jueves, junio 16, 2016

Noticias / España: «Terror en el laboratorio: de Frankenstein al doctor Moreau» en la Fundación Telefónica

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Aspecto de la exposición Terror en el laboratorio: de Frankenstein al Doctor Moreau . (Foto: Carlos Rosillo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 15 de junio de 2016. (RanchoNEWS).- Una exposición indaga en los mitos surgidos de avances científicos y que se plasman en novelas como Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Gregorio Belinchón reporta para El País.

«Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza». Y a partir de ahí el hombre también quiso ser Dios, y crear a su vez vida.

La historia de la humanidad está llena de ejemplos de esa ambición. Pero solo los avances tecnológicos y científicos del siglo XIX dieron verosimilitud a tamaña creación. «Cuando Mary y Percy Shelley, Lord Byron, Claire Clairmont y John Polidori se reunieron en verano de 1816 en Villa Diodati [a orillas del lago Lemán en Suiza], en realidad lo que hicieron fue charlar de los temas de la época», cuenta María Santoyo, comisaria de la exposición Terror en el laboratorio: de Frankenstein al doctor Moreau, que se inaugura mañana en la Fundación Telefónica. Y estos temas eran, por ejemplo, la aplicación de corriente galvánica a criminales recién ajusticiados por científicos como Giovanni Aldini y Andrew Ure o las teorías de Erasmus Darwin sobre la reanimación de cadáveres. Ese caldo de cultivo social y un verano devenido en estación lluviosa por culpa de la nube de cenizas que cubrió Europa tras la erupción del volcán Tambora en Indonesia acabaron con el grupo de escritores encerrados, leyendo historias alemanas de fantasmas y escribiendo. En un sueño de aquellas noches Shelley concibió Frankenstein, y así cambió la historia de cultura popular.

Doscientos años después -la mítica reunión se celebró entre el 16 y el 18 de junio (para la leyenda quedó plasmado el 16)-, el Espacio Fundación Teléfonica alberga una exposición que reflexiona sobre esas creaciones literarias del siglo XIX que tienen en común su nacimiento en un laboratorio como creación científica -en un sentido laxo del término-. En el centro de la muestra, seis obras como Frankenstein o el moderno Prometeo, La isla del doctor Moreau, El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, El hombre invisible, El hombre de la arena y La Eva futura, y tres grandes bloques expositivos: El doble (el doppelgänger es un gran motor literario, y la materialización del lado oscuro humano), El autómata (máquinas que reproducen el aspecto y el comportamiento humano) y El monstruo. «Curiosamente, nunca acaban bien», confirma el otro comisario de la muestra Miguel A. Delgado.

Es también buen momento para reivindicar, como hizo Fernando Savater en la inauguración, esas novelas: «La cultura popular ha dado más figuras inolvidables que la literatura seria». Las figuras de coleccionista que reciben al visitante de la exposición pertenecían a Sara Torres, la fallecida esposa de Savater. «Frankenstein era su personaje predilecto. Yo soy fan de Mary Shelley, que inventó el cuento materialista de terror, porque por primera vez el miedo surge de este mundo, pero por las cosas que ha provocado el ser humano por cambiarlo».

Además, aquellas novelas han visto multiplicada su influencia por el teatro, primero, y el cine, después. Fue la gran pantalla la que instauró la imaginería de tornillos en el cuello y cicatrices craneales para Frankenstein, o la que concretó el aspecto robótico femenino. Como apunta Santoyo, «esos autómatas siempre eran mujeres en el siglo XIX, como el androide [para los puristas, ginoide] de Hadaly creada por Auguste Villers en la novela La eva futura, en incluso en el siglo XX, como la robot María de la película Metrópolis de Fritz Lang [cuyo guion fue escrito por su esposa, Thea von Harbou], porque reflejaban la fantasía de una mujer sumisa y receptiva a cualquier capricho sexual».

Aunque, para turbios, los dobles, que eclosionan durante la época victoriana tanto en la realidad como en la ficción (Jekyll y Hyde) como reflejo de la doble moral imperante durante aquellos años en un país cuyos miembros más prominentes disfrutaban de una vida nocturna disoluta. Al igual que ocurre con Frankenstein, del que solo se cuenta que tiene pelo largo y del que no se sabe cómo vuelve a la vida, de Hyde nadie habla de su fealdad. Sí de la repulsión que causa su maldad. Hoy, en cambio, sería un líder.

Espejos, puertas y ventanas

En toda esa literatura del XIX se insinúa más que se ve, se habla de sensaciones más que de descripciones. Y el ejemplo está en una de las vitrinas, donde se seleccionan las 20 palabras más repetidas en las seis novelas que impulsan la muestra. Entre ellas, hombre, ojo y mano. «Pero no monstruo», remarcan los comisarios, «porque sus autores usan más el término criaturas, hechas a semejanza del científico —y por ello es más doloroso su final— y no se suele saber cómo son. Son libros que hacen preguntas y no dan respuestas. De ahí su modernidad». Son también obras literarias rebosantes de puertas, ventanas y espejos, elementos que esconden, insinúan y, al final, reflejan un mismo terror: el del hombre enfrentado a sí mismo.


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