viernes, septiembre 04, 2015

Cine / Italia: «Black Mass», «Francofonia» y «Marguerite» en la sección oficial de la muestra de Venecia

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Después de años de malas películas y malas ruedas de prensa, el actor se presenta en el Lido con una buena película, Black mass, una muy buena interpretación y una mala rueda de prensa. Sale peladito y tiene pinta de Oscar.. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de aeptiembre de 2015. (RanchoNEWS).- Aparece Depp y surgen las sospechas. No queda claro si ese balbucear extraño e intenso es el efecto secundario de algún estupefaciente (el instinto primario no suele ser tan errático) o el resultado de una calculada estrategia. No decir nada mientras la boca emite ruidos evita equivocarse. Sólo las sentencias con sentido pueden ser refutadas. En esto, Rajoy, por ejemplo, y Depp comparten estratega, no diremos 'camello'. Pero, sea como sea, gusta. Y los incondicionales apostados desde la seis de la mañana a las orillas de la alfombra roja daban fe de ello, del entusiasmo. Es más, hasta huele bien. Quizá por ello es la imagen del último perfume Dior. Depp, no Rajoy. Reporta desde Venecia Luis Martínez para El Mundo

Pero Depp no aparece de cualquier manera. Él llega tarde. Mucho. O, incluso, no llega en absoluto. Ayer mismo suspendió las entrevistas. Black Mass, su última película y con la que comparece ahora en Venecia, es buen ejemplo de todo ello: de su manera siempre particular de exhibirse impuntual, de confundir, de dejar a la audiencia (con perdón) con el culo torcido. «Entiendo mi trabajo como una forma de sorprender. Siempre he admirado a actores como John Barrymore, Marlon Brando o John Garfield. Gente que se transformaba en pantalla», musitó ante la prensa. Y le creemos.

Digamos, para abreviar, que estamos delante de su mejor interpretación en décadas. Siglos quizá. Es más, si comparamos su encarnación del mafioso James 'Whitey' Bulger (ése es su papel) con cualquiera de sus últimos trabajos no queda otra que rendirse a los pies del estratega de antes (o del 'camello'). No parece el mismo. No es el mismo. Piensen en Mortdecai, Trascendence, El llanero solitario o Sombras tenebrosas. Si aún les quedan los ojos en su sitio (algunos, lo sé, se los arrancaron), olvídense. Esto, definitivamente, es otra cosa.

De la mano de Scott Cooper, el que antes fuera John Dillinger (Enemigos públicos) quiere ahora dar vida al mismísimo Mefistófeles. Puesto que, en efecto, ése, el diablo en persona, es el que presumió durante años de ser el criminal más buscado de la historia del FBI. Con el permiso, claro está, de Osama Bin Laden.

La película narra el pacto (real) que en Boston alcanzaron las fuerzas del orden con uno de los más peligrosos gángsters de la época. Hablamos de los 70. El objetivo común era acabar con un enemigo común: la mafia italiana. Lo que para unos era una cuestión de orden para los otros era la mejor manera de acabar con la competencia. Sólo negocios. Si el punto de partida les sorprende, piensen por un momento quién creó y mantuvo en el poder a gente como Sadam Husein, Pinochet o, hemos llegado, Bin Laden. En efecto, lo llaman política internacional y quizá sean negocios.

Pero no nos perdamos. El australiano Joel Edgerton da vida al agente de tan brillante idea. Por la causa inmortal de la Justicia, ¿quién puede negarse a vender el alma al mismísimo Satanás? Al fin y al cabo, mantiene este Fausto moderno, Bulger y él crecieron juntos en el barrio al Sur de Boston. Los dos, a un lado y otro de la ley, comparten además la misma mitología de la frontera que alimenta desde el 'western' más clásico al propio cine en su más amplia acepción.

Pues bien, sobre este irrefutable presupuesto, el director ofrece a Depp la oportunidad de componer uno de esos papeles que, definitivamente, marcan el año, los Oscar y, ya que estamos, una carrera entera. Calvo y con la mirada transparente de puro hielo, nuestro balbuciente actor se las arregla para detener el aliento de la concurrencia. Y hacerlo con una seguridad y oficio que obliga a recordar películas como Donnie Brasco, Ed Wood o Dead man para adquirir consciencia del verdadero tamaño de Depp. «Nadie se levanta por la mañana y se dice: 'Soy malo'. Mi trabajo consiste en recuperar la dimensión humana del monstruo. Un tipo que cumplía con su trabajo con la misma pasión que adoraba a su madre y su hermano», explica.

Black Mass no es una película redonda. Ni mucho menos. Pero tampoco conviene hacerse mala sangre por ello. Conmociona exactamente donde se lo propone. Scott Cooper, director antes de cintas como Corazón salvaje o Out of the furnace se maneja mejor cerca de los actores que de la propia narración. Digamos que se limita a contar lo que sabe de forma algo notarial sin otra intención de enseñar a la bestia. Y así, de la primera de sus películas nos queda un inmenso y roto Jeff Bridges, y de la segunda un Christian Bale tan Christian Bale como casi siempre.

La cinta arranca con la declaración de uno de los sicarios del brutal, turbio y educadísimo Bulger confesando todas sus tropelías. Y detrás de él, otro. Y otro. Entre los huecos que deja un relato necesariamente fracturado se cuela en formato flashback el diario de una historia libre de escrúpulos que habla del poder, del miedo, de los límites de la justicia, de la sangre y del olor de la pólvora. Y en medio, la representación cierta de la más incierta de las aberraciones.

El momento en el que Depp-Bulger juega a seducir a la mujer de su agente del FBI preferido se antoja tan morboso como inquietante; tan repulsivo como irresistible. Y es en ese terreno entre el placer y la herida donde nuestro héroe crece hasta la turbación. Lo dicho, aparece Depp y surgen las sospechas.

¿Se ha traído los perros a Venecia?

No. Los he matado y me los he comido tal y como me ha recomendado un australiano sudoroso.

Es hasta gracioso. ¿Quién se resiste?

Sokurov y el arte

Por lo demás, la sección oficial sepultó tras los focos del resucitado Depp a dos películas tan notables que, sin duda, merecían más. Sobre todo una de ellas. Alexandr Sokurov presentaba Francofonia y, de su mano, ofrecía una lección de cine irónico, inteligente y, ya puestos, muy ruso. La película quiere ser una reflexión sobre el significado del arte. Se trata de un viaje al Louvre convertido en el corazón y alma de eso llamado Europa.

En la Francia ocupada, el Gobierno nazi decidió proteger, pese a todo, una de las mayores colecciones de pintura del mundo. Sokurov lo cuenta y lo hace a la vez que recrea escenas del momento, resucita a Napoleón, recorre los pasillos de la pinacoteca y ensaya una tesis sobre las difíciles y siempre ambigua relaciones entre el arte y el poder; la cultura y el IVA.

Si se quiere, la película se puede leer como una continuación heterodoxa y mucho menos grave de El arca rusa, donde en un único plano secuencia encerrado en el Hermitage Sokurov se despachaba con la historia de Rusia y, de paso, del mundo. Si no se quiere tanto, la película queda como un ejercicio de sabiduría cinematográfica difícilmente cuestionable.

A su lado, Marguerite, de Xavier Giannoli, también se ofreció a la concurrencia como una particular y muy divertida meditación sobre el arte. Sobre la ópera en este caso. La película cuenta la historia del personaje real e inmensamente rico Florence Foster Jenkins, convertida por azares de la ficción en Marguerite Dumont en la pantalla. Los que han visto las películas de los hermanos Marx ya pueden empezar a atar hilos.

Se trata de la historia de la peor cantante (inconsciente de su torpeza) de todos los tiempos. Es decir, una especie de Ed Wood, otra vez, del género lírico. No sabe lo que es afinar, pero no lo sabe porque nadie tiene el valor de decírselo. Lo que propone Giannoli es una fábula amable (ya saben, el rey está desnudo) sobre la verdad, el reconocimiento y la impostura. También sobre ese vicio tan extendido, cruel y estúpido de la sinceridad.

El resultado es una cinta a ratos divertida, por momentos amarga y casi siempre afinada. Ella sí. Lástima de un tercer acto demasiado evidente.

Y así se fue un día marcado por el advenimiento del santo balbuciente: un Oscar que huele bien.


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