Black Mesa Landscape, New Mexico / Out Back of Marie's II, 1930. (Foto: GIFT OF THE BURNETT FOUNDATION©GEORGIA O'KEEFFE MUSEUM.)
C iudad Juárez, Chihuahua. 1° de septiembre de 2016. (RanchoNEWS).- «Los hombres me catalogan como la mejor mujer pintora... Yo creo que sencillamente estoy entre los mejores pintores», reivindicaba en vida Georgia O'Keeffe (1887-1986) frente a etiquetas de género que sentía como un constreñimiento. La Tate Modern londinense le toma la palabra estrenando su renovada fisonomía a orillas del Támesis con la mayor retrospectiva dedicada fuera de Estados Unidos a esta pionera e icono de la escena americana del modernismo. Desde sus famosas y cotizadas flores, hasta los paisajes agrestes de Nuevo México que inmortalizó obsesivamente, la muestra subraya tanto una relectura de la obra de O'Keeffe como la vocación misma del museo de mirar hacia el arte contemporáneo sin cortapisas. Patricia Tubella reporta desde Londres para El País.
El cartel y gancho publicitario, que desde este miércoles concita largas colas en una exposición de pago —aunque se trate de una galería pública—, cobra las formas de una blanca flor del estramonio por primera vez exhibida en Europa. Georgia O'Keeffe es la autora de la pintura de mayor cotización en subasta firmada hasta la fecha por una mujer, a razón de 44.4 millones de dólares pagados hace dos años.
Algunas impresiones recogidas entre el público de la Tate sobre ese cuadro estelar, o sobre los vulvos de lirios, orquídeas y amapolas que O'Keeffe pintó despojados de toda referencia espacial, confirman a primera vista esa idea tan extendida de que la estadounidense quiso representar los genitales de la mujer a modo de vindicación, abrazada luego por las feministas de los años setenta. Ella misma se esforzó en desmentir ese pretendido simbolismo sexual, pero ha podido más la imaginería explotada por su compañero de profesión y vida, Alfred Stieglitz, sobre la obra de esa artista nacida en el medio rural de Wisconsin que se formó para el arte en la escuela de Chicago.
Se cumplen ahora cien años de la primera exposición en la que la galería neoyorquina de Stieglitz, pintor y sobre todo fotógrafo muy reconocido en la época, exhibió el potencial de su protegida O'Keeffe, con quien acabo casándose. Las abstracciones que la artista plasma al carboncillo o sus dibujos de los rascacielos de Nueva York nos muestran al inicio del recorrido los primeros tanteos de una pintora muy influida por el círculo de Stieglitz, un grupo de artistas que a comienzos del siglo XX encarnaron un nacionalismo cultural sobre el que asentar la América moderna. Progresivamente desafecta de su mentor, que le llevaba más de 23 años, las infidelidades del marido condujeron a O'Keeffe a largas estancias vacacionales en un territorio desértico del sudoeste de EE UU, ese Nuevo México que acabó abrazando como su razón de ser.
Jimson Weed/White Flower No. 1 de O’Keeffe. EDWARD C. ROBISON III© 2016 GEORGIA O'KEEFFE MUSEUM/DACS, LONDON
El punto más fuerte de la exposición pasa por los escenarios que la pintora retrató con realismo fotográfico desde el Rancho Fantasma, adquirido cerca de Santa Fe como hogar definitivo tras quedar viuda. Por esas vistas desde el ventanal del Cerro Pedernal culminado en una meseta, que protagoniza tantos de sus cuadros; por la luz cegadora del sol reflejada en el desierto o las típicas casitas de adobe que se identifican con las tradiciones india e hispana de la zona. Por las hojas, las piedras o las series dedicadas a las osamentas de animales halladas durante sus acampadas en un territorio de tonos encendidos que escrutó al milímetro.
La retrospectiva de la Tate —hasta el 30 de octubre— supone una oportunidad única de recorrer la evolución de la obra de Georgia O'Keeffe a lo largo de sus seis décadas más productivas, con la exhibición de muchas obras que nunca antes habían salido de EE UU. El despliegue nos habla de una artista multifacética cuya técnica y estilo le merecen la condición de generadora del modernismo estadounidense, que exploró su relación con la fotografía, la música y los paisajes de Nuevo México en busca de un lenguaje visual propio.
La pintora murió a los 98 años en Santa Fe, una ciudad de solo 70.000 habitantes pero que, trufada de galerías, representa el tercer mercado del arte en Estados Unidos. El territorio que la enmarca es conocido hoy como O'Keeffe Country, en homenaje a una artista que en su día dijo haber encontrado en estos parajes naturales del oeste a «mi país».
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