesantes, y hay otros muy interesantes debajo de esos también. Técnicamente, un escritor de culto es alguien que no vende mucho, pero lo suficiente.

¿Le preocupa el presente y el futuro del libro? 

Más me preocupa la poca atención que estamos prestando a la olimpiada de invierno, que me apasiona y no puedo hablar con nadie de ella porque nadie la ve. Para qué voy a preocuparme por algo que me supera...



REGRESAR A LA REVISTA