lunes, mayo 30, 2016

Literatura / Entrevista a Alberto Fuguet

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«Me encantan las historias de ‘los hijos de’ que se caen, que son víctimas del éxito de sus padres.» (Foto: Rafael Yohai)

C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de mayo de 2016. (RanchoNEWS).- El escritor chileno publicó una novela extrema y adictiva, por el modo en que desmonta las vanidades del mundillo editorial y literario a la vez que explora las posibilidades del amor. Dos de sus personajes están inspirados en Carlos Fuentes y su hijo. Silvina Friera lo entrevista para Página/12.

El hijo díscolo morirá por «colapso y deshidratación» en una discotheque de Santiago de Chile. El drama se intuye al principio, cuando Alf Garzón, editor especializado en no ficción, homosexual de poco más de cuarenta años obsesionado con la idea de que había empezado su declive, tiene que acompañar al hijo del escritor Rafael Restrepo Carvajal durante una gira de prensa por un libro superfluo o innecesario –como tantos de los que se publican hoy– que organiza la editorial Alfaguara, antes de ser absorbida por Penguin Random House Mondadori. El padre, hasta el menos espabilado lo descubriría, es una suerte de remedo de Carlos Fuentes. El hijo es un fotógrafo y poeta salvaje y maldito, exactamente lo opuesto a su «canonizado» padre. «Qué diría si viera la colección de retratos de anos que tengo. Mi padre es todo un caso –plantea Rafa Restrepo Santos–. Quiso hacer una carrera legítima, cuando la gracia es destrozarla. Siempre. A partir de cero. Siempre. Dejar obra pero no obsesionarse con ella. Una vida literaria o artística no es una escalera como esta donde estamos apoyando el culo ahora usted y yo: es un resbalín. La gracia es caer, no construir o repetirse». El escritor chileno Alberto Fuguet compone en Sudor (Literatura Random House) una novela extrema y adictiva por el modo en que desmonta las farsas y vanidades del mundillo editorial y literario a la vez que explora las posibilidades del amor y los encuentros a través de Grindr, la aplicación móvil de la comunidad gay. El hermano menor de esta novela de más de 600 páginas es No ficción, una especie de «libro de cámara» sobre la historia de Alex, un escritor exitoso, y Renzo, ex asistente de dirección que escribe reseñas sobre películas clase B, quienes se reúnen una noche para ajustar cuentas sobre una relación ambigua que dejó orgullos lastimados y cicatrices de un amor no correspondido.

Como restos de un naufragio lingüístico, cuando Fuguet habla con Página/12 emergen palabras y expresiones en inglés. Aunque nació en Santiago de Chile en 1964, sus padres se llevaron al recién nacido a Los Ángeles (Estados Unidos), donde vivió hasta los 11 años. Volver al Chile de la dictadura de Augusto Pinochet sin poder pronunciar una sola palabra en español fue demasiado traumático. Los libros representaron una tabla de salvación para flotar y aprender a nadar en una nueva lengua. «No ficción es una novela con mucha intimidad y poca carne que trata de contestarle a la autoficción tan fragmentada y delicada, que es poco frontal. Muchos de esos libros me parece que no son del todo verdad». El escritor chileno reconoce que se siente un editor «frustrado». «Un editor es psicólogo, es papá, es contenedor, a veces prestamista. Me gustan y me caen bien los editores y me parecía más interesante que un escritor. En Sudor me interesaba entrar por el editor más que darle todo el spotlight al escritor, que está sobre iluminado y no siempre se lo merece. Sin ir más lejos, me encantó la película Spotlight porque muestra que el periodismo es hecho por todos. Obviamente que la literatura no está hecha por todos, pero un escritor le debe mucho al entorno».

El editor Alf Garzón es también un hombre enamorado o seducido por la figura del hijo, de Rafa Restrepo. ¿Por qué narrar la historia desde la perspectiva del editor?

Siempre me preocupó cómo trabajó el presente Scott Fitzgerald y la era del jazz. Me llama la atención que El gran gatsby no es narrada por el gran gatsby; es narrada por alguien que no es demasiado interesante, tiene una voz y es capaz de contar. Es nuestro narrador, no es el mejor de los personajes, no tiene nada de gran, y puede palidecer al lado del gran gatsby. Yo quise hacer eso: un narrador que sea un tipo enamorado, medio perverso y que está lleno de ansiedad, que tiene cuarenta y tantos, pero que en muchas cosas se comporta como un chico de veinte, que tiene un roommate, que siempre anda saliendo con chicos menores. Quería escribir una historia gay que no fuera una tragedia, que no fuera una cosa de marginalización que termina con alguien acuchillado bajo los puentes. Y que fuera un hombre de letras, pero que no fuera un tipo aburrido que sólo lee. Me interesaba que tuviera sangre, pelos, sudor… Me parece que en el mundo literario hay demasiados personajes que lo único que hacen es leer, como la idea de (Jorge Luis) Borges, el «confieso que he leído». Pero mucho antes de Alf, lo que me gatilló el libro fue Carlos Fuentes y su hijo, padre e hijo famosos.

¿Qué le interesaba explorar de ese vínculo entre padre e «hijo de»?

Creo que es difícil ser hijo y es difícil ser padre. En un momento traté de pensar que pasaría si yo fuera muy estructurado y mi hijo me saliera tan rebelde. Obviamente que está escrita desde el hijo: me cae súper bien Rafa Restrepo. Me encantan las historias de «los hijos de» que se caen, que son víctimas del éxito de sus padres. Yo quedé muy impresionado de que un escritor como Carlos Fuentes hiciera un libro con su hijo. Lo vi hace más de veinte años de lejos, le pedí un autógrafo y me arrepiento. Me di cuenta de que todo el mundo le pedía un autógrafo al padre, a pesar de que el libro de fotos no era bueno y era del hijo. Me pareció que ese chico tenía algo maldito, que nadie lo tomaba en cuenta. De repente, a los dos años, el hijo de Fuentes se murió. Rafa Restrepo está inspirado en el hijo de Carlos Fuentes. Pero más que en Carlos Fuentes Lemus, la novela está inspirada en una gira mítica y un libro terminado.

¿Por qué se arrepintió de pedirle un autógrafo a Carlos Fuentes?

Me arrepentí de no haberle pedido al chico porque yo siento que tengo una deuda con él. Algunos creen que tratarlo de gay es como insultarlo, cuando me parece que ser gay no es un insulto. Mi impresión es que él no era gay, tampoco quise investigar para que mi imaginación no estuviera atada. Me pareció un personaje entre guapo y abandonado, y sobre todo con su padre tan impresionantemente fuerte. Yo nunca me sentí tan fuerte, quizá ahora soy más fuerte. Pero en el 98, yo me sentía que había sobrevivido a la literatura y a mis primeros libros. Me arrepiento porque hubiera tenido un libro con más valor, hubiera tenido algo de él. De lo que no estoy arrepentido es que las veces que Carlos Fuentes vino a Chile no le pedí autógrafos y tampoco acepté ir a cenar. Pero sí iba a sus charlas como un voyerista; una vez me tocó filmar a su lado, pero no lo saludé. No quería tener ningún lazo porque sabía que algún día iba a escribir de él. No quería tener ninguna interferencia ni que me sedujera porque decían que era encantador. Quería que la imaginación trabajara.

¿Quería escribir el hijo de Carlos Fuentes?

¿Estamos hablando del verdadero o del falso? (risas). El mío sí y lo defiendo porque creo que es un gran poeta porno que escribe en inglés, como un poeta maldito, una especie de (Arthur) Rimbaud entre mexicano y parisino. Como fotógrafo también apuesto a que es mejor fotógrafo de imágenes porno que de jet set. No sé si el verdadero hijo de Carlos Fuentes quiso escribir. Dicen que escribió, pero nunca escribió en español. Con los años que han pasado, para mí al menos está claro que (Mario) Vargas Llosa es un grande, pero no sé si Fuentes era tan grande. Creo que fue un escritor importante, canónico, uno de los mexicanos más importantes internacionalmente. El hijo escribía en inglés. Lo curioso es que después de muerto logró cosas que ningún poeta vivo argentino va a lograr y menos de su edad: publicó en Fondo de Cultura Económica y todos sus poemarios, que no son muchos, en Seix Barral, traducidos por el padre, que también es un poco extraño. Se puede tomar como un gesto de amor del padre ante el hijo muerto, o también uno puede dudar y preguntarse hasta qué punto se manipularon esos poemas. Esos poemas vienen con epílogos y prólogos de gente como (Juan) Goytisolo, Tomás Eloy Martínez… O sea que este chico se rodeó de una compañía de notables impresionantes que no cualquier poeta que anda circulando por ahí tendría. Un poeta generalmente es un muerto de hambre que no publica en Seix Barral o en Fondo de Cultura Económica. En mi novela el chico es un artista loco y el tipo de arte que hace no les interesa a los padres. En el mundo real no sé… Rafa es un personaje totalmente mío y es ese tipo de gente que me cae bien. Tiene algo de maldito y de «pobre niño rico».

¿Cuál es atractivo del «pobre niño rico»?

Me interesa la fragilidad, pero también la fuerza, en el sentido de decir: «mira, tú puedes decir lo que quieras de mí, pero yo tengo más dinero que tú y lo voy a usar, yo tengo poder y lo voy a usar». No es lo mismo  «niño rico de país pobre» que «pobre niño rico». El que es afortunado lo aprovecha: no puede arreglar el mundo, pero se va a arreglar él. Si puede viajar en primera clase lo va a hacer, si puede robar, roba; si atropella a alguien no va preso porque va a mover todas sus influencias… Ahí hay algo repelente que literariamente es fascinante porque la mayoría de la gente no se siente con esa seguridad, con ese poder.

Sudor refiere al fin de una época, cuando la editorial Alfaguara es comprada por Penguin Random House Mondadori. ¿Cómo definiría ese fin de época?

Creo que es el fin de la independencia, el fin de una cierta inocencia, a pesar de todo, como que llegó el siglo XXI de verdad. Las redes sociales son fascinantes, son increíbles; mira qué modernos somos, pero tampoco nos satisfacen tanto. Con Tinder y Grindr, ¿puedes encontrar realmente el amor de tu vida? ¿Estamos realmente juntos? Alf baila mucho, suda mucho, lo pasa bien, pero al final está enamorado de alguien que no lo toma en cuenta. El lazo entre Rafa y Alf en Santiago es de rock and roll, pero también de contención, de acompañarse, de armar una especie de sociedad. Rafa cumple el rol de niño privilegiado, de querer ser el tipo que lo va a cambiar. La novela es sobre el fin de una cierta inocencia y la hora de abrir los ojos. Eso le pasa a Alf: que abre más los ojos. Me gusta el fin de algo. Es el fin de una época porque por mucho que estos grandes conglomerados editoriales tienen más dinero y son más poderosos, también tienen una economía más de guerra. La idea del escritor como todo poderoso creo ya no existe porque, entre otras cosas, te dicen que «no vendes cuatro ejemplares».

¿Qué espacios queda para la rebeldía o la disidencia?

Yo creo que el boom se equivocó al tratar de llegar a todos. Me parece que ser rebelde hoy es tratar de no llegar a todos, no ser un best seller, tratar de ser más de nicho. En mi caso, escribir un libro gay, contemporáneo, un poco porno, en una editorial grande, es ser rebelde. Puedo aprovechar lo que me da una editorial grande, como estar acá en la Argentina, y saber que esto no me lo puede dar una editorial pequeña. Sudor no es un típico best seller internacional. Tratar de escribir para todos me parece poco rebelde. Escribir una novela gay y explícita hoy incluso sigue pareciendo rebelde. Uno pensaría que no. Pero la gente me dice que es fuerte,  «esto no es literatura, es pop»… Tampoco hay que ser rebelde sin causa, pero hay que ser un poco rebelde para ser escritor. Me aburren muchos los escritores que quieren ser bendecidos por el establishment y por la crítica. Creo que hay que aprender del cine y de la música. Una gran estrella del reggaetón no está tratando de seducir a los músicos de jazz. La idea del escritor inmenso que todo el mundo lo leía, ya no ocurre. El único que queda es Vargas Llosa, que sigue escribiendo bien.

Aunque Vargas Llosa ya escribió lo mejor de su obra y el resto sean añadidos, un escritor no puede ser perfecto en todos sus libros, ¿no?

Sí, estoy de acuerdo. Y no por eso debería renunciar a escribir. Sudor es un libro ambicioso, como antiguo pero moderno: 600 páginas y muchos personajes. Quería escribir sobre el hoy, que me parece que es clave; con tanta Internet, con tanta información, a veces el presente se pierde. La labor del escritor consiste en escribir despachos desde el presente. La literatura puede darle un orden a lo que no estamos entendiendo del todo.

Quizá pueda resultar disparatado, pero al principio de Sudor Rafa Restrepo tiene algo del mundo infrarrealista, no tanto de Roberto Bolaño, sino más de Mario Santiago Paspaquiaro…

Por sus paseos por el D.F. y esas cosas, sí, sí, sí… Un escritor tiene que ser como un poeta, tiene que vivir peligrosamente, tiene que ser salvaje. Hay que escribir como si fueras a morir mañana, hay que correr riesgos y pensar que puedes seducir al otro. Una cosa que me atrae de Bolaño es que era un gran escritor, era un salvaje y sin embargo era leído. Hay una cosa punk que me atrae de México, mientras que en el cono sur estamos más preocupados por las formas y somos más peinaditos (risas).


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