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miércoles, septiembre 15, 2004

Una relectura de ‘Espacio’

Hace cincuenta años se publicaba la versión completa del gran poema de Juan Ramón Jiménez. Invitamos al lector a la celebración y a la revisión de una de las obras capitales de la lírica española y universal del siglo XX


Todo el poema es una celebración de plenitud: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que yo tengo”

Iniciado en Florida en 1941 y acabado trece años más tarde en Puerto Rico, ‘Espacio’ atraviesa todo ese tiempo de exilio, de vida y de creación, en que Juan Ramón escribió su obra poética última, de la que el poema es cumbre máxima

Consecuencia de las tendencias realistas, la poesía última de JRJ no tuvo en los años 50 la influencia que merecía


ALFONSO ALEGRE HEITZMANN - 00:00 horas - 15/09/2004 / La Vanguardia

En la primavera de 1954 se publicó en España el poema Espacio de Juan Ramón Jiménez, uno de los textos fundamentales de la poesía del siglo XX, o, para decirlo en palabras de Octavio Paz escritas en 1975, “uno de los momentos más altos de nuestra poesía en lo que va de siglo”. El poema, de larga extensión, en prosa y dividido en tres partes, apareció en el número de abril de la revista Poesía española. De los grandes textos poéticos que Juan Ramón escribió en su largo exilio en América, Espacio es el único cuya primera edición completa se publicó en España en vida de su autor; antes Juan Ramón había publicado fundamentalmente en México y en Argentina, y, del mismo modo, aunque la versión definitiva de Espacio se editó en España, los dos primeros fragmentos del poema se habían publicado, en su primera versión en verso, diez años antes en la revista Cuadernos Americanos de México.

Por distintos documentos, sabemos que Jiménez empezó a escribir Espacio en 1941. En una carta dirigida a Enrique Díez-Canedo el 6 de agosto de 1943, leemos: “La Florida es, como usted sabe, un arrecife absolutamente llano y, por lo tanto, su espacio atmosférico es y se siente inmensamente inmenso. Pues en 1941, saliendo yo, casi nuevo, resucitado casi, del hospital de la Universidad de Miami , una embriaguez rapsódica, una fuga incontenible empezó a dictarme un poema de espacio, en una sola interminable estrofa de verso mayor”. Espacio nace, pues, en la contemplación del espacio inmenso de Florida; sin embargo Juan Ramón no terminó el poema entonces, sino trece años más tarde, en Puerto Rico, donde murió en 1958. De este modo, Espacio atraviesa todo ese tiempo de exilio, de vida y de creación, en que Juan Ramón escribió su obra poética última, de la que este gran poema es quizá su cumbre máxima.

“Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tienes tú”
Una de las divisas fundamentales a la que Juan Ramón permaneció fiel a lo largo de toda su vida fue la de no anclarse en lo alcanzado, la de ir siempre más allá. “Mi mejor obra –escribió con precisión– es mi constante arrepentimiento de mi Obra”. Espacio y los libros finales que Jiménez escribió en América son la culminación de ese proceso de cambio continuo, de esa obra en sucesión, de ese compromiso único con la palabra que el poeta mantuvo hasta el final de su vida.

Al mismo tiempo, ese final cierra un círculo y es también un regreso, o, como el propio poeta dirá en Espacio, “una congregación del tiempo en el espacio”. Espacio es el centro de ese círculo en el que el tiempo total de su vida se precipita. Toda la vida del poeta parece concurrir en un punto en el espacio de su poesía última, y eso ocurre desde el inicio mismo de su escritura en el exilio. “A esta hora –escribe– mi ser es como una playa sola en la oscuridad, y el tiempo total de mi vida me invade como un mar que ha hecho serenidad todos mis naufrajios”. Espacio está escrito en esa “inocencia última”, en esa encrucijada. “No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin”, leemos al comienzo del poema, pero esa “fuga raudal”, no se nos da en su linealidad, en la horizontalidad de su transcurrir, sino en la verticalidad, en el espacio inmenso –cenit y nadir– que el poema convoca. “Cuando el poeta rompe los marcos sociales de la duración –escribió Gastón Bachelard– toda la horizontalidad llana se borra de pronto. El tiempo no corre. Brota”. Todo el tiempo de la vida del poeta se da en Espacio en el ahora vertical de la contemplación, brota, sí, en la presencia inmensa de ese espacio revelado, en el que todos los límites se diluyen e integran en sí el tiempo y el espacio anteriores: “Y por debajo de Washington Bridge (el puente más con más de esta New York) pasa el campo amarillo de mi infancia”, leemos al comienzo del Fragmento segundo, escrito en Nueva York. Y, de igual modo, Sitges y Miami se confunden más adelante en ese mismo círculo de paradoja: “Sitjes fue, donde vivo ahora, Maricel, esta casa de Deering, española, de Miami, esta Villa Vizcaya aquí de Deering, española aquí en Miami, aquí, de aquella Barcelona”.

Pero la intuición de totalidad que al poeta se le revela es aún mayor. Todo el poema es una celebración de plenitud que se afirma desde su frase inicial: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo”. A partir de ahí, el poema se articula como un largo monólogo interior, como una fuga luminosa, dictada, en su fluir incesante, por la extensión inmensa. Y el poeta intuye entonces que la verdad que viene ahora libre a su conciencia poética puede dar respuesta también al enigma de la muerte: “En medio hay, tiene que haber un punto, una salida; el sitio del seguir más verdadero...”. Esa respuesta no se la da al poeta ninguna creencia o religión, sino la propia poesía.

Ascesis y renuncia son los principios que mueven el ideal de poesía en Juan Ramón, y su búsqueda incesante de la palabra esencial se vuelve al final de su vida, en encuentro –en plenitud de espera– con “un dios posible por la poesía”. Hay, en este aspecto, una total coherencia entre Espacio y el libro anterior, La estación total, que Juan Ramón escribió aún en España. Ya en ese libro el yo del poeta es otro, un yo que se cumple y se re-conoce fuera de sí, en la naturaleza: “hay que salir/ y ser en otro ser el otro ser”, escribe, y, en Espacio: “Aquel chopo de luz me lo decía en Madrid, contra el aire turquesa del otoño: ‘Termínate en ti mismo como yo’”. La plenitud se alcanza, pues, en la escucha y en la traslación, en el amor por el otro ser, en la correspondencia con la honda inmanencia de su mundo interior, realidad invisible que no percibimos sino entonces, “entrada casual a un molde inmenso en donde está la eternidad”. Y por eso el fragmento primero de Espacio que se abre con la exaltación del yo del poeta, se cierra con el canto al tú, con la celebración del dios inmanente de otro ser: “Pájaro... nunca te he comprendido como ahora; nunca he visto tu dios como hoy lo veo... ‘los dioses no tuvieron más sustancia que la que tienes tú’”. La plenitud que Jiménez alcanza nace en ese desprenderse de sí (en un salir del ser para ser otro), que le lleva en Espacio al “sitio del seguir”, al paraíso innombrado. La vida y la muerte, presente en todo el esplendor del espacio de las marismas de Florida –alas, palmas, pájaros, árboles, garzas, zorros, cangrejos...– le revela así al poeta el lugar, el fondo último en que su conciencia individual encuentra el vínculo de unión, en vida y en muerte, con un dios que es la conciencia plena, universal, con la que el poeta al fin se une.

La recepción de ‘Espacio’
La recepción, el eco de Espacio en la época fue desigual y, en términos generales, decepcionante. Hubo, sin embargo, grandes excepciones. Hay que citar en primer lugar a Juan Larrea, exiliado entonces en México y fundador de la revista Cuadernos Americanos, que en 1943 y 1944 recibe con entusiasmo los dos primeros fragmentos y los publica. El caso de Gerardo Diego es aun más singular. A pesar de la dificultad de conseguir publicaciones mexicanas en la España de los años cuarenta, Diego no sólo leyó Espacio en esos años, sino que fue uno de los primeros en darse cuenta de su importancia y en decirlo públicamente, y por eso su autor en 1954 le dedicó la versión final del poema. También Alberti y Emilio Prados admiraron siempre la poesía que Juan Ramón escribió en América.

No ocurrió, en cambio, lo mismo con otros poetas de esa generación, cuyo juicio crítico sobre la obra de Juan Ramón se nubla, con los años, debido a la enemistad personal. Así, en carta del 7 de octubre de 1943, Jorge Guillén escribe a Salinas: “¿Has visto el número cinco de Cuadernos Americanos? Otro J.R.J.: más de cuatrocientos versos seguidos un fárrago fofo reblandecido por esa nota mema que tiene siempre el pensamiento del tal nenúfar”. Más complejo aún es el caso de Luis Cernuda, quien todavía en 1942 mantenía una relación de respeto y admiración por Juan Ramón, pero que tras la polémica entre éste y Aleixandre en la páginas de la revista Orígenes dio un giro radical en su opinión sobre el poeta.

¿Cuál fue el eco de Espacio en España entre los poetas jóvenes de los años cincuenta? El tema merece también un capítulo más extenso que el que aquí le podemos dedicar. El predominio de la tendencias realistas en nuestro país marca el inicio de una decadencia de la poesía con respecto al esplendor que alcanzó en los años veinte y treinta, de la que todavía no se ha recuperado, y tuvo como una de sus consecuencias que la poesía final de Jiménez no llegase a España –incluso en edición suficiente– hasta fechas muy recientes. No deja de ser significativo, en ese sentido, que dos de los poetas de la generación del cincuenta que peor entendieron la poesía última de Juan Ramón hayan tenido una influencia decisiva en gran parte de la poesía posterior. Me estoy refiriendo a Ángel González y a Jaime Gil de Biedma. Así, el primero dedicó un largo estudio a Jiménez para, entre otras cosas, referirse a su poesía final como “el jeroglífico en que desemboca su extensa obra lírica”; y el segundo calificó a Juan Ramón de “poeta menor” y lo insultó abiertamente. Es cierto que también aquí hubo excepciones; es el caso de Francisco Brines, de Ángel Crespo, o, de un modo singular, de Tomás Segovia que, exiliado desde el final de la guerra, publica en México, en 1954, un magnífico artículo sobre la poesía última de JRJ con el título de Actualidad de Juan Ramón. Sin embargo, esas excepciones no cambiaron el panorama general en nuestro país respecto al autor de Espacio, al que en los años sesenta se le llegó incluso a excluir de una de las principales antologías de la época por la “pérdida de vigencia histórica” de su obra última.

El reconocimiento y la valoración de Espacio y de la poesía última de JRJ vinieron, fundamentalmente, de fuera de España. Cómo no citar aquí a Lezama Lima y a los poetas cubanos del grupo Orígenes, que sintieron la visita de Juan Ramón a su poesía como un capítulo esencial de su propia historia literaria. Pero, sin duda, uno de los poetas que antes y con mayor lucidez se dio cuenta de la trascendencia de Espacio y de la poesía última de Juan Ramón Jiménez fue el poeta mexicano Octavio Paz. La trascendencia para la poesía en lengua española del último Juan Ramón la centró Paz casi siempre en Espacio, al que consideraba uno de los textos capitales de la poesía moderna. Sus palabras, escritas en 1956, son hoy un buen colofón para conmemorar este cincuenta aniversario: “Espacio es uno de los monumentos de la conciencia poética moderna y con ese texto capital culmina la interrogación que el gran cisne hizo a Darío en su juventud”.

Alfonso Alegre Heitzmann es poeta, director de la revista ‘Rosa Cúbica’. Ha editado el volumen ‘Lírica de una Atlántida’ y el libro ‘Una colina meridiana’ de Juan Ramón Jiménez. Prepara la edición de la correspondencia completa del poeta de Moguer

Documentos adjuntos

Fragmento primero

‘Espacio’ se compone de tres ‘fragmentos’, los dos primeros publicados por primera vez en verso y el tercero incluido en la versión definitiva del poema ‘prosificada’ por el propio Juan Ramón. Reproducimos una selección de los tres fragmentos

SUCESIÓN

“Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo.” Yo tengo, como ellos, la sustancia de todo lo vivido y de todo lo porvivir. No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin. Y lo que veo, a un lado y otro, en esta fuga (rosas, restos de alas, sombra y luz) es sólo mío, recuerdo y ansia míos, presentimiento, olvido.

¿Quién sabe más que yo, quién, qué hombre o qué dios, puede, ha podido, podrá decirme a mí qué es mi vida y mi muerte, qué no es? Si hay quien lo sabe, yo lo sé más que ése, y si quien lo ignora, más que ése lo ignoro. Lucha entre este ignorar y este saber es mi vida, su vida, y es la vida. Pasan vientos como pájaros, pájaros igual que flores, flores soles y lunas, lunas soles como yo, como almas, como cuerpos, cuerpos como la muerte y la resurrección; como dioses. Y soy un dios sin espada, sin nada de lo que hacen los hombres con su ciencia: sólo con lo que es producto de lo vivo, lo que se cambia todo; sí, de fuego o de luz, luz. ¿Por qué comemos y bebemos otra cosa que luz o fuego? Como yo no he nacido en el sol, y del sol he venido aquí a la sombra, ¿soy de sol, como el sol alumbro?, y mi nostaljia, como la de la luna, es haber sido sol de un sol un día y reflejarlo sólo ahora.

Fragmento segundo

CANTADA

“Y para recordar por qué he vivido”, vengo a ti, río Hudson de mi mar. “Dulce como esta luz era el amor... Y por debajo de Washington Bridge (el puente más con más de esta New York) pasa el campo amarillo de mi infancia”. Infancia, niño vuelvo a ser y soy, perdido, tan mayor, en lo más grande. Leyenda inesperada: “dulce como la luz es el amor”, y en esta New York es igual que Moguer, es igual que Sevilla y que Madrid. Puede el viento, en la esquina de Broadway, como en la Esquina de las Pulmonías de mi calle Rascón, conmigo; y tengo abierta la puerta donde vivo, con sol dentro. “Dulce como este sol era el amor.” Me miraron ventanas conocidas con cuadros de Murillo. En el alambre de lo azul, el gorrrión universal cantaba, el gorrión y yo cantábamos, hablábamos; y lo oía la voz de la mujer en el viento del mundo. ¡Qué rincón ya para suceder mi fantasía! El sol quemaba el sur del rincón mío, y en el lunar menguante de la estera, crecía dulcemente mi ilusión, queriendo huir de la dorada mengua. “Y por debajo de Washington Bridge, el puente más amigo de New York, corre el campo dorado de mi infancia...”

Fragmento tercero

SUCESIÓN

¡Qué estraño es todo esto, mar, Miami! No, no fue allí en Sitjes, Catalonia, Spain, en donde se me apareció mi mar tercero, fue aquí ya; era este mar, este mar mismo, mismo y verde, verdemismo; ni fue el Mediterráneo azulazulazul, fue el verde, el gris, el negro Atlántico de aquella Atlántida. Sitjes fue, donde vivo ahora, Maricel, esta casa de Deering, española, de Miami, esta Villa Vizcaya aquí, de Deering, española aquí en Miami, aquí, de aquella Barcelona. Mar, y ¡qué estraño es todo esto! No era españa, era La Florida de españa, Coral Gables, donde está la españa esta abandonada por los hijos de Deering (testamentaría inaceptable) y aceptada por mí; esta españa (Catalonia, Spain) guirnaldas de morada bugainvilia por las rejas. Deering, vivo Destino. Ya está Deering muerto y trasmutado. Deering Destino Deering, fuiste clarividencia mía de ti mismo, tú (y quién habría de pensarlo cuando yo, con Miguel Utrillo y Santiago Rusiñol, gozábamos las blancas salas soleadas, al lado de la iglesia, en aquel cabo donde quedó tan pobre el ‘Cau Ferrat’ del Ruiseñor bohemio de albas barbas no lavadas)

¡Al sur, al sur! Todos deprisa. La mudanza, y después la vuelta; aquel huir, aquel llegar en los tres días que nunca olvidaré, que no me olvidarán. ¡El sur, el sur, aquellas noches, aquellas nubes de aquellas noches de conjunción cercana de palnetas; qué ir llegando tan hermoso a nuestra casa blanca de Alhambra Circle en Coral Gables, Miami, La Florida! Las garzas blancas habladoras en noches de escursiones altas. En noches de escursiones altas he oído por aquí hablar a las estrellas, en sus congregaciones palpitantes de las marismas de lo inmenso azul, como a las garzas blancas de Moguer, en sus congregaciones palpitantes por las marismas de lo verde inmenso. ¿No eran espejos que guardaban vivos, para mi paso por debajo de ellas, blancos espejos de alas blancas, los ecos de las garzas de Moguer? Hablaban, yo lo oí, como nosotros. esto era en las marismas de La Florida llana, la tierra del espacio con la hora del tiempo.