jueves, abril 03, 2014

Libros / España: «Avenida de gigantes» de Marc Dugain

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El escritor francés, la semana pasada en Barcelona. (Foto: Santi Cogolludo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 3 de abril de 2014. (RanchoNEWS).- El asesino en serie, como el gran político, carece de empatía. Ha crecido arrastrando un problema con su padre, o con su madre, una suerte de negación del yo que hace que necesiten ser nombrados, elegidos, y por eso no le importan los demás, lo único que le importa es que se haga justicia, justicia consigo mismo. Una nota de Laura Fernández para El Mundo:

Marc Dugain, ex empresario dedicado al mundo de la aeronáutica, emprendió en 1999 una carrera literaria cuyo fin parece ser el de radiografiar al malvado, el de observar la psicología del Mal. En Avenida de los Gigantes (Anagrama) el experimento tiene como protagonista a Ed Kemper, un asesino en serie (de mujeres) que asoló la paradisíaca Santa Cruz en una época en la que todo parecía ser paz y amor (finales de los 60). Hoy sigue preso y colecciona estatuillas al buen lector en su celda. ¿Al buen lector? Sí, Ed Kemper se dedica a grabarse leyendo libros de una editorial para ciegos.

«Es uno de los presos más cultos que hay en el mundo», asegura Dugain, que está deseando que la edición norteamericana de la novela esté lista para poder enviársela. «Sólo espero quien no me arrastre a un tribunal», dice al respecto. Porque lo que Dugain ha hecho es fingir que la historia la está contando el propio Kemper, desde la cárcel, que toda la novela es una especie de autobiografía y que es la voz del propio Kemper la que articula el relato.

«No fue complicado ponerme en su piel, es un niño, un niño superinteligente marcado por la obsesión por su madre», cuenta el escritor, quien está convencido de que «la monstruosidad no es genética, proviene de lo vivido», y en el caso de Kemper, lo vivido tiene que ver con la negación de su madre, que no sólo se desentendió de él sino que jamás admitió ante nadie que había tenido un hijo.

Así, según Dugain, su vida estuvo condicionada desde el principio. «En realidad, un niño que crece sabiendo eso, no va a ser libre», dice el escritor. El caso es que Kemper acabó con su abuela siendo aún un niño, de un disparo, porque no podía soportar su voz, tan parecida a la de su madre, y a continuación acabó también con su abuelo, «porque estaba convencido de que no podría vivir sin ella». Pasó una temporada en un psiquiátrico, en concreto, cinco años, y cuando salió, en 1968, los hippies estaban por todas partes. «El contraste entre el entorno, el pacifismo, y la violencia que anida en el interior de Kemper es brutal», asegura Dugain.

Atormentado por las pulsiones de muerte (Kemper desea matar y lo desea todo el tiempo), el protagonista es incapaz de ir la universidad, pese a que su inteligencia es superior a la media, pero se dedica a hacer de chófer para algunas de sus estudiantes. La universidad es la paradisíaca universidad de Santa Cruz (California) y al menos seis de las estudiantes que suben a su furgoneta no logran bajar con vida.

Pero Kemper es listo. Tan listo que frecuenta el mismo bar que la policía de la zona y pasa largas horas hablando con detectives sobre asesinos en serie, tratando de echarles una mano con un tema que, dice, conoce bien. Hasta empieza a salir con la hija del inspector jefe y se convierte en lo que el propio inspector jefe considera un buen partido. Mientras tanto, Kemper sigue cometiendo asesinatos, hasta que descubre que si quiere que todo pare, debe matar a su madre. Cuando lo hace, se entrega, esperando que lo condenen a muerte, pero una extraña moratoria que pesaba sobre California durante esa época hace que lo condenen a cadena perpetua. Ésa es la razón de que siga hoy entre rejas.

«En numerosas ocasiones ha asegurado que las pulsiones de muerte han remitido, que con la muerte de su madre se ha acabado todo», apunta el escritor, que se está convirtiendo en un experto en la psicología de aquéllos que necesitan ser nombrados.

«Además de la psicología de los asesinos he trabajado la de los políticos y los directores de grandes empresas y tienen mucho en común. Todos han tenido problemas con sus padres siendo niños, lo que ha motivado una desestructuración del superego. Es por eso que el asesino en serie, como el gran político, carece de empatía, y de cualquier tipo de moral o ética», expone Dugain, que menciona el caso de Nicolas Sarkozy como paradigma. «El padre de Sarkozy, cuando su hijo llegó a presidente, declaró: 'He tenido cinco hijos, cuatro son unos genios, y el quinto, Nicolas, es un gilipollas'. Y a continuación dijo algo parecido a: '¿Desde cuándo es importante ser presidente de Francia? Si al menos lo fuera de Estados Unidos'... Es un claro ejemplo de alguien que es negado por su padre y que crece necesitando ser el elegido. Como Kemper, sólo que Kemper llega a ese ser nombrado a través del terror», concluye.


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