viernes, mayo 20, 2016

Literatura / Entrevista a César Aira

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El escritor está en España promocionando la «Biblioteca César Aira» que ha comenzado a publicar Random House. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de mayo de 2016. (RanchoNEWS).- César Aira (Coronel Pringles, 1949) tiene algo muy borgiano en la manera de estar, de moverse y de expresarse. Un hecho extraordinario parte en dos la entrevista: al mencionar la muerte de Borges, a Aira se le quiebra la voz, los ojos se le empañan y da las gracias al maestro por poner el listón tan alto: «Él lo hizo tan bien que nosotros tenemos que esforzarnos». El escritor argentino, uno de los autores más influyentes en castellano, está en España para promocionar la biblioteca que con sus obras viene publicando Random House. Los dos primeros títulos, El santo (2015) y Ema la cautiva (1981), llegaron a las librerías el año pasado. La entrevista es de Alberto Gordo para El Cultural.

Aira no quiere que le felicitemos por la nueva colección. «No es para tanto, créame», dice. No ha participado en la selección de los títulos. «Es que yo termino un libro, se lo doy a un editor y me desentiendo completamente. No me gusta releerme, tanto es así que me olvido de las cosas que escribí y las vuelvo a escribir». No le gustan las entrevistas y hace años que no las concede a medios de su país. Dice que se cansó. «Tendría que repetirme... no soy Borges, para dar a cada tanto epigramas felices; yo estaría todo el día balbuceado tonterías».

Lo que va de Ema la cautiva a El santo, en más de treinta años de carrera, muestra bien su evolución como escritor, ¿no cree?

Sí, supongo. Pero no me he releído. Nunca me releo.

Empezó publicando libros más extensos hasta llegar a estas novelitas breves. ¿Fue una evolución buscada?

Al comienzo yo quería publicar a toda costa, así que tenía que darles gusto a los editores, que no quieren libros que parezcan libros de poesía. Pero no era lo mío, y poco a poco me fui dando cuenta de que funcionaba mejor en el formato breve, no más de 100 páginas. Esta revelación mía coincidió con la aparición de editoriales independientes en Argentina, gente joven que se acercaba a mí pidiéndome libros y que aceptaba cualquier cosa. A veces para darle el gusto a un editor (a los de Random House, por ejemplo) hago el esfuerzo de estirarme un poco, pero me da mucho trabajo. Todos mis relatos son como una especie de juego intelectual que no puede estirarse más allá de esa extensión. Si quisiera hacerlo más largo tendría que ponerme realista, escribir la historia de una familia o cosas así, o una trama policial.

 «Realismo chato», lo ha llamado en alguna ocasión. ¿Percibe que se ha impuesto en la narrativa contemporánea de su país? 

No leo demasiadas novedades, pero sí. Hay algo chato, como el viejo costumbrismo, solo que ahora pasado por un ombliguismo un poco molesto. Ahora lo llaman autoficción; hay mucho escritor joven que considera que sus opiniones, sus gustos, sus amores, son lo suficientemente interesantes como para ponerlos por escrito.

 ¿A qué escritores contemporáneos sigue?

Sigo mucho a este escritor inglés de familia japonesa, Ishiguro. Lo leía con mucha admiración, pero su última novela, la de El gigante enterrado, es un auténtico desastre, una especie de subtolkien. No sé cómo pudo caer tan bajo. Ahora leo mucha novela policial. Estoy leyendo a otro inglés, Lee Child. Leí una novela suya y me encantó, y hoy terminé otra y me compré dos más. En realidad lo que me gusta es la novela policial inglesa clásica; eran escritores sutiles, inteligentísimos: Dorothy Sayers, Edmund Wilson... son fantásticos, gente con una gran ironía. Todos eran profesores de literatura, se inventaban un seudónimo y escribían estas novelas maravillosas llenas de alusiones para entendidos.

¿Sigue leyendo un libro al día?

No tanto. Leo entre diez y quince libros por mes. Leo muchas revistas. Y releo, sobre todo. Me da cierta tristeza entrar a las librerías porque veo libros que en otro momento habría comprado, pero me ocurre que, antes de comprarlos, me acuerdo de todos los libros que tengo en casa y me digo que mejor releo una novela de Jane Austen que tengo medio olvidada... leo también poesía. Todo el tiempo estoy leyendo poesía.

Usted nunca quiso ser poeta, ni siquiera de muy joven. ¿Tiene alguna explicación?

Eso es porque no nací poeta. Intenté escribir poemas de adolescente, pero eran como un simulacro. Tenía que pensarlos, pensar cómo debía ser el poema antes de escribirlo. Y creo que habría podido pasar por poeta, pero habría sido una mentira.

Parece que es más conservador en sus gustos literarios que en sus gustos de arte contemporáneo o cine. ¿Está de acuerdo?

Sí. Pero es porque el arte del siglo XX ha ido más lejos que la literatura en la innovación. Hay algo propio de la literatura que la impide ir demasiado lejos; es decir, tú no puedes desparramar las letras por la página, hay ciertas normas. Siendo un escritor al que califican de vanguardista, mis relatos son, como relatos, perfectamente convencionales en la superficie, aunque por debajo pasen cosas más raras. Creo que ese es el camino: hacer algo legible, como eran legibles los viejos libros y las viejas novelas, pero saboteado por debajo.

En su caso, ¿es una conquista esa claridad? ¿Hay un esfuerzo de depuración del estilo detrás?

Bueno, en mi caso vi que era necesario, pero no es ningún mandato, esa transparencia. Las historias que se me ocurren son un poco raras, hay deslizamientos de tiempo y cosas así, una especie de barroquismo conceptual que, según lo veo yo, ha de contraponerse a un clasicismo en la lectura. Es decir, cuando se barroquiza mucho la prosa el contenido tiene que ser simple. En el Ulises de Joyce la prosa es absolutamente experimental, pero está contando la jornada común y corriente de un señor común y corriente. En mis libros es exactamente al revés. Alguna vez me comparé, descartando el genio, la excentricidad y la plata, con Dalí. Sus imágenes son claras, como querría yo que fueran mis ideas narrativas. Pero hay una depuración técnica, académica: la claridad. Uno no puede pintar un elefante con patas de mosquito a lo Pollock.

En Borges ocurre también, ¿no? Muy llano en la superficie, muy clásico, pero complejo al fondo.

Totalmente. Eso lo aprendió de la buena literatura inglesa. Perfectamente transparente. El español tiende más al barroco, es más sonoro, más charlatán. Borges vio esto muy bien y creó ese estilo inimitable y tan imitado.

¿Por qué se nota tanto al imitador de Borges?

Por lo bueno que es Borges. La influencia de Borges es muy buena porque nos pone a los escritores en castellano una vara muy alta. Lo hizo tan bien que tenemos que esforzarnos. Va a ser difícil, pero es bueno tener un escritor faro.

La presencia de Borges sigue siendo abrumadora en Argentina. Los periódicos traen todos los días algo relacionado con él.

Sí, y en la vida común. No pasa un día en que mis amigos y yo no mencionemos a Borges, por algo que escribió o dijo. Y lo sentimos tanto cuando murió. El día de la muerte de Borges fue como si se apagara una luz. Y al día siguiente todos los periódicos decían lo mismo, pero de distintas formas: nos quedamos sin Borges, ¿qué hacemos ahora? Fue una suerte, un orgullo tener un escritor así. Y es un universo en expansión porque se están publicando cosas que él escribió, o dijo, porque todo tiene valor.

¿Usted aún escribe todos los días?

Sí, sí, una paginita. A veces más, o un poco menos. Ahora cuando viajo interrumpo. Voy muy lento. Hay quienes prefieren largar todo como salga y luego corregir. Yo voy muy despacito, pensándolo bien.

Pero a la vez va improvisando, ¿no? Creo a menudo no sabe un día cómo seguirá la historia al día siguiente.

Sí, lo que pienso mucho es la prosa, la artesanía, el torneado de la frase, que es algo que me da mucho placer. Busco un equilibrio entre el vuelo automático de la imaginación y ese trabajo artesanal. El contenido viene de cualquier parte. Le doy un ejemplo que escribí la semana pasada. Está un hombre preocupado por la situación de su mujer y de sus hijos, que han emigrado. En cierto momento me quedé sin materia para seguir y miré por la ventana y estaba lloviendo. Y escribí: «Entonces fue a comprar impermeables de contrabando». Así que el personaje compró impermeables para toda la familia, compró tantos impermeables que no le cabían en el auto, los puso en el baúl y se los olvidó...

 ¿Cree que la crítica acierta al valorar sus libros? Alguna vez se ha quejado de que insistan en las ideas.

Yo noto que se resisten a la fábula, sí; los críticos, por lo general, no se abandonan nunca al placer de la lectura libre y banal. Se ponen a pensar, quizás por deformación profesional o porque piensan que les pagan para que hagan este trabajo, para que digan qué quiere decir esto o lo otro. En fin, ellos se lo pierden.

En sus libros predomina el optimismo. ¿Es una actitud vital o solo literaria?

Solo literaria, me temo. Aunque estoy tranquilo: consulté hace tiempo con un psiquiatra y me dijo que yo nunca sería un depresivo porque soy un melancólico. Parece ser que la melancolía es una protección contra la depresión. Una vez dije que a mi edad lo mejor para un escritor es cultivar una elegante melancolía, pero lo he intentado y no me sale.

La ironía, el distanciamiento... ¿es posible una literatura hoy que renuncie a esto?

Lo es, aunque no sé si es del todo literatura. Lo noté con los bestsellers norteamericanos, que durante años traduje por dinero. Una vez me propuse escribir uno, y lo hice, pero fracasé. Porque el bestseller necesita una completa honestidad; una sola gota de ironía lo echa todo a perder. El lector de esa subliteratura no quiere que le tomen el pelo, quiere entrar en la historia y si nota algún distanciamiento abandona el libro.

¿Le sorprende que su influencia se dé sobre todo en los jóvenes?

Es que no creo que tenga influencia real, como mucho he tenido influencia en la actitud. En gente a la que le gusta alguien que no se somete al gusto general, a ciertos mandamientos, como el de dar un testimonio de la realidad política o social. Yo empecé a publicar en los ochenta, y en Argentina había una gran efervescencia política: el fin del proceso militar, la guerra de las Malvinas... y era como si hubiera que dar testimonio de todo aquello. Pero empezaron a aparecer mis novelas, totalmente fantasiosas y estéticas. Y gustaron a una modesta capillita de lectores.

¿Prefiere como lector también la literatura que no da testimonio de nada?

Desde luego. En realidad, a mí me gustan los buenos escritores. Coincido con el canon, no soy nada iconoclasta, y no entiendo a quienes dicen: «Shakespeare no me gusta». ¿Cómo no te va a gustar Shakespeare? Quizás porque lo leen en traducciones, yo tuve la suerte de leer en varios idiomas, en inglés, francés, italiano, portugués, desde muy chico. No comprendo que un buen lector no haga un esfuerzo y aprenda por lo menos el inglés y el francés.


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