viernes, mayo 20, 2016

Cine / Francia: Banalidad y petulancia de Hollywood

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Nicolas Winding Refn (dcha), junto a la protagonista de The Neon Demon, Elle Fanning. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de mayo de 2016. (RanchoNEWS).- Nicolas Winding Refn siembra la controversia con la inane provocación cultural The Neon Demon, una fábula degenerada sobre los vampirismos del fashion business. Con The Last Face, Sean Penn convierte la historia de amor de dos activistas humanitarios en un modelo de cine con buenas intenciones y (muy) malas decisiones. Una crónica de Carlos Reviriego para El Cultural.

¿Se debe abordar la banalidad de un mundo desde la banalidad dramática y estética? Nicolas Winding Refn, o The Neon Demon, cree que sí. ¿Se debe a su vez retratar el espanto del (tercer) mundo desde el espanto cinematográfico? Sean Penn, o The Last Face, también lo cree así. Y si no lo creen es que han perdido la perspectiva de su propio trabajo para extraviarse en el ego de un talento discutible, cuando no inexistente. En su tramo final, la competición de Cannes va soltando los despojos de una cosecha que hasta el momento se ha revelado extraordinariamente fértil. Se imponen la fascinación provocativa y la superficie de la celebridad a la elaboración de un discurso sincero, acaso mínimamente respetable. Y así nos aproximamos al final de esta 69.ª edición del festival de cine más importante del mundo con la sensación de que ya todo está dicho. Ojalá sea una sensación errada y el iraní Asghar Farhadi o el holandés Paul Verhoeven nos rescaten de la puerilidad que ha ensombrecido un año tan memorable.

The Neon Demon es un perverso, alucinado cuento de hadas en manos de un maníaco que en realidad está muy cuerdo. La impostura excesiva de alguien que utiliza la provocación como discurso de inanidad cultural. Su fábula sobre una chica inocente y tres brujas malas en un universo de vanidades donde se idolatra la belleza efímera pretende ser a su vez la crónica de la experiencia del autor de Drive en Hollywood, del artista supuestamente puro que debe protegerse de los canibalismos, las necrofilias y los vampirismos del fashion business. Como si fuera la princesa de un sueño encantado, en The Neon Demon una bella modelo de 16 años (Elle Fanning) se adentra en ese mundo para conquistarlo o para ser devorado por él. Cada plano es como el grito ensangrentado de un cineasta por hacerse oír a toda cosa, pero la delirante y embrutecida metáfora del universo que retrata se revela tan vacía como a veces ofensiva. Difícil imaginar una visión del mundo más masculina, o directamente machista, en una película protagonizada por mujeres.

Dice en la película un estilista pasado de vueltas interpretado como un zombi por Alessandro Nivola que la belleza manufacturada se distingue muy pronto de la belleza genuina. Sus palabras nos hablan directamente del filme. En el peor de los casos, cuando su discurso estético nos aboca al dejà-vu, podemos decir que Winding Refn no desarrolla ni una idea de su cosecha en la película. Son regurgitaciones engoladas, infértiles y pomposas, es decir, manufacturadas hasta el manierismo más cargante posible, de universos y poéticas precedentes. Confluyen el reduccionismo dramático de Ha nacido una estrella, la distancia posmoderna de Show Girls o el perturbador submundo lynchiano de Mulholland Drive y de Inland Empire, que muy a su pesar son citadas y ultrajadas sucesivas veces por el cineasta que hizo posible fascinaciones como las de Bronson y Valhalla Rising. Confluyen también las conquistas precedentes de Jonathan Glazer (Under the Skin), Brian de Palma (Vestida para matar) y David Cronenberg (Maps to the Stars) para quedarse en un estadio que no trasciende la fascinación glamourosa de Vogue y la provocación infantilizada de un niño gamberro. Sus imágenes, buscando deslumbrar y aterrar, vincular belleza y muerte hasta hacerlas indistinguibles, son a la postre tan efímeras como la superficie incandescente del universo que pretendidamente quiere dinamitar.


Sean Penn (dcha) y Charlize Theron (izda) en el rodaje de The Last Face

El tiro también le sale por la culata al actor Sean Penn en su peor, más complaciente, versión de cineasta. Pero las causas son bien distintas y supuestamente más redentoras. La debacle de The Last Face tiene una razón de ser: las causas sociales mal canalizadas y peor dirigidas. El cine no existe para que señores y señoras con fortunas millonarias, y puede que hasta con un currículo de activismo humanitario -nada menos que Sean Penn, Javier Bardem y Charlize Theron-, laven su conciencia de hombre rico indiferente al mundo pobre. Esa sería una versión envenenada de la crítica que esta película merece. La versión amable glosaría apenas el modo en que un director intoxicado de Terrence Malick -con quien trabajó en su obra magna El árbol de la vida- no acierta ni a contar la apasionada y condenada historia de amor de los activistas de una ONG, ni a que el debate político sobre cómo resolver Occidente los infiernos bélicos africanos cale adecuadamente en el espectador.

El actor norteamericano puede estar convencido de haber tocado la fibra del espectador del primer mundo cuando filma con énfasis sentimental, tan grave y severo, el parto de un bebé en el estruendo de las bombas; o cuando mujeres, niños y hombres (negros) inocentes mueren de las formas más innecesarias y pavorosas en el envoltorio distanciado de la petulancia lírica. A este cronista simplemente le ha parecido obsceno el retrato utilitario de las víctimas en función de la épica sentimental del (melo)drama. La película podrá ser para ellas, las víctimas, pero desde luego no es sobre ellas. No hay ni un solo personaje con un mínimo de entidad dramática -es decir, de poder participar en el debate- que sea oriundo de esos países que el hombre blanco (después de colonizarlo) pretende arrancar de su perpetua miseria. La existencia de esta película está relacionada con otras cosas que no tienen nada que ver con la hambruna en el mundo o el olvido de los refugiados. Su inclusión a concurso en Cannes es un disparate. Las causas admirables no justifican los medios aberrantes.


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