martes, mayo 12, 2015

Literatura / Entrevista a Karl Ove Knausgård

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El escritor noruego. (Foto: Kim Manresa)

C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de mayo de 2015. (RanchoNEWS).- Karl Ove Knausgård (Oslo, 1968) es uno de los grandes escritores que ha descubierto el siglo XXI. Su serie de seis libros «Mi lucha» ocupa más de 3.500 páginas en las que va desgranando toda su vida, su intimidad cotidiana, con todo lujo de detalles, recreándose en el fracaso existencial y sin dar la impresión de callarse nada. Es sin duda el fenómeno literario de los últimos tiempos. La empezó a publicar en su país en el 2009 y la acabó en el 2011. Vendió 500.000 ejemplares (en un país de 5 millones de habitantes), lo que desencadenó un alud de traducciones en el resto del mundo. Knausgård responde a la llamada telefónica de este diario unos días antes de que se publique en España, el próximo miércoles, la tercera entrega, «La isla de la infancia» (Anagrama/L’Altra), escribe Xavi Ayén desde Barcelona para La Vanguardia.

¿Dónde se encuentra usted ahora?

En mi estudio, en Österlen (Suecia), donde vivo desde hace diez años. Es una pequeña habitación, soleada, tengo el móvil en la mano mientras me apoyo en una mesa llena de libros, papeles y cigarrillos. Por la ventana veo el jardín y el cielo azul.

Este tercer libro, sobre su infancia, es muy diferente a los otros dos.

Sí, es mucho más simple porque debía tener la perspectiva de un niño, quería que el lector se sintiera muy cerca de él, yo mismo debía volver a ser aquella persona menuda que ya no soy. Por tanto, no hago tantas reflexiones, lo que manda es la historia, los hechos.

El primer libro, La muerte del padre, abarca la relación con su padre alcohólico, y el segundo, Un hombre enamorado, su vida conyugal. Ahora, su infancia. ¿Por qué no los publicó en orden cronológico?

Todo este proyecto narrativo se originó accidentalmente, al morir mi padre totalmente alcoholizado. Ése es el tema de mi primer libro, el padre no explorado. Al principio, no tenía la intención de plasmar toda mi vida en una serie literaria, no tenía planes. Pero, al ir escribiendo, me di cuenta de que eso le podía dar un gran sentido a todo. Hice un segundo sobre el esplendor y las miserias de casarse y tener hijos y entregué esos dos primeros libros a mi editor y tuvimos entonces una seria discusión sobre el orden en que los debíamos publicar. Y acabé haciéndole caso: por el orden en que fueron escritos. Yo lo veo como un único libro, escrito por el mismo impulso, aunque este tercero se puede leer como una novela independiente, como también sucede con el cuarto, quinto y sexto. A la vez, los cinco primeros forman un círculo compacto y el sexto es un comentario sobre todo.

Parece usted enormemente sincero. Una máquina de la verdad a la que nada detiene: ni prejuicios sociales, ni posibles heridas a otras personas, ni el pudor... No esconde sus problemas con el alcohol, sus discusiones conyugales, sus pensamientos más horrendos...

Fue muy duro al principio. Llevaba escritas 400 páginas y sentía surgir mi verdadera naturaleza. Eso es lo que me interesaba: mostrar los aspectos más fuertes de mi vida, admitir todas mis debilidades, mis intimidades... ‘¿De verdad vas a hacer eso?’, me advertían mis amigos. ¿Por qué no? ¿Cuál es el peligro? ‘Pero, Karl, ¡no podemos decir la verdad!’. Es un intento de contar la vida tal como es, pero con la peculiaridad de que, al ser contada, deja de ser vida y se transforma en literatura. Me enfrenté a los personajes y a mí mismos como si fueran otros, los utilicé como si todo aquello le hubiera sucedido a un tercero, y ese ejercicio no fue fácil. Creí que luego a lo mejor no podría salir a la calle, pero no ha sido así, la gente lo lee como una novela. Así debe ser.

¿Está diciendo que ha escrito sobre otro?

No soy yo. Nuestras células se renuevan completamente cada siete años, y mantenemos la identidad por el vínculo impreciso de la memoria, que no reconstruye los hechos de acuerdo a la verdad sino según sus propias reglas narrativas, lo que hace que recordemos cosas de las que es imposible que tengamos memoria. He mirado dentro mío y he contado lo que hay: memorias, recuerdos, sensaciones... Pero, cuanto más profundo miraba, más me daba cuenta de que no era yo. Ha sido, en términos psicológicos, una regresión: he vuelto a vivir cosas que viví en el pasado, he sentido las mismas emociones, la misma vergüenza, he vuelto a ser niño.

Pero ¿qué diferencia hay entre recordar unos hechos y crearlos de la nada?

Ninguna. Crear es recordar y recordar es crear. He escrito anteriormente varias novelas de ficción y no hay ninguna diferencia, es el mismo esfuerzo y tipo de trabajo. Tienes unas localizaciones y unos personajes que son imágenes mentales en ambos casos, trabajas con los mismos materiales. No tiene sentido distinguir la vista del resto de sentidos porque, al final, todo se canaliza por el mismo sitio y llega a tu cabeza del mismo modo, lo que has visto y lo que has imaginado, lo que ha sucedido y lo que no.

Aunque no de los lectores, sí que ha tenido reacciones airadas de algunos de los, llamémosles, personajes que aparecen en sus libros: su tío, por ejemplo, o incluso sus mujeres...

Sí. He tenido todo tipo de reacciones, las más fuertes vinieron de la familia de mi padre, que intentaron impedir que se publicara y me demandaron. Mi ex mujer es cierto que también montó en cólera, y apareció mucho en los medios criticándome pero luego lo aceptó y ahora ya está mejor. No pensaba en términos morales, he escrito una historia que el 99% de mis lectores no conoce de nada. Las personas que disfrutan de verdad el libro son las que no se reconocen. Los que aparecen, en cambio, pueden encontrar otros placeres, como la reconstrucción de una época y hechos que vivieron.

La infancia ¿es el origen del escritor?

Existen muchas razones para escribir, para orientarse en esa dirección. Una de ellas es que te hayan roto algo, quebrado una parte de la infancia y no entiendas por qué, es lo que me sucedió a mí. Cuando empecé a escribir, a los 19 años, lo hice sobre mi infancia porque siempre había sentido nostalgia hacia esa etapa pero no me gustaba esa sensación, de hecho quise desprenderme de esa nostalgia escribiendo este libro.

Esta serie de seis libros nace de una frustración suya. ¿La ha superado tras escribirlos?

Sí, siento que algo horrible me ha abandonado. Cuando empecé quería escribir algo majestuoso, mi Hamlet o Moby Dick, pero estaba sumido en una vida pequeña, yendo a buscar a los niños, cambiando pañales, peleándome con mi esposa... Nada tenía sentido para mí. Ahora las cosas son mucho más fáciles, sencillas. Es un mecanismo psicológico, porque tengo los mismos problemas que cuando me senté a escribir, la diferencia es mi modo de percibirlos. No me siento tan frustrado.

A ver si va a dejar de escribir...

Eso puede sucederte cuando has sido siempre feliz. No existes, narrativamente hablando, si todo te va bien. Para crear, tienes que haber perdido algo. Y no se preocupe porque, en mi caso, solo hay un lugar en el que me siento bien: sentado en esta mesa, cuando estoy escribiendo. No sabría decirle por qué, pero si no escribo me siento muy mal.

Su prosa es todo lo opuesto al estilo de Proust y, sin embargo, provoca en el lector un efecto parecido: esa sensación de la vida cotidiana atravesando las páginas. ¿Le gusta la comparación con Proust?

Es uno de mis autores favoritos. Si bien, en el embrión, nuestros impulsos pueden haber sido parecidos, la realización de las novelas que hemos escrito es muy distinta, mis frases y estructuras son más simples y directas, mi complejidad no se encuentra en el estilo ni en el lenguaje. Sí somos ciertamente dos señores que, en épocas diferentes, se pusieron a escribir su vida en varios volúmenes. Pero nadie puede contener la vida en el reducido espacio de 3.500 páginas.

Y, de su experiencia como traductor de la Biblia al noruego, ¿le ha quedado algo?

Hay ecos bíblicos en mi estilo, lo admito. Formé parte de un equipo de cuatro personas que traducíamos el Génesis y fue una experiencia extremadamente interesante. Siempre que me pongo a escribir me sale una preocupación existencial, por el sentido, y tal vez me venga de ahí.

Uno de sus temas es la identidad masculina, y aquí también aparece.

La construcción de una identidad es ‘el’ tema de todos estos libros, lo esencial que hay en ellos. Al tratar este tercer volumen de la infancia y adolescencia, aparece la construcción de la identidad masculina porque, de niño, conoces otros chicos, ves a las niñas, te dicen unas determinadas cosas y se produce la construcción social de tu identidad como hombre. En los años 70, existían unas normas sociales muy estrictas sobre lo que tiene que ser un hombre. Y, si no las cumplías, eras castigado. Los niños que se iban a jugar con las niñas recibían sus castigos o les llamaban ‘mariquitas’. Como padre he obrado de un modo muy distinto. Las cosas que le suceden a un adolescente no son más que hechos. Pero la sociedad nos conforma de un modo brutal, y nos hace creer que esas normas que nos inculca proceden de la naturaleza.

Lo físico, el cuerpo, es muy importante en este libro.

En efecto. Los chavales hacen un montón de deporte, juegan durante horas al fútbol. Si un niño no es sometido a una intensa actividad física, se vuelve loco. Es algo que me he aplicado también en la edad adulta: practico esquí, escalada... Básicamente, fui feliz gracias a esas actividades físicas al aire libre.

Habla también de la enorme influencia de la cultura inglesa en usted...

Era algo común a toda Noruega. No solo en la música, seguíamos la Premier League, yo todavía soy del Liverpool.

¿Cómo va su banda de música?

No es cualquier cosa, llevamos ya veinte años. Gracias al éxito de mis libros, nos están saliendo bolos, estos meses haremos cuatro actuaciones, incluso en Nueva York, me encanta.

¿Qué estilo tocan?

Digamos que pop-punk británico, algo más de acorde con los años noventa.

¿No fue una provocación titular sus libros Mi lucha?

Al principio sí, intenté provocar, pero me ha salido mal porque he tenido tanto éxito que ahora cuando se dice Mi lucha, aparezco yo antes que Adolf Hitler.

¿Qué está escribiendo?

Una especie de lista de todo tipo de cosas: zapatos, pañuelos... pequeñas cosas cotidianas, se lo entregaré a mi editor noruego en unos días. Y después haré otra novela. No sé si valdrán la pena, claro.


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