viernes, abril 11, 2014

Cine / Entrevista a Rithy Panh

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El director estrena La imagen perdida, un documental de animación sobre el genocidio de los jemeres rojos (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 11 de abril de 2014. (RanchoNEWS).- Las atrocidades de los jemeres rojos regresan al cine en la excepcional La imagen perdida, en la que el camboyano Rithy Panh (Phnom Penh, 1964) narra su experiencia personal en los campos de concentración del ominoso régimen. Panh utiliza figuras de arcilla para reflejar la brutalidad de unas condiciones de vida sometidas a la tiranía de un régimen comunista extremo que consagraba el primitivismo como ideal de pureza. Autor del importante documental S-21. La máquina roja de matar, Panh bucea en esta ocasión en sus recuerdos más dolorosos (toda su familia falleció en el genocidio desatado por Pol Pot) para reflexionar sobre la importancia de no olvidar pero también sobre la dificultad de reproducir en cine un horror irreproducible o las heridas de una memoria destruida. Una entrevista de Juan Sardá para El Cultural:

La imagen perdida plantea desde su propio título la pregunta de los límites del cine a la hora de reflejar un genocidio.

Ya había tratado el tema de los jemeres rojos pero no lo había hecho desde la memoria, como algo personal, porque no sabía cómo hacerlo. No sé si la película es un documental o una ficción, lo que sí sé es que no sé cómo dirigir los actores en un genocidio. Roberto Benigni lo hizo con La vida es bella pero yo fui víctima de ese crimen de masas, no creo que nadie que lo haya vivido en sus propias carnes psicológicamente pueda hacer una ficción de ello. Por eso la forma era muy importante a la hora de abordar esos recuerdos personales y llegó un poco por azar.

¿Qué circunstancias le llevaron a querer hacer la película?

Estaba trabajando en un proyecto sobre la fabricación de imágenes totalitarias partiendo de la propaganda de los jemeres rojos pero también poniéndolas en relación con otros regímenes similares. Llevaba ya un año investigando y de repente me di cuenta de que nunca había regresado a la casa de mi infancia feliz, antes de Pol Pot. El impacto fue muy fuerte. La casa ya no estaba pero sí mi espíritu, el de mis padres y mis hermanos muertos, mis sueños. Primero pensé en las maquetas de los arquitectos y después ese viaje a la infancia me llevó a esas figuritas inglesas con las que jugábamos de niños. Me acordé de esas historias y me pareció muy poético utilizar figuras de arcilla, porque la arcilla es el material con el que se forma la vida, y lo que reflejan son el alma de las personas que representan, mis queridos familiares.

Esas figuras se mantienen fijas, es una animación totalmente atípica.

Esas figuras también se mantienen fijas en mi memoria, las veo todos los días y mantengo un diálogo constante con ellas. Insisto en que representan el alma de esas personas, no a ellas mismas. Existen en otro nivel, como las esculturas de Giacometti, captan el espíritu. Si no fuera por mi admiración por el talento de los escultores no existiría esta película.

El concepto de «la imagen perdida», sobre el que reflexiona toda la película, se refiere en primer lugar a esas imágenes perdidas del genocidio y a esa dificultad para filmarlo a la que se ha referido.

Un crimen de masas es muy difícil de filmar, podemos hacer películas policiales, pero la muerte real, como Auschwitz o Ruanda, no está muy claro que pueda mostrarse con imágenes, siempre existe la tentación de irse a lo sensacional, es muy peligroso. Un genocidio nos coloca ante la posición de ser un poco voyeurs, es muy complicado, hay cosas sobre las que es mejor escribir, no filmar. También existe la imposibilidad de filmar el duelo, el hambre también es muy difícil: ¿Cómo filmar a una mujer que va a morir de hambre? Las figuras me dieron muchas soluciones para mantener una distancia y tener también personajes que podemos identificar.

Esa «imagen perdida» adquiere también otros significados.

La cuestión de la representación se refiere también a las imágenes que me faltan, las que me faltaron cuando visité la casa de mi infancia. ¿Cómo serían mis padres hoy? Serían tan viejos... ¿Podría ir con ellos a la montaña? Me faltan también esas imágenes que nunca llegaron porque era demasiado niño para ocuparme de mis padres.

Surge también una reflexión sobre el horror del totalitarismo y de su hermano gemelo: la ideología.

La ideología es monstruosa en cuanto se convierte en una solución de todo, se toma por Dios y pretende decirnos cómo debemos amar, cómo debemos ser felices. Los regímenes totalitarios comienzan por rechazar todo lo que existe y destruyen la noción misma de humanidad porque los hombres dejan de ser hombres, no tienen identidad, y finalmente te convierten en esclavo.

El filme muestra ese proceso de deshumanización pero también cómo su éxito nunca puede ser completo.

En Camboya hubo 100 mil muertos en una población de 7 millones. Cada uno de ellos tiene diferentes historias, son diferentes personas con diferentes identidades. Mi trabajo es poder poner un nombre a una cara, aquí entra mi combate, mi cólera es contra eso: la tentativa de borrar la identidad del otro. Lo hago para rendir un homenaje a los muertos, intento reconstruir para mostrar cómo la gente era valiente y defendía su dignidad. Esta dignidad, la debo transmitir a las generaciones siguientes, para que sepan por qué sus padres murieron: no son criminales, no son ladrones. Muestro su resistencia. Solo así podremos pasar página y vivir el duelo necesario.

A la ideología y el totalitarismo se unen la idea monstruosa de la pureza.

La pureza, el nacionalismo, el chovinismo hacen mucho daño. De ahí surgen las grandes masacres de Stalin y los nazis, los crímenes de Bosnia o Ruanda. Se ha matado a mucha gente en nombre de la pureza. Un crimen de masas nos concierne a toda la humanidad por eso hay que estar alerta. No sirve de nada estar deprimido, hay que batirse con dignidad porque esos muertos nos interpelan moralmente. El mal es más fuerte que el bien y por eso debemos luchar con más fuerza contra él, y el cine es muy frágil pero puede servir en ese combate, por ejemplo en las escuelas.

¿Le ha servido realizar esta película como terapia?

El cine es ambiguo, por una parte es una manera de nombrar las cosas pero no está muy claro si después te sientes mejor o peor. Para mí este filme es una manera de decir que existo, que los jemeres rojos no han podido acabar conmigo, no me han destruido. La imaginación continúa, la poesía continúa...


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